Domingo, 12 de junio de 2005 | Hoy
CONTADO
Por Marcelo Zlotogwiazda
Nadie hubiese imaginado dos años y medio atrás, cuando la algarabía de más de medio país festejaba que por fin el Partido de los Trabajadores llegaba al gobierno, que si un problema grave iba a tener Lula ése iba a ser la corrupción. Por entonces cualquiera hubiera pronosticado que los desafíos se iban a presentar en las pulseadas con el poder económico, en la relación con los Estados Unidos y, por supuesto, en la titánica tarea de convertir en realidad la promesa electoral del hambre cero. Sin embargo la sucesión de escándalos de corrupción que sacuden a Brasil, mucho más que una aislada derrota en fútbol con la Argentina, está teniendo marcados efectos no sólo en la política sino también en la marcha de la economía. Y como cualquier hecho que golpea fuerte al vecino país, hay que tener cuidado sobre los efectos domésticos.
Más allá de los inconducentes celos por el liderazgo continental y de otro tipo de disputas geopolíticas, el principal conflicto entre Brasil y la Argentina gira alrededor del Mercosur y, particularmente, sobre el eje del intercambio comercial. En ese sentido, y teniendo en cuenta que los dos determinantes básicos del comercio exterior bilateral son la relación entre los tipos de cambio y el nivel de actividad de ambos países, el impacto que la crisis política brasileña podría ejercer en esas dos variables complicaría una situación de por sí ya delicada por el notable desequilibrio deficitario para la Argentina.
Comenzando por el nivel de actividad, mientras nada lleva a variar los pronósticos sobre el crecimiento local (y por ende sobre la demanda de productos importados), el temblor político en Brasil se monta sobre una indiscutible tendencia hacia la desaceleración. De hecho, los más recientes vaticinios sobre la variación del Producto Bruto Interno recortaron el incremento previsto para todo el año en más de un punto, desde alrededor del 4 por ciento a menos del 3. Esta corrección, que de por sí engrosaría el excedente exportable y quitaría presión a las compras en la Argentina, podría amplificarse si la repercusión de la política sobre la economía se agranda aún más.
Para peor, la consecuencia inmediata del escándalo de corrupción fue sobre el tipo de cambio, provocando un marcado salto del dólar que puso fin a un largo período de apreciación del real y, obviamente, mejoró la competitividad relativa de Brasil frente a una Argentina que con mucho esfuerzo mantiene el dólar clavado en torno de los 2,90 pesos. Cuanto más desequilibrio comercial a favor de Brasil traerá aparejado esta modificación es imposible de calcular con precisión, pero casi seguro no pasará desapercibido.
A propósito de la desaceleración económica brasileña, es oportuno tomar en cuenta que entre sus causas fundamentales está el alza en la tasa de interés impulsada desde su Banco Central que le ha quitado ritmo a la corriente de inversiones. Mirada desde la Argentina, esa película debería servir para estar atento y eventualmente tomar recaudos frente a la pequeña pero persistente subida que se está dando en la tasa de interés interna, a medida que el Banco Central se ve obligado a reabsorber crecientes masas monetarias que la misma institución pone en circulación al comprar reservas para sostener lo que es un instrumento irrenunciable de la política lavagnista: el dólar alto.
Según el último informe semanal de la consultora Melconian-Santángelo, “de mantenerse la tendencia de acumular reservas contra Lebac, en poco tiempo más el Banco Central tendrá que salir a renovar deuda vieja y colocar deuda nueva por un total no menor a 4000/5000 millones de pesos por mes, a una tasa de interés creciente”. Y si como dijo el ministro de Economía, “la inversión es una variable central en términos de la sustentabilidad del crecimiento futuro”, la experiencia brasileña acerca de la relación de esa variable central con la tasa de interés debe ser vista como antecedente para obrar en consecuencia. Se podrá argumentar que la tasa de interés ha subido desde escalones muy bajos y que por ahora no llega a niveles preocupantes. Lo que sucede es que puesto en perspectiva cuesta ver un esquema que articule armónicamente en el tiempo el superávit de cuenta corriente, con el tipo de cambio real deseado, con una inflación acotada y con una tasa de interés compatible con la del nivel de inversión necesario para sostener un ritmo de crecimiento políticamente aceptable.
Parece poco probable que el futuro macroeconómico sea igual de armónico y próspero como los dos años pasados. Tan poco probable como que la Selección vuelva a marcar diferencias con Brasil como las del primer tiempo del partido del miércoles pasado.
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