Domingo, 2 de agosto de 2015 | Hoy
ENFOQUE
Por Claudio Scaletta
Puntos más, puntos menos, la Bolsa china subió el 150 por ciento en un año y cayó 30 puntos en un mes, volatilizando 2,5 billones de dólares. El movimiento, impactante como siempre que se habla de números chinos, motivó algunas reflexiones predecibles. Para los pensadores de izquierda se trata de una nueva señal, ahora sí, de la crisis capitalista global ya expresada en Grecia y que sólo llegará a su fin con un cambio de sistema. Para los de la derecha, de un nuevo caso del exceso de incentivos públicos. Antes que buscar el justo medio, acercarse a la realidad implica mirar la economía real, mejor dicho ir de lo real a lo financiero y no al revés.
El primer dato es que la economía china crece un poco más “despacio”, ya no lo hace con tasas de dos dígitos, sino entre el 6 y 7 por ciento, tanto este año, como el próximo. Lo notable es que esta “desaceleración” es tratada absurdamente casi como a una recesión y se afirma que la menor demanda china derrumbará los precios de las commodities. Lo que sucede es otra cosa. Las menores tasas de crecimiento se explican por razones fundamentalmente extra chinas. El país se inserta en la economía mundial como exportador de manufacturas e importador de materias primas. Su inmenso superávit comercial también lo transformó en acumulador de divisas y exportador de capitales. Desde comienzos de siglo el comercio mundial en general creció rápidamente hasta 2008, se recuperó de la crisis mundial ya antes de 2010 y volvió a caer a partir de 2011. Pero el dato más relevante para China fue que la contracción del comercio fue mayor para bienes industriales que para el conjunto.
La desaceleración, entonces, se produce porque hay una caída de la demanda mundial de sus exportaciones por problemas de sus compradores. Como la administración china suele adelantarse a las tendencias, en su plan quinquenal aprobado en 2011 apostó a reforzar su mercado interno. Uno de los caminos elegidos fue la construcción civil y la urbanización. Esta decisión no resultó de una abstracción sobre variables económicas, sino que se relaciona directamente con sus cuatro desafíos estratégicos: la provisión de alimentos y materias primas, la energía, la polución y la integración territorial. Hoy el 90 por ciento de la población vive en un 7 por ciento del territorio, en el litoral y en torno de los dos grandes ríos, el Yangtsé y el Amarillo.
Para la administración central, la integración territorial significó principalmente descentralizar mediante la construcción de megaciudades hacia el oeste, con infraestructura y con servicios, para movilizar la población y la producción a los “nuevos” territorios. El proceso fue acompañado por incentivos a la construcción que convivieron con medidas antiespeculativas, por ejemplo la obligación de construir dentro de los seis meses tras la compra de un terreno. Las medidas también posibilitaron el auge de la construcción en las zonas núcleo, una respuesta natural a la demanda de una economía en expansión. Debe considerarse que el sector inmobiliario y la Bolsa son las dos posibilidades de inversión para las nuevas clases medias. En la última década, acompañando el auge, los precios de las viviendas crecieron el 140 por ciento. Pero al ritmo de construcción chino llegó un momento en que la oferta superó a la demanda y los precios comenzaron a caer. El gobierno intervino rápidamente para evitar el derrumbe de un sector que representa el 15 por ciento del PIB. La intervención fue la más obvia, el Estado comenzó a comprar la sobreoferta privada de viviendas en las seis regiones más afectadas. Pero las compras incluyeron el ajuste. Fueron con descuentos de entre el 10 y el 50 por ciento, lo que desinfló los precios y en Occidente se leyó como “el estallido de la burbuja”. A nivel país, la baja de precios el último año fue del 6 por ciento.
Este proceso presenta algunas similitudes con el mercado bursátil. Las bolsas de valores son parte del sistema financiero. Sirven para que las empresas capten financiamiento y los inversores canalicen ahorros. Cuando esto es así, un derrumbe de la bolsa significa no sólo la depreciación general de los activos, sino también la caída de una porción del sistema financiero; lo que se traduce en recesión. Hay países, como Argentina, donde esta porción del sistema es marginal y por lo tanto sus aumentos, caídas, o desaparición, no significan nada, carecen de efecto real sobre el agregado. Pero no es el caso de China, donde el volumen de transacciones es importante y, a diferencia de otras economías desarrolladas, el 85 por ciento de las operaciones son realizadas por pequeños inversores y no por fondos de inversión. Esta multitud es, según los especialistas, una causa de volatilidad. Pero al margen de las variaciones, el dato es que hasta mediados de junio pasado el valor de los activos se había incrementado casi el 150 por ciento en sólo un año, en parte porque el freno del mercado inmobiliario derivó fondos a la Bolsa y también por el efecto de la apertura de la “conexión Hong Kong-Shanghai”, que significó un importante ingreso de capitales en un mercado donde el capital extranjero sigue sujeto por cupos. Pero luego de esta fuerte alza, desde mediados de junio las acciones cayeron alrededor de un 30 por ciento. En principio es difícil que esta baja tenga un impacto importante en la evolución del PIB, pues sólo el 10 por ciento de las familias chinas invierten en la Bolsa. Pero como esto significa millones de personas, el gobierno tomó medidas para evitar el comportamiento rebaño y hacer que los pequeños inversores no se desprendan de sus activos. Básicamente se estableció un fondo para la recompra de acciones de casi medio billón de dólares, financiado por la Corporación Financiera de Valores de China, y la salida voluntaria de cotización de los papeles más problemáticos. No faltaron medidas consideradas policiales en Occidente, como las advertencias de investigar los comportamientos especulativos y la obligación para los mayores accionistas de no desprenderse de sus papeles por seis meses.
A modo de conclusión provisoria, pues ni en el mercado inmobiliario ni en la Bolsa china están dichas las últimas palabras, mientras los consejos occidentales fueron casi todos en la misma línea (China debía dejar explotar sus burbujas para que los mercados se corrijan), la potencia asiática hizo exactamente lo contrario: intervino activamente para evitar la destrucción de mercados y riqueza, corregir errores y minimizar daños
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