Jueves, 2 de abril de 2009 | Hoy
TEATRO › ENTREVISTA AL DIRECTOR Y DOCENTE SILVIO LANG
El teatrista pampeano montó La señora Macbeth, de Griselda Gambaro, en un escenario no convencional: un ex molino de Santa Rosa. Este sábado la obra tendrá como invitada especial a su autora. Lang prepara además otros dos espectáculos: Oratorio pagano y Nada de Dios.
Por Hilda Cabrera
“El Molino Werner se hallaba entre la laguna Don Tomás y las vías del ferrocarril. Había sido construido en 1946. Tiempo después fue abandonado y pasó a ser una ruina emblemática de la ciudad de Santa Rosa.” Así resume el director pampeano Silvio Lang la historia del espacio que utiliza para el montaje de La señora Macbeth, de Griselda Gambaro. Ubicado en una zona que fue residencia de los trabajadores y patrones, el establecimiento sobrevivió malamente a décadas de abandono, usurpaciones y robo de maquinarias hasta que la Caja de Previsión Profesional se hizo cargo del edificio. Ese era el momento de proponer “una pequeña intervención teatral y fue así que Lang llevó La señora... al molino”. Claro que las historias no terminan ahí. El director cuenta que en el sector ahora habilitado para la escena “cayó tiempo atrás un rayo que derrumbó el techo e hizo un agujero en el piso, justo al lado de una caldera de 15 metros”. Un desastre que devino en inspiración, pues el director y su equipo transformaron ese hueco en fondo de escena al incorporar esculturas y objetos diseñados por Rubén Schaap. Cabe aclarar que la carencia de techo convirtió a la obra en espectáculo al aire libre. Tanta anécdota merecía una función de honor. Esta será el próximo sábado y estará dedicada a los invitados: la dramaturga y novelista Griselda Gambaro y su esposo, el escultor Juan Carlos Distéfano.
Estudioso de las artes escénicas, el cine y el video, docente e investigador con obra propia (Tango nómade), Lang prepara además dos espectáculos para estrenar en Buenos Aires: uno sobre Olga Orozco, poeta pampeana nacida en Toay en 1920 y fallecida en 1999, y otro inspirado en la obra de la poeta montevideana Idea Vilariño (1920). Entre las puestas de este director premiado e invitado a festivales internacionales figuran Berenice, de Jean Baptiste Racine, La música, de Marguerite Duras; Lo que no se dice, de Tennessee Williams; Lady Aoi, de Yukio Mishima; Kadish, de Graciela Safranchik; El deseo de la Petra Polanco, de Juan José Sena; La intemperie, de Alejandro Urdapilleta, y Cámara Gesell, de Daniel Veronese.
–¿Es una característica suya gestionar la ocupación de espacios no convencionales?
–En La Pampa estrené varias obras con esa modalidad: Lady Aoi, en el Museo de Bellas Artes; Cámara Gesell, en una discoteca, algo inaudito para mi provincia; un espectáculo sobre textos del escritor pampeano Juan José Sena, nuestro Juan Rulfo, en bibliotecas; y ahora La señora Macbeth, en el ex Molino Werner.
–¿Cuál es su interpretación de la obra de Gambaro?
–Gambaro se mete con las huellas que Shakespeare dejó como autor, huellas que se perdieron, fueron omitidas o quedaron simplemente fuera de la escena. Es lo que en cine se llama “fuera de campo”. Para estas huellas que se relacionan con el deseo, la locura y la muerte de la señora Macbeth imaginé un contexto y me pregunté qué pasaba con este personaje, porque en la obra está presente la idea de “oxidar” o dispersar el discurso de un poder que aparece como algo homogéneo y monolítico.
–¿Y cómo se logra esa oxidación?
–Las brujas conforman una comunidad que relativiza el discurso megalómano de Lady Macbeth a través de retruécanos y juegos de palabras mostrando que no es imbatible. Pensar que el discurso del poder es monolítico genera pereza, resignación y tristeza, y estas brujas no lo aceptan. Ellas se comportan como si fueran escuchas psicoanalíticas.
–¿Escuchar para después accionar es una forma de combate?
–Las brujas desmenuzan el discurso y son parte de un ritual: inducen a la señora a un suicidio que libera. “Disuelven” el poder a través del intelecto, que puede ser una fuerza de producción y también de lucha.
–¿Las brujas serían el otro poder?
–Las brujas y el fantasma de Banquo (el general escocés que luchó junto a Macbeth y al que éste ordena matar), porque a un fantasma no se lo puede controlar: aparece en cualquier momento. No es el muerto que se encajona, sino el espectro. Aquí funciona la idea de cripta del filósofo francés Jacques Derrida, que se diferencia de tumba y se opone al duelo freudiano. En la tumba se ubica al muerto en un lugar y “el duelo es posible”. La idea de cripta supone el mantenimiento del “muerto vivo”: uno lo hace vivir adentro de uno y no lo priva de acción.
–Lo que enloquece a la Señora...
–Ella no quiere saber nada de muertos ni de interrogaciones. Se comporta como un macho que basa su existencia en tener mando. En cambio, las brujas parecen tiernas. Esto es muy interesante, porque es un aspecto femenino del humano saber colarse por las fisuras del poder para derrumbarlo y construir otro discurso.
–¿Sus otras propuestas para Buenos Aires destacan también el carácter femenino?
–Oratorio pagano es una performance visual, sonora y literaria que vamos a presentar en El Excéntrico de la 18ª. Incluye poemas que Olga Orozco dejó con su voz grabada y que serán intervenidos con las voces de los actores. El título de la obra sobre Idea Vilariño es Nada de Dios y participa un elenco de diez actores. Este espectáculo se estrenará en El Artefacto, el teatro del maestro Raúl Serrano. El mundo literario de Vilariño enlaza con lo que vengo trabajando desde hace tiempo. Esto es la materialidad de los cuerpos, como una forma de neutralizar las abstracciones que tanto abundan. Estas cuestiones la planteaba cuando puse en escena Berenice. Lo propio de su autor, Racine, es el discurso de los que tienen la capacidad de hablar de la pasión y no de vivenciar la pasión. Vilariño dice “mis poemas son certezas”. En ella la pregunta no es sólo aquello de qué le pasa a mi cuerpo, sino “a mi cuerpo le pasa esto”.
–¿Lo entiende como un regreso al mundo de lo sensible?
–Vivimos en una época sin metáforas, donde cada día es más difícil pensar en “un mundo otro” que no sea una reproducción de la cotidianidad. Algunos ven mi puesta de La señora Macbeth en La Pampa como a una película de terror. Geográficamente, La Pampa es un pozo, una provincia con mucha vigilancia social, y es probable entonces que la obra funcione como exorcismo, como una posibilidad de abrirse a un “escenario otro”, que es, precisamente, lo que estoy buscando.
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