Con algo menos del 2 por ciento de la producción mundial, la Argentina se encuentra en el ranking de los primeros diez productores globales de leche. De acuerdo con proyecciones oficiales, este año se producirán unos 10.000 millones de litros, nivel que se encontrará apenas 300 millones por debajo del record histórico de 1999 y unos 800 millones por encima de lo producido en 2005, año que marcó una recuperación del 22 por ciento en relación con el piso de 2003.

Junto con la producción también aumentan las exportaciones. En 2005 las ventas al exterior rondaron el equivalente a 2160 millones de litros, algo más del 23 por ciento de la producción total. El 72 por ciento de estas ventas fue bajo la forma de leche en polvo y el 13 por ciento de quesos. Los principales destinos fueron Argelia (21,6 por ciento), Venezuela (17,3), México (10,5) y Brasil (9,6).

Los datos de los primeros dos meses del año son alentadores y marcaron aumentos tanto en la exportación como en la producción. Los 10.000 millones de litros proyectados significan una producción per cápita cercana a los 260 litros frente a un consumo interno de productos lácteos de alrededor de 190. Se espera que los precios internacionales sean buenos, aunque algo menores a los obtenidos en 2005. En pocas palabras, al menos en los números agregados, no existen condiciones económicas para que se produzcan tensiones vía precios entre exportación y consumo interno.

Pero, a pesar de la bonanza productiva, la situación al interior del subsistema lácteo no está todo lo tranquila que podría esperarse. El titular de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi, sostuvo días atrás que es posible que “falte leche durante el invierno”. Inmediatamente se escucharon voces de los especialistas sectoriales refutando la afirmación y ensayando proyecciones varias en función de las avatares de lluvias y pasturas. Dicho esto en una actividad cada vez más independiente de la aleatoriedad climática.

Pero lo que en la superficie se refleja como amenazas encubiertas de un sector a otro de la cadena, junto a las infaltables y consuetudinarias quejas impositivas, es la vieja disputa por los precios. Sucede que la situación de oligopsonio que padece el mercado primario derivó en que el aumento de las retenciones se traslade directamente en un recorte de los precios que los tamberos reciben de la industria. El dato concreto es que la baja desde diciembre pasado fue de entre el 10 y el 15 por ciento. El sector fue el primero en recibir la política de suba de retenciones –que pasaron del 5 al 15 por ciento– junto a la eliminación de reintegros con el objeto de controlar el precio interno. Según fuentes de la industria, ello se debió a que el circuito de la materia prima se había “recalentado” por la demanda para la fabricación de leche en polvo, con precios en alza y demanda sostenida en el mercado internacional, un recalentamiento que las retenciones habrían corregido involuntariamente.

Los tamberos sostienen en cambio que los alrededor de 50 centavos que reciben en promedio por litro linda los costos de producción, de allí la predicción de Buzzi sobre la carestía invernal.

Las usinas, por su parte, rechazan que existan asimetrías de poder de mercado. De hecho han financiado cuantiosas investigaciones económicas en las que se destaca que en el país existen más de 800 plantas procesadoras frente a poco más de 15.000 tambos (que ordeñan unas 3 millones de vacas). En un mercado con estas características, concluyen, se está cerca de garantizar una competencia perfecta. Esta visión es compartida por los técnicos de la Secretaría de Agricultura consultados por Cash. Pero cuando se acerca la lupa a las estadísticas pueden conseguirse algunos datos adicionales. La mitad de la leche cruda es adquirida por sólo nueve empresas, de las cuales tres concentran el 80 por ciento del mercado interno, una realidad más acorde con el comportamiento en manada de los precios y con el traslado del aumento de las retenciones a los productores primarios.