Domingo, 13 de marzo de 2016 | Hoy
Por Marcelo Rougier *
Aldo Ferrer ha sido una de las figuras más representativas del pensamiento económico latinoamericano, junto con hombres de la talla de Raúl Prebisch y Celso Furtado; además un protagonista incansable, plenamente compenetrado con la búsqueda del desarrollo económico y social de nuestro país.
Ferrer nació en Buenos Aires en abril de 1927 (estaba cerca de cumplir 89 años) e inició sus estudios de contador en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires en 1945, año clave de una encrucijada política que marcó su compromiso social por el resto de sus días. En la UBA también cursó el doctorado en Economía, donde tuvo como maestro a Raúl Prebisch, quien, desencantado con la economía ortodoxa para resolver los problemas de la economía real, comenzaba a desarrollar el enfoque centroperiferia que pronto desplegaría desde de la Cepal.
En 1950, Ferrer fue reclutado por la Secretaría General de Naciones Unidas, donde pasó por distintos departamentos y entró en contacto con distinguidos economistas como el polaco Michael Kalecki y otros pioneros de las modernas teorías del desarrollo. Eran los tiempos de gestación del estructuralismo latinoamericano; su primer artículo, “Los centros cíclicos y el desarrollo de la periferia latinoamericana”, publicado en México en 1950, ya refleja un núcleo de preocupaciones que no abandonará a lo largo de su dilatada trayectoria: cómo lograr el desarrollo nacional en un escenario global (aunque el término no era de uso por ese entonces).
Estas ideas se fueron expandiendo en la Argentina principalmente a través de los primeros documentos de la Cepal; no obstante, Ferrer bien puede considerarse el gran precursor en la introducción de la perspectiva desarrollista entre los intelectuales vernáculos. Presentó su tesis doctoral a comienzos de 1954 (que se transformaría en el primero de sus innumerables libros, El Estado y el desarrollo económico), donde cuestionaba la perspectiva neoclásica y los postulados teóricos ortodoxos como herramientas válidas para modificar las estructuras económicas existentes y orientar el desarrollo económico. Podría decirse que en esta obra pionera ya se encuentra la sustancia de los argumentos desplegados durante seis décadas con inusitada coherencia y lucidez (plasmados en La economía argentina o en Vivir con lo nuestro, para mencionar sólo un par entre sus obras de lectura obligatoria).
Pero para Aldo, el compromiso intelectual sólo tenía sentido con la práctica, con la acción pública que acometió ni bien regresó al país. La relevancia de su vida profesional adquiere significación no sólo a partir de su enorme labor intelectual y de sus numerosos trabajos académicos, sino también a partir de un recorrido que incluye su participación en el equipo de asesores de Arturo Frondizi durante los últimos años del gobierno peronista; su gestión al frente del Ministerio de Hacienda de la provincia de Buenos Aires durante la gobernación de Oscar Alende; su papel descollante en la organización del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) y del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) en los años sesenta; su paso por el Ministerio de Obras Públicas y de Economía de la Nación en los primeros años de la década de 1970; y la presidencia del Banco de la Provincia de Buenos Aires en los años ochenta y de la Comisión Nacional de Energía Atómica a fines de la década siguiente; además de su reciente desempeño como embajador argentino en Francia, entre otras muchas actividades a nivel local e internacional.
Insisto, lo sorprendente y emocionante de ese recorrido es la convicción de Ferrer en sus ideas, de su compromiso por llevarlas a la práctica desde diferentes espacios y tablados. Ferrer ha abrevado siempre en el estructuralismo latinoamericano, en la perspectiva nacional del desarrollo económico, en el dominio de la tecnología y se ha mostrado firme partidario del control de los recursos y del manejo estatal de los resortes básicos de la economía. Esas ideas se mantuvieron en el tiempo, acompañando las notables transformaciones económicas y sociales internacionales y locales, a través de un sendero marcado por una línea imaginaria que se acercaba a la realidad social para confundirse con ella cuando se desplegaron las políticas de “argentinización” y de “compre nacional”, durante la propia gestión de Ferrer al frente del ministerio de Economía hacia 1970, por ejemplo; o para alejarse irremediablemente cuando esa misma realidad se corría hacia posturas liberales o neoliberales durante la dictadura militar o los años noventa. Así, la experiencia de los últimos años acercó las ideas de Ferrer al “modelo” kirchnerista, de tal forma que se transformó en un referente de las políticas de “inclusión” y “desendeudamiento”, sin dejar de alertar sobre los problemas de una persistente estructura productiva desequilibrada y las tensiones generadas en el frente externo. En los últimos meses, sus preocupaciones estaban centradas en las negociaciones con los fondos buitre que lleva a cabo la actual administración: Aldo se preparaba para asumir nuevamente un papel crítico, tal como lo ejerció durante repetidas ocasiones en las últimas décadas.
Con todo, el breve recorrido de esta notable trayectoria intelectual y política no refleja cabalmente la personalidad de Ferrer. Antes que todo, Aldo fue un ser humano maravilloso, enamorado de la vida, que disfrutaba de su familia y de los placeres cotidianos, el almuerzo con amigos, la milonga, el fútbol, un ser íntegro, portador de una honestidad y simpleza increíbles, que sólo los grandes hombres parecen tener.
* Doctor en Historia, autor de Aldo Ferrer y sus días, Lenguaje claro Editora, 2014.
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