Domingo, 24 de julio de 2011 | Hoy
ENFOQUE
Por Claudio Scaletta
Siempre en la búsqueda de abordar lo mismo, pero desde nuevos frentes, desde algunos medios comenzó a insistirse en un tópico que, a priori, debería ser desfavorable para los sectores más conservadores en economía. Se trata del debate ya no por la naturaleza del actual modelo económico, sino por su existencia. Tanto para el pensamiento ortodoxo como para la izquierda marginal, el actual modelo no existe. La ortodoxia repite que la expansión económica tras el desastre de la convertibilidad no sería más que el efecto carambola del aumento de los precios internacionales de las commodities. Según esta óptica, compartida por el progresismo testimonial, Argentina estaría desaprovechando una “oportunidad histórica”. Presumiendo honestidad intelectual en estos argumentos cabe un contraejemplo: ¿Por qué países como Chile o Brasil, que se vieron más favorecidos que la Argentina en sus términos de intercambio, crecieron a un ritmo muy inferior al local?
Para intentar una aproximación teórica a la naturaleza del modelo y, también, a sus limitaciones, las que se supone definirán la agenda de política económica después de las elecciones, Cash aprovechó la visita a la Argentina del economista Eduardo Crespo, argentino residente en Brasil y uno de los principales referentes locales de la escuela heterodoxa. La mejor manera de comenzar fue por el principio; preguntarle a Crespo en qué consiste el enfoque heterodoxo en economía. Al parecer el tema se las trae, pero finalmente hay algunos puntos comunes que unifican la corriente: “Dado que la economía no tiende naturalmente a emplear todos los recursos de la sociedad –explicó Crespo–, los niveles de producción y de empleo están determinados por la demanda agregada, la que tiende a determinar la oferta de productos y, en buena medida, también la oferta de recursos y no a la inversa”. Esta visión es compartida por todas las heterodoxias que, de distintos modos, defienden la teoría de la demanda efectiva de John M. Keynes y Michael Kalecki.
De aquí surge otro enfoque central: la distribución del ingreso no es un resultado únicamente económico. “En la determinación de las variables distributivas, como el salario, la tasa de interés o el tipo de cambio, participan muchos elementos de carácter político e institucional”. Por eso, continuó el economista, los precios relativos no son indicadores de escasez de recursos. Según esta concepción los recursos no tienden a ser escasos y sus precios no responden a mecanismos exclusivamente económicos. En este marco, “el dinero no es neutral, los aspectos monetarios y financieros tienen efectos reales en la economía: afectan la producción, el empleo y la distribución del ingreso incluso en el largo plazo”, con lo que los distintos regímenes monetarios, como el patrón oro en el siglo XIX, la convertibilidad en la Argentina de los ’90, los regímenes de metas de inflación, el euro en Europa y tantos otros, afectan el desempeño de las variables fundamentales del sistema.
Marcadas las definiciones iniciales, la siguiente cuestión fue: ¿Hasta dónde es heterodoxo el actual modelo? Crespo destacó múltiples componentes: “La política de gasto público se fundamenta, al menos de modo implícito, en la convicción de que la economía no posee mecanismos automáticos que la conduzcan al pleno empleo de recursos. Medidas como la AUH, la universalización del sistema de jubilaciones y pensiones, el aumento del salario mínimo, el esfuerzo del Gobierno por preservar un tipo de cambio competitivo, el congelamiento de tarifas, y tantas otras, sólo pueden sustentarse si se admite que la distribución del ingreso no es un fenómeno exclusivamente económico sino que está influido también por decisiones políticas y condiciones institucionales”.
“De igual modo –siguió– los intentos por reducir la inflación mediante la intervención del Gobierno en las negociaciones paritarias, la promoción de mecanismos compensatorios al tipo de cambio competitivo, como las retenciones móviles y el congelamiento de tarifas, indican que los precios no serían para el Gobierno ‘indicadores de escasez’.” Finalmente, el rechazo a la idea de que el Banco Central debe ser una entidad “independiente” que sólo debe velar por la estabilidad monetaria, también indica que para este gobierno las condiciones monetarias y financieras no son neutrales y sí tienen efectos importantes sobre el desempeño económico de largo plazo.
Si todo es tan armónico, ¿dónde están los problemas? Crespo afirmó que una de las características del actual esquema es su conflictividad. “Como se pretende intervenir en forma manifiesta en la fijación de algunas variables que afectan la distribución del ingreso, como el tipo de cambio o los precios domésticos en relación a los internacionales, el conflicto aparece como un resultado casi inevitable. Y este conflicto difícilmente tenderá a aminorar en la medida que las condiciones de empleo y de vida sigan mejorando. Y en este marco, la inflación aparece como una de las secuelas más molestas, hecho que termina socavando la posibilidad de intervenir con éxito en la fijación institucional de dichas variables. Por caso el tipo de cambio real”.
La pregunta fue inevitable: ¿Inflación y deterioro cambiario son inmanentes al modelo? El especialista consideró que “la inflación responde, básicamente, a dos circunstancias centrales: la puja distributiva interna y la suba de precios internacionales. Lo segundo escapa a nuestro control y sólo podríamos amortiguar sus efectos apelando a la conocida receta de apreciar el peso con relación al dólar o mediante políticas que desdoblen los precios locales de los internacionales, por caso, mediante retenciones móviles. Pero para implementar esto último, así como para intervenir en la puja distributiva cuando el nivel de desempleo es bajo, se necesita de un gran poder político que hoy en día está ausente. En estas circunstancias es muy difícil evitar la apreciación cambiaria”.
Llegado este punto de la exposición, recordando los sucesos post 125, parece claro que el factor “poder político” para llevar adelante las principales medidas que ataquen las limitaciones del modelo no está presente. ¿Qué hacer entonces? En el mediano plazo no hay nada que hacer, respondió Crespo. “Pueden aplicarse medidas complementarias, como impulsar políticas industriales y tecnológicas de largo plazo que nos permitan exportar o sustituir importaciones para así contar con cierto grado de libertad frentes a los vaivenes de la cotización del dólar”, explica. Agrega que “una política de desarrollo restringida al dólar competitivo está condenada al fracaso” y que “en un país conflictivo como la Argentina, el cual usualmente traduce sus conflictos distributivos como inflación, el modelo tiende a autodestruirse en la misma medida en que tiene éxito a la hora de generar empleo y salir de una recesión profunda”. “Hoy gozamos de términos de intercambio muy favorables, pero si la producción local, el empleo y, sobre todo, las inversiones, siguen creciendo, me parece inevitable que empecemos a sufrir ciertos aprietos externos en un tiempo no muy lejano”, concluyó
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