LA RELACION DESIGUAL PRODUCTORES-INTERMEDIARIOS
El pez grande se come el chico
Por R. N.
Cuando yo era chico, mis abuelos ordeñaban las vacas, refrescaban la leche en unos piletones y la envasaban en tarros de 20 litros”, relató a Cash Horacio Delgui, presidente del Frente Agropecuario Nacional. “Con el carro la llevaban hasta el tren que la repartía por los pueblos. En las estaciones esperaban los lecheros que la entregaban casa por casa. Se repartían la ganancia: 60 por ciento para el tambero y 40 por ciento para el lechero. Con la industrialización primero, y luego con la llegada de los hipermercados, al tambero sólo le queda el 10 por ciento del precio de venta. En Europa los tamberos reciben el 40 por ciento”. El relato de Delgui es representativo de la mayoría de los sectores del campo. Argentina es uno de los primeros productores agropecuarios del mundo, pero muchos de sus ruralistas están fundidos.
La falta de regulaciones estatales permite que sean los intermediarios los que se quedan con la mayor parte de la rentabilidad agropecuaria. En el mercado interno, los hipermercados, que concentran el 70 por ciento de la venta de alimentos, imponen los precios a las industrias y a otros intermediarios, que terminan presionando a la baja los precios que reciben los productores. Un caso paradigmático es el del mercado de verduras y hortalizas. En el país se producen 11,2 millones de toneladas: el 40 por ciento se tira, por falta de un encadenamiento logístico que permita que los productos se mantengan frescos. Las mismas cadenas de hipermercados que en Europa invirtieron en equipamiento tecnológico que les permite aprovechar al máximo la producción, en el país tiran casi la mitad de lo que compran. Lo hacen porque pagan tan barata las verduras y hortalizas, que de todas maneras consiguen excelentes ganancias. La producción la hacen pequeños agricultores, que viven en la pobreza, o empresarios que utilizan mano de obra esclava, reclutada entre inmigrantes latinoamericanos.
Los productores agropecuarios les compran todos los insumos a las multinacionales cerealeras: herbicidas, pesticidas y semillas. Los precios son en dólares, incluso el de las semillas que se producen en el país. Luego de la cosecha, la comercialización varía de acuerdo con el tamaño del productor. Los grandes tienen sus propios silos para guardar el grano hasta que los precios suban. En el momento conveniente se sientan a negociar con la cerealeras. Los pequeños productores, en cambio, deben vender el grano ni bien lo cosechan, todos al mismo tiempo, porque no tienen dónde almacenarlo. En las épocas en que el precio internacional lo permite, les alquilan un espacio a los acopiadores (dueños de los silos), que así les rebanan una buena parte de la ganancia.
Con el apremio de tener que cancelar hipotecas para no perder sus tierras, la mayoría de los pequeños productores vendió sus cosechas a un dólar de 1,40 en enero. Las grandes explotaciones agropecuarias, los acopiadores y las cerealeras esperaron que llegara la libre flotación que Remes Lenicov se encargó de anunciar al tiempo que fijaba la paridad a 1,40. Ahora están vendiendo a 2,80. Es decir que los intermediarios se alzaron con una ganancia del 100 por ciento en dos meses.
En su libro Las uvas de la ira, John Steinbeck describe las penurias de los campesinos norteamericanos que perdieron sus tierras a manos de los bancos durante la depresión de 1930. Después de haber vivido de la tierra por varias generaciones, la crisis los condenó a mendigar comida por las calles. La situación argentina es similar. En los últimos cinco años la cantidad de explotaciones agropecuarias se redujo un 30 por ciento. Miles de pequeños productores terminaron vendiendo sus tierras a otros más grandes o perdiéndolas por no poder levantar las hipotecas. La mayoría puebla las villas miserias de Buenos Aires y Capital Federal y ahora no tiene ingresos suficientes para comprar alimentos.