Domingo, 4 de septiembre de 2016 | Hoy
ENFOQUE
Por Claudio Scaletta
El plan económico dejó de ofrecer dudas. Se acabó el espacio para las caracterizaciones iniciales sobre el presunto desarrollismo, keynesianismo o monetarismo del equipo económico. El objetivo principal de la Alianza PRO es unidimensional y no se disimula: bajar salarios y esperar a ver qué pasa.
¿Pero de qué hablan los especialistas en marketing político de Cambiemos cuando citan al desarrollismo? La referencia es la experiencia local que condujo Arturo Frondizi, quien en la etapa de oro del capitalismo, es decir, en otro mundo, impulsó un proceso de apertura a las inversiones extranjeras planificadas en sectores clave, como el energético. Dejando de lado el detalle de la política –su gobierno terminó en un golpe militar– el proceso fue exitoso en sus propios términos, pues permitió el fuerte aumento de la producción sectorial.
En su versión PRO, el núcleo central de este “desarrollismo” es la creencia en el crecimiento en base a la inversión externa y se traduce en la falsa oposición entre inversión y consumo. Su base teórica es uno de esos silogismos contables que con tanto éxito logra imponer discursivamente la derecha económica: el aumento “indiscriminado” del consumo sin el acompañamiento de la inversión conduce a un proceso inflacionario debido a que, a partir de cierto punto, la demanda de bienes supera a la oferta y aparece una inflación “de demanda” que desestabiliza la macroeconomía. De lo que se trata, entonces, es de aumentar la inversión en equipos de producción por sobre cualquier otra variable, lo que supone fortalecer la rentabilidad empresaria bajando impuestos y salarios.
Aunque obvios, los nuevos eufemismos del discurso público son inversión por ganancias y consumo por salarios. Dicho de otra manera, la falsa oposición entre inversión y consumo encubre la oposición muy real entre ganancias y salarios. Otra vez la lucha de clases, la historia. Ahora se entiende mejor que significa “se necesita pasar de un modelo basado en el consumo a otro basado en la inversión”. El plan unidimensional es rico en resultados. En lo que va de la actual administración se perdieron más de 120 mil empleos formales y la desocupación abierta se acerca a los dos dígitos. A pesar de que el poder adquisitivo promedio de los salarios formales cayó en torno al 10 por ciento, desde la mismísima presidencia del Banco Central retan a la cúpula empresaria por cerrar paritarias muy arriba y trasladarlas enseguida a precios. Desde la Unión Industrial retrucan: “ustedes empezaron con la paritaria docente”. Problemas de nominalidad y décadas de prédica monetarista borradas de un plumazo.
La primera conclusión no presenta mayores dudas: Cambiemos aumentó la rentabilidad del capital en detrimento del trabajo en tiempo récord. Siguiendo al mainstream se crearon por el lado de la oferta las condiciones favorables para la inversión. Pero tras el “trabajo sucio”, como lo describió el titular de Hacienda y Finanzas, la inversión no creció, sino que se desmoronó. La respuesta de la ortodoxia cuando las cosas no salen según sus predicciones son un clásico: hay que persistir. Los empresarios lo hicieron saber taxativamente: para que la lluvia de inversiones reduzca la sequía del PIB se necesita tener certeza sobre la continuidad temporal del régimen, es decir, que el macrismo gane las elecciones de 2017. Maestros en correr el arco.
La segunda conclusión es que algo falla en el silogismo contable. Esta semana el Indec difundió no sólo el desplome del 7,9 por ciento interanual en julio de la actividad industrial, sino también que el uso de la capacidad instalada se encuentra en el 62 por ciento promedio, un nivel históricamente bajo para el séptimo mes del año. Dejando de lado sectores puntuales que mantienen un uso elevado, como la refinación de petróleo, la baja utilización indica que no es precisamente la falta de equipos lo que impide aumentar la producción. No existe nada parecido a “cuellos de botella por el lado de la oferta”. Regresando al principio, parece que las leyes de la economía como ciencia no son las mismas que las de la lucha de clases. Sin salir del silogismo, si hay equipos ociosos entonces el problema no es de oferta, sino de demanda, con lo que la recomendación de política se da vuelta: debe aumentarse el consumo, no la inversión privada. El “cuello de botella” está en otra parte, en los salarios deprimidos.
La tercera conclusión es que no se trata sólo de la falsa oposición entre consumo e inversión, sino de la evolución del Producto. Las empresas no invierten porque los salarios y los impuestos son bajos, sino cuando saben que venderán los bienes y servicios que producen. Para los trabajadores, el sacrificio de ingresos que se les reclamó como sinceramiento fue a cambio de nada. El ajuste sobre el nivel de actividad demostró en los hechos tener sólo una finalidad redistributiva, no productiva. En la cúpula, en tanto, las disputas entre una parte de los empresarios y el gobierno responden a que el ajuste provocó también una redistribución intracapitalista: entre los sectores productivos y financieros, vía el uso de la tasa de interés y la política monetaria restrictiva para estabilizar el tipo de cambio, y entre los vinculados al mercado interno y al externo, vía apertura y caída de la demanda. Para muchas empresas del sector real y el mercado interno, la caída de la actividad supone un balance neto negativo ante lo recuperado frente al salario. En el ámbito de la reconfiguración política cada uno de estos sectores en pugna tiene su representación, una interpretación que queda a cargo del lector.
Para el final más que una conclusión resta una pregunta: ¿Cómo es posible legitimar una política económica cuyo eje central es la baja de salarios? Noam Chomsky suele contextualizar un dato conocido: La mayoría de “la gente”, más correctamente la “sociedad civil” como ámbito del mercado, permanece ajena al debate político y económico, que sólo ocurre al interior de la sociedad política, el ámbito del Estado, y a la que se suma una minoría intensa e informada de la sociedad civil. La afirmación es políticamente incorrecta en términos de valores democráticos, pero si así no fuese no podría entenderse jamás que las elecciones puedan ganarse con técnicas de marketing. Tampoco explicar que las sociedades no aprendan de sus errores, incluso los más recientes. De cualquier modo, el resultado de un ajuste de la magnitud del aplicado en estos nueve meses no es sólo la contracción económica, sino también la inestabilidad política, la que ayuda a explicar el comportamiento de potenciales inversores.
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