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Domingo, 23 de agosto de 2015

ENFOQUE

Fundamentalistas

 Por Claudio Scaletta

Suele afirmarse que el argentino tiene una cierta obsesión con el billete verde. Que cada vez que tiene excedentes quiere reservarlos en moneda dura. Tranquilos. No se hablará aquí, otra vez, de esa clase de demanda de dólares, sino de la que más importa, del único déficit que realmente afecta a la economía: el déficit externo.

Más allá de algunas similitudes de superficie y de la confusión discursiva, los dos candidatos más votados suponen dos proyectos de país muy diferentes. Las alternativas enfrentadas son dos: regresar a una variante del ajuste clásico y de desarrollo dependiente bajo la órbita estadounidense o avanzar hacia una etapa superior del crecimiento con inclusión: el desarrollo integral.

Ambos caminos suponen un fuerte contenido de inevitabilidad.

Para la ortodoxia lo inevitable es “ajustar” para volver a alinear las variables. Lo que está por detrás es la lógica de la escasez y una visión de la economía de un país como una hoja de balance. Los problemas centrales serían el déficit fiscal, la inflación y, tras el ajuste, un nuevo nivel de tipo de cambio unificado. En esencia, dado que se promete bajar impuestos (Ganancias, retenciones), la clave sería bajar lo suficiente el gasto público para alcanzar un nuevo equilibrio presupuestario. Como la magia no existe, ello supone achicar fuertemente el tamaño y rol del Estado, no hay otra. La baja relación deuda/PIB permitiría, previo arreglo con los buitres, financiar la transición con recursos externos. Luego, con una “macroeconomía ordenada”, mejoraría el “clima de negocios” y, por lo tanto, la inversión, dando lugar a un shock de oferta que expandiría el Producto. Un mundo feliz conducido por la mano invisible del mercado.

La inevitabilidad del desarrollo integral supone una concatenación muy diferente. Su lógica sostiene que es imposible seguir creciendo y ampliando la inclusión sin avanzar a un estadio de desarrollo. La diferencia entre el crecimiento y el desarrollo es que el segundo supone la transformación de la estructura productiva. ¿Por qué es inevitable? Cuando se incorpora al mercado de trabajo a nuevos trabajadores y, para el conjunto, se mejoran sus condiciones por encima de los niveles de subsistencia, lo que se obtiene es una nueva estructura de la demanda de consumo que, además de las necesidades básicas, ahora incluirá también bienes producidos localmente con un alto componente de insumos importados, como heladeras, televisores, celulares, motos y autos. Luego, estos bienes demandarán energía y, también, una infraestructura acorde. Si la estructura productiva no se transforma acompañando este proceso, más crecimiento conducirá, contablemente, a más déficit de divisas llegándose a un punto en que el superávit desaparece. Las alternativas “inevitables” son: o bien reemplazar la composición importada de estos productos, o bien aumentar las exportaciones de otros bienes lo suficiente como para compensar el aumento de las importaciones, o bien una combinación de las dos cosas. El problema es simple, pero es más complejo de lo que parece. En el presente las importaciones crecen más que proporcionalmente que el Producto. Distintos cálculos coinciden en una elasticidad de 1,8, es decir; por cada punto de crecimiento del PIB, las importaciones crecen 1,8 puntos. La cifra es aún más alta si se recorta solamente la industria, caso en el que llega a 2,5. Ahora los sectores más deficitarios son el energético, el automotor y la electrónica de consumo, cuyo rojo sumado supera cómodo los 20.000 millones de dólares. Pero si las divisas necesarias para las importaciones de estos complejos no están, lo que sucede es lo que ya pasó a partir de 2011: el crecimiento se frena. No hay magia, es una ley de hierro.

Frente al problema se ensayaron muchas respuestas. Una confusión es creer que alcanzaría con concentrarse en la producción de sectores que no demanden divisas. Se descuida el detalle de que a los trabajadores ligados a, por ejemplo, actividades de base agraria, minería, infraestructura y servicios, no puede pedírseles que no enciendan el aire acondicionado, no se compren celulares o que anden bicicleta. Si mejoran los ingresos, se diversifica la estructura de la demanda y se avanza hacia un nuevo déficit externo.

En general, quienes sostienen la visión de concentrarse en ramas no deficitarias no piensan en la simultaneidad de procesos de crecimiento rápido con expansión del empleo. También puede ocurrir que no hayan sacado cuentas y asuman la utopía de que tan sólo estos sectores pueden generar los dólares suficientes.

De lo que se trata entonces es, primero, de mantener pujante la demanda agregada impulsando ramas necesarias y con altos requerimientos de mano de obra, como la infraestructura de transporte, comunicaciones y energía. La financiación inicial supone mucha inversión pública y algo de déficit en moneda propia. Luego es necesario avanzar en la diversificación de la estructura productiva: priorizando la sustitución o la generación de divisas y eligiendo un conjunto de sectores clave. En el camino será inevitable recurrir al financiamiento externo para superar el déficit de importaciones transitorio. Arreglar con los buitres no es en absoluto indispensable, pues no garantiza ni conseguir financiamiento ni menores tasas en el corto plazo. La industrialización es un medio, no un fin. Es necesario enfocarse en todos los sectores generadores de divisas, incluidos los de base primaria dejando atrás falsas dicotomías. Un San Martín del siglo XXI seguramente diría, y con razón: “Consigamos dólares, lo demás no importa nada”.

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Imagen: Corbis
 
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