Domingo, 25 de septiembre de 2005 | Hoy
CONTADO › CONTADO
Por Marcelo Zlotogwiazda
Sobre el futuro de la economía argentina se dice:
- “La producción continúa creciendo sostenidamente, a un ritmo anualizado que en el segundo trimestre trepó al 10 por ciento y que refleja que los motores de actividad funcionan con todos sus cilindros.”
- “La mejor noticia es que la inversión en equipos durables de producción subió un 36 por ciento, alejando algunas preocupaciones sobre el agotamiento de la capacidad ociosa que había para el corto plazo. Según nuestros cálculos, desde fines del 2003 el gasto en inversión está aumentando más rápido que la depreciación del capital.”
- “Las cuentas fiscales arrojan sustanciales resultados superavitarios.”
- “El apetito de los inversionistas por los bonos de deuda del Estado parece insaciable.”
- “La experiencia del corriente evidencia que el cumplimiento de los compromisos externos es posible, aun sin un acuerdo de refinanciamiento con el Fondo Monetario Internacional.”
Pero también se afirma lo siguiente:
- “Poco se hizo en la construcción de pilares para un crecimiento sostenido.”
- “Se fracasó en crear un esquema que garantice que la política fiscal va a seguir siendo prudente.”
- “Con una elección presidencial pautada para el 2007, sigue habiendo riesgo de que el sector público retorne a sus malos hábitos de vivir por encima de sus posibilidades.”
- “Se necesita establecer políticas que colaboren a que una mayor certidumbre promueva la llegada de las inversiones de largo plazo.”
- “Se están retirando operadores de empresas de servicios públicos y hay pendientes juicios contra el país por miles de millones de dólares en el comité arbitral Ciadi.”
Lo curioso de estas dos baterías de sentencias sobre la realidad argentina y sus perspectivas es que acaban de ser vertidas en un mismo informe de coyuntura, elaborado en Nueva York por los economistas Luis Arcentales y Javier Romo del banco de inversión Morgan Stanley. Por supuesto que resulta más que válido, y hasta lógico, que el diagnóstico sobre determinada situación contenga claros y oscuros, y hasta –por qué no– mayoría de grises. Nadie sensato puede pintar la actualidad o el futuro argentino como un paraíso o como un infierno.
Pero adviértase como interesante que mientras el set de opiniones favorables u optimistas está basado en datos objetivos, en el sentido de cuantificables, el conjunto de objeciones es pura y exclusivamente subjetivo; lo que no le quita valor, pero claramente establece diferencia frente al primer grupo.
El contraste puede estar reflejando alguna de siguientes tres cuestiones. Por empezar, una carga de subjetividad que ansía que los datos objetivos dejen de ser positivos para que sus ideas no choquen más con la realidad que observan. Esto se conoce como deshonestidad intelectual o condicionamiento ideológico.
No hay que descartar, en segundo término, que muchas de las dudas simplemente obedezcan a una falta de comprensión sobre realidad local. Por citar sólo un ejemplo, a esta altura, ¿cómo dudar de que si algo caracteriza a la dupla Kirchner-Lavagna es la prudencia fiscal llevada hasta límites casi extremos?
Pero por cierto hay una tercera alternativa, que no es excluyente de las anteriores dos. Está visto que, por razones de estilo y, fundamentalmente, por algunas de las decisiones tomadas (la fuerte quita en la renegociación de la deuda, el desacuerdo con las privatizadas, las retenciones, por ejemplo), genera desconfianza de piel en sectores ortodoxos. Así como resultan desmesuradas desde la derecha tantas reservas con respecto a la continuidad del crecimiento, a la realización de inversiones y a la construcción de un marco institucional acorde (obviamente, desde ese lado nada se dice sobre desequilibrios e inequidades sociales), también parece algo exagerado el papel que el heterodoxo Mark Weisbrot, del Center for Economic and Policy Research de Washington, le adjudica a la Argentina en el declive del poder mundial del FMI. En un artículo publicado el viernes en el International Herald Tribune titulado “El FMI perdió influencia”, el prestigioso economista escribió: “En septiembre del 2003, la Argentina hizo lo impensable: un default temporario con el FMI en rechazo de sus exigencias, que tuvo como resultado un crecimiento rápido y robusto... Antes de eso, sólo países paria como Congo o Irak defolteaban con el Fondo. El resto temía que hacer eso les significara perder acceso a todo tipo de financiamiento de organismos multilaterales, de países, y de privados. Y ese miedo era la fuente de poder del Fondo... La Argentina demostró que se puede enfrentar al Fondo, y no sólo proclamarlo sino hacerlo en simultáneo con una sólida recuperación económica. Esa actitud de la Argentina cambió el mundo”. Mucho, ¿no? No obstante, sería oportuno que Kirchner y Lavagna leyeran lo que se les atribuye, y reflexionaran sobre la política de desendeudamiento que llevan adelante y que tan bien les sienta a los del FMI.
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