Domingo, 31 de julio de 2005 | Hoy
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Por Marcelo Zlotogwiazda
Hace rato que la carne y el trigo han dejado de ser las principales exportaciones argentinas. Tomando los datos del primer semestre del año, el rubro carne bovina (521 millones de dólares) no figura ni siquiera en el top ten, y el trigo queda afuera del top five. Desde hace bastante tiempo, y cada vez con mayor distancia respecto al resto, las dos principales exportaciones del país son la soja y el petróleo, que en el orden inverso y por las respectivas primeras sílabas invitan a hablar del modelo PeSo de aportación de dólares a la economía nacional.
En la primera mitad del año el complejo sojero (porotos, harina, pellets y aceite) facturó algo más de 3000 millones de dólares, y si a los 1254 millones de petróleo crudo se suman las ventas de naftas, gasolinas y gasoil se supera por poco los 2000 millones de dólares. En síntesis, la soja, el petróleo y sus correspondientes derivados representan más de una cuarta parte del total del ingreso de divisas comerciales al país.
Pero si bien las exportaciones de ambos rubros vienen creciendo y ganando liderazgo gracias, entre otras cosas, a una extraordinaria coyuntura internacional de precios, las realidades y en particular el futuro son bien diferentes.
Por empezar, mientras la producción de soja no cesa de crecer –por extensión del área sembrada o por un impresionante aumento de los rindes (¡la última campaña subieron un 23 por ciento!)– la producción de petróleo está en franco declive; de acuerdo con datos difundidos esta semana por fuentes especializadas la producción del año pasado fue la más baja desde 1995, a lo que se añade la información publicada el jueves por el Indec mostrando que en lo que va de 2005 la extracción continuó su tendencia descendente. Y el escenario futuro es peor aún. Según las proyecciones de Repsol-YPF, que extrae la mitad del crudo en la Argentina, su producción bajará entre un 4 y un 5 por ciento el año próximo debido al “envejecimiento de los yacimientos”, señaló el comunicado de la multinacional. Su director financiero, Luis Mañas, expresó en Madrid al trazar un panorama global de la compañía: “Creo que se deben seguir esperando tasas similares de descenso en la Argentina”.
Además, entre la soja y el petróleo hay otra diferencia esencial. La primera es un producto natural renovable mientras que para el petróleo vale lo contrario, aunque no se sepa ni aproximadamente si se agotará en cincuenta, cien o más años. Con el agregado especial para el caso argentino, de que el ritmo de descubrimiento de reservas ha venido cayendo hasta niveles bajísimos. Según algunos porque las empresas no exploran lo suficiente; según otros, porque el subsuelo ya no da para mucho más. Pero al margen de la discrepancia, hay consenso respecto a que, a menos que el futuro depare alguna sorpresa, no queda demasiado para descubrir. La estatal Enarsa está preparando un plan de negocios para explorar en sociedad la plataforma marítima, pero son realistas de las limitadas probabilidades de éxito.
Con lo cual cae de maduro la siguiente pregunta: ¿tiene sentido que la Argentina siga exportando un producto con las características estratégicas del crudo cuando sus reservas no superan los diez años de consumo interno y teniendo en cuenta que las chances de adicionar nuevas reservas son bajas?
La mayoría de los especialistas en energía considera que no. Es el caso del grupo Moreno, por citar un ejemplo no oficial, pero también de varios técnicos del Gobierno que por obvias razones no pueden manifestar su opinión abiertamente.
¿Por qué, entonces, las ventas al exterior no sólo continúan sino que, encima, se incrementan? Un allegado al Gobierno lo explicó políticamente: “Confluyen dos intereses muy poderosos; por un lado el de las cuatro grandes multinacionales que controlan el negocio (en referencia a Repsol, la brasileña Petrobras, la francesa Total y la inglesa British Petroleum) y prefieren la ganancia rápida; pero también está el interés del presidente Kirchner y de su ministro Roberto Lavagna que sacan tajada como socios a través de las retenciones que cobran a la exportación, lo que les permite un enorme desahogo y margen de maniobra fiscal”.
Desde el sector privado ensayan una justificación para lo que están haciendo. Argumentan que a más de 50 dólares el barril (ahora está oscilando los 60 dólares) la exportación es un brillante negocio para ellas y, por lo señalado de las retenciones, también para el Estado; a lo que agregan que nada asegura que cuando en un futuro se agoten las reservas el precio de importación sea mucho mayor al actual.
Como mínimo, la problemática de un recurso no renovable y tan estratégico como el petróleo merecería un intenso debate, y sería de esperar que el Gobierno lo fomente y participe con una visión de mediano y largo plazo en lugar de la especulación corta de vista que evidenció hasta ahora.
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