Miércoles, 23 de septiembre de 2009 | Hoy
TEATRO › LUIS BRANDONI, PATRICIO CONTRERAS Y EL REGRESO DEL TIGRE
La pieza de Luis Agustoni que se representa en el Paseo La Plaza pone el foco en lo que sucede cuando un hombre reaparece frente a la mujer y la hija que abandonó una década atrás. “Los lazos de sangre no se pueden desatar fácilmente”, sostienen los actores.
Por Hilda Cabrera
Esquivar el compromiso con la mujer que amó y abandonó cuando supo que había quedado embarazada de él se convierte en problema para el hombre que, pasada una década, decide reencontrarse con esa mujer para saber del hijo o de la hija que nació de aquel enamoramiento. El regreso del Tigre –obra de Luis Agustoni estrenada en la Sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza– recorta una situación conflictiva en la que si el tiempo cronológico es importante, el de la conciencia lo supera. En diálogo con Página/12, los protagonistas de esta comedia, Luis Brandoni y Patricio Contreras, describen a ese Tigre que regresa como a un personaje de comportamiento adolescente “que en su momento no quiso ser padre, pero al que tampoco le interesó la suerte de la mujer ni de la criatura”, puntualiza Contreras, en el papel del que retorna convulsionando a la casa de Dimas, esposo de Luisa (Florencia Raggi), ex novia de ese rockero que vuelve. Casa que es también la de Juana, la niña en cuestión.
Profesor y escritor de temperamento reflexivo, Dimas es quien abre esta pieza, dirigida por Luis Romero. En combate con la creación y el tiempo, este personaje expresa la complejidad de su mundo interior mientras lee en voz alta su ensayo: “El tiempo es algo vivo. Es una parte de nuestro organismo. Lo consideramos una fórmula exterior, como las hojas de un almanaque, y en realidad es un órgano de nuestro sistema tan importante como el corazón o los pulmones. El corazón se acelera, la respiración se agita, el pensamiento se desboca. Es la víscera del tiempo que no cree en nuestros ‘para siempre’, nuestros ‘ahora mismo’, nuestros ‘nunca más’”.
–¿Qué significado tiene esta reflexión de Dimas?
L. B.: –El conflicto interior de Dimas es imbricado por el autor con los demás aspectos de la obra. Arranca con el ensayo que está escribiendo mi personaje y articula después con lo que les sucede a los otros. El tiempo se revela en cada uno y en cada escena, y el autor lo relaciona incluso con los lazos de sangre, que –se sabe– no se pueden desatar fácilmente. De esta manera, a través de Dimas, se introduce el tiempo de la mujer, Luisa, que cae en una situación de desconcierto al ver al Tigre, hecho que produce una crisis en el matrimonio.
–¿Cómo es el presente en esa articulación del tiempo? ¿Merece más desarrollo o se lo desecha rápido?
P. C.: –El presente se escapa aunque uno no quiera. El presente enseguida es pasado y de lo único de que uno dispone es del futuro.
L. B.: –Hay presentes y presentes. Recuerdo un dibujo de Caloi, hace años en la revista de Clarín, donde aparecía dibujado el cielo, Dios en su trono, y en tamaño mucho menor un jugador de fútbol que le contaba a Dios que acababa de hacer un gol, que el estadio festejaba y él estaba allí para pedirle que detuviera un cachito el tiempo. Ese deseo ante un presente que nos hace felices lo tenemos todos. Pienso que algo de esto le habrá sucedido a Del Potro al llegar a Tandil. El muchacho no paraba de llorar. Seguramente ahí se encontró con su verdad, que es Tandil, que no es Nueva York ni Buenos Aires. En la obra los presentes son conflictivos para los cuatro personajes, y están ahí, permanecen, porque modifican a todos durante el transcurso de la historia. Como suele ser recomendación para los autores, los personajes van cambiando a los ojos del espectador. Ninguno queda como al principio.
–¿Quisieron en algún momento detener el tiempo?
P. C.: –En esta obra me conformaría con que algunas escenas fueran menos veloces...
L. B.: –Que duren más. Me gustaría, por ejemplo, que la única escena que tenemos los dos solos durara diez, quince o veinte minutos. Cuando uno ya está asentado en la obra es lindo desarrollar más las escenas que cree fundamentales, sobre todo cuando, como sucede acá, percibimos que no estamos perdiendo la atención del público, que la conversación de esos dos tipos interesa. Pero no me quejo, dura lo que dura, y nos queda el desquite del día siguiente.
P. C.: –Es la escena en que mi personaje va a la casa de Dimas a buscar a su hija, que aún no llegó del colegio, y quedan los dos solos, sin intermediarios, sin la presencia de la madre ni de la chica. Es un momento muy sentido y verosímil, donde se ve el esfuerzo que hacen estos hombres por no ser desagradables.
–Coinciden en no dañarse...
L. B.: –Sí, superan el prejuicio respecto del otro. Si bien primero dialogan en tono frívolo, la conversación cambia cuando van a lo que importa, a Juana, la hija. El Tigre, que ahora le parece a Dimas un tipo fantástico, fue un fantasma rondando la vida del matrimonio.
P. C.: –También el Tigre opina en forma positiva de Dimas. Lo califica de gentil.
–¿Será porque se trata de una conversación entre varones?
L. B.: –No, ésta podría haber sido una conversación de mujeres, aunque mantenida seguramente con menos discreción.
P. C.: –Es cierto, porque las mujeres a los cinco minutos de conocerse ya están hablando de si son separadas o engañan al marido o si es el marido el que las engaña.
L. C.: –Tienen menos pudor, sin embargo no perdamos de vista que las verdaderas protagonistas de ese diálogo son dos mujeres, la hija y la esposa de Dimas y ex novia del Tigre, que tuvo la conducta de un joven ambicioso que fantaseaba con ser un rockero internacional. Este comportamiento no lo convierte en monstruo, así como no se puede decir de Dimas que sea un zonzo.
P. C.: –Los celos retrospectivos en la pareja, la angustia que producen los fantasmas del pasado, el tema de los chicos como víctimas de las disputas de una pareja son cuitas planteadas en esta obra, que tiene además elementos muy efectivos, como el recurso del aparte al público de gran tradición en el teatro.
L. B.: –Muy utilizado en el teatro del Siglo de Oro español...
P. C.: –Y en buena ley, porque provoca un humor que nace sincero, brinda al público la oportunidad de conocer la parte oculta de Dimas, que al transmitirla de esa manera atrapa aún más al espectador y lo convierte en cómplice.
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