Domingo, 26 de junio de 2011 | Hoy
MUNDO FINANCIERO › FUGA DE CAPITALES DE LOS EMERGENTES
Por Carlos Weitz
Los fondos provenientes de países emergentes ocupan un espacio cada vez mayor en las secretas bóvedas suizas. Un informe de la agencia noticiosa Bloomberg publicado esta semana señala que más de la mitad del dinero depositado en bancos suizos el año pasado (casi dos billones de francos suizos) es transferida por residentes de economías en desarrollo. El porcentaje de fondos originados en países emergentes pasó del 37 por ciento en 2007, al 52 por ciento en 2010, proyectándose un valor cercano al 63 por ciento para 2015.
El mítico secreto bancario suizo tiene varios siglos de historia. El país helvético se ha visto favorecido tanto por su ubicación en el centro de Europa como por su calmo entorno económico y político. Las turbulencias políticas europeas del siglo XVIII condujeron a la transformación definitiva de Suiza en un refugio financiero para quienes trataban de alejar sus bienes del alcance de los ambiciosos revolucionarios. Los reyes católicos de Francia, expertos en el arte del dispendio y de la acumulación improductiva de riquezas, mantuvieron en el más estricto secreto su vínculo financiero con los herejes protestantes que administraban sus bienes desde los cantones helvéticos. Al estallar la Revolución Francesa también la aristocracia gala fugó masivamente sus riquezas hacia las impenetrables cajas de seguridad del apacible país vecino. La mayor presión impositiva característica del siglo XX potenció el desvío de abundantes flujos de capitales extranjeros hacia los bancos suizos. La tradicional discreción de los banqueros helvéticos convirtió a esa plaza financiera no sólo en un sitio seguro para aquellos inversores que buscaban alejarse de la volatilidad de sus convulsionados países de origen, sino también en un refugio propicio para esconder fondos provenientes de todo tipo de delitos. Durante la crisis económica mundial iniciada en 1929, los países europeos procuraron infructuosamente frenar la evasión fiscal ejerciendo presión sobre Suiza, que respondió desafiante consagrando el secreto bancario a través de una ley aprobada en 1934. La neutralidad suiza frente a las dos guerras mundiales del siglo pasado le permitió atraer las más grandes fortunas privadas. El punto de inflexión ocurrió a principios de la década del ’90, al introducirse medidas para prevenir el lavado de dinero, estableciéndose que el secreto bancario no podía ser utilizado como escudo para proteger fondos provenientes de actividades delictivas contempladas bajo la ley suiza, donde la evasión impositiva no es considerada un delito.
En 1998 la Unión Europea comenzó a presionar a Suiza para que aceptara un acuerdo de intercambio de información sobre activos financieros de ciudadanos europeos, negociaciones que no llevaron a levantar el secreto bancario pero sí a introducir un impuesto a las ganancias del 35 por ciento sobre los intereses percibidos.
Al desatarse la crisis financiera en 2008, los países centrales volvieron a la carga contra los paraísos fiscales. Bajo la presión de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, Suiza aceptó en marzo de 2009 flexibilizar el secreto bancario y aceptó incorporar estándares internacionales en materia de cooperación fiscal. También se avino a cooperar con los países del Tercer Mundo en casos de sospechas concretas de evasión impositiva.
El viernes pasado, el Parlamento suizo aprobó flexibilizar el intercambio de información bancaria en caso de investigaciones por fraudes fiscales llevadas adelante por autoridades extranjeras. Los países beneficiados por estas nuevas reglas son Holanda, Turquía, Japón, Polonia, India, Alemania, Kazajistán, Canadá, Uruguay y Grecia. No obstante, el gobierno suizo se preocupó en aclarar que el secreto bancario continúa existiendo, señalando que las recientes modificaciones en materia administrativa no alteran la protección vigente para los contribuyentes domiciliados en Suiza
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