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Martes, 16 de marzo de 2010

TEATRO › DIQUI JAMES Y EL REGRESO DE FUERZABRUTA

“Aquí el clima también lo genera la gente”

“Estamos yendo hacia algún lugar que no sé cuál es, pero no siento que hayamos llegado todavía”, dice el cofundador del grupo, responsable de un espectáculo capaz de saltar toda barrera idiomática o social, impactante aquí, en Nueva York o en Japón.

 Por Sebastián Ackerman

Más de veinte años tratando de que el teatro sea una comunión entre actores y público, pero siempre con un plus, un “algo más” que destierre definitivamente la división entre escenario y platea. Desde la Organización Negra, pasando por De la Guarda y ahora con Fuerzabruta, Diqui James apuesta a emocionar desde la vivencia física, ametrallando a quienes participan del espectáculo con sensaciones que apuntan más a lo vivencial que a la reflexión. Para ello, imagina paredes y techos para correr, discute la ley de gravedad con bailes aéreos y plantea que el público es parte de la obra. “Lo que nos proponemos es hacer que el espectáculo sea un viaje emocional, ir más rápido que el pensamiento del espectador”, sostiene ante Página/12. “No me interesa relacionarme con la parte intelectual de los espectadores, queremos ir tan rápido para que todo eso te lo lleves para después del show, que no te pongas a analizar en el medio. No partimos de ninguna teoría del arte; hacemos lo que nos gusta, lo que nos excita, lo que sentimos que genera cosas”, apuesta sobre Fuerzabruta, el espectáculo que presentan este viernes en el C. C. Recoleta.

“Fuerzabruta es una obra de teatro que tiene características particulares: no hay butacas para el espectador ni escenario para los actores. No contamos una historia lineal, sino que es como un viaje sensorial, emocional, donde dejamos cosas abiertas para que cada uno tenga su propia interpretación. No usamos la palabra como elemento de relato. Son, ciertamente, características muy particulares...”, se entusiasma uno de los fundadores del grupo. Esa apuesta apunta a establecer un tipo particular de relación con quienes estén en la sala (o lo que funcione como tal), diferente a la que se genera en el teatro tradicional. “Creo que el espectáculo se dirige al cuerpo, al sentimiento, a las emociones, a los estímulos sensoriales”, lo que no implica estar saltando todo el tiempo, aclara James. “Podés tener una conversación con alguien y que sea muy emotiva, poética, y totalmente mental. No tenés que estar cogiendo para tener una relación emocional y poética con otra persona. Lo intelectual tiene que ver con vivir las cosas a partir de las teorías, y ese lugar es el que no me interesa”, postula.

–Esta intención de generar un nuevo lenguaje teatral, más corporal, ¿cuánto progresó desde la Organización Negra hasta hoy?

–Es una pregunta que yo también me hago. Siento una evolución hacia algún lugar. Estamos yendo hacia algún lugar, que no sé cuál es, pero no siento que hayamos llegado todavía. Estamos como a mitad de camino de algo, de encontrar un lenguaje... Todavía tenemos muchas limitaciones, como no usar la palabra dentro del lenguaje nuestro. A mí la palabra me saca de mi lenguaje, y me molesta eso. Me gustaría lograr con la palabra lo que siento que logro dentro del resto de todo el lenguaje que usamos. Y de la Organización Negra a hoy me parece que estamos en un lenguaje muy similar. Pero con Fuerzabruta estamos llegando a un lugar diferente, estamos generando teatralidad a partir de la interacción de las escenografías con el público y con los actores, cosa que nunca antes habíamos trabajado. Me parece que eso nos hizo dar un pasito más cerca de un lenguaje más contundente y más rico, más teatral. Estoy muy contento con Fuerzabruta en ese sentido. Y estamos trabajando con ese concepto en un espectáculo nuevo...

–¿Qué les permite ese recorrido, ese nuevo lenguaje, que el teatro tradicional no?

–Lo primero que nos propusimos desde el primer día de la Organización Negra fue salir de ese lugar intelectual y burgués del arte, y sobre todo del teatro. Nosotros queremos que un tipo que nunca leyó nada en su vida venga a ver el espectáculo y se emocione, que lo entienda perfectamente. No nos interesa hacer obras para gente que leyó Shakespeare, y el que no lo leyó no entienda nada. O con el psicoanálisis. No digo que no sean conocimientos valiosos, pero a mí no me interesan ni como artista ni como espectador. El hecho de necesitar hacer algo donde cualquier persona pueda entenderla, sea analfabeto, campesino, viva en China o en Europa... Siento que necesito tener un lenguaje donde pueda llegar al cuerpo, al corazón, a la mente de todas esas personas.

–¿Y cómo surgió la idea de explorar en un nuevo lenguaje?

–Entré al Conservatorio Nacional de Arte Dramático y a los pocos meses me di cuenta de que no tenía nada que hacer ahí. ¡Me fui a los seis meses! Y empecé a buscar. Me di cuenta de que no tenía ganas de estar en un escenario, que tenía ganas de sacudir a la gente, salir a la calle... Para mí, el teatro callejero es lo más grande que hay. Con la Organización Negra, la única vez que hicimos una obra en el teatro fue en el ’92 en el San Martín, y después del estreno me quería morir porque no había sentido ninguna diferencia entre el ensayo general y el estreno. Un embole total. Me empecé a aburrir, y sufrí muchísimo durante todo ese año. Obviamente que hay miles de actores que la pasan bien arriba del escenario, pero yo dije que nunca más pisaba un escenario. Y ahí empezamos a correr por las paredes, a saltar por el aire y todo eso, y volvimos a los orígenes de la Organización.

Esa comunión entre actores y público, esa preponderancia de las emociones y el intento de contagiar alegría que es su búsqueda en cada grupo que formó y que lo hizo saltar de La Organización a De la Guarda, y de ahí a Fuerzabruta (ver recuadro) le recuerda a los carnavales que supo disfrutar en su infancia. “La base de todo está en el carnaval, donde la gente sale a la calle y se juntan los chicos con los grandes, los ricos con los pobres. Si no te emociona lo que estás viendo no le das bola y te vas. No hay ninguna convención que la gente va a aplaudir por compromiso. Está esa tradición fresca y salvaje... Es la base de todo. Nosotros perdimos mucho el carnaval”, se lamenta, y compara: “El espectador forma parte de la obra, le da la temperatura a la obra, y como no es un espectáculo en el que te dirigís a individuos sino que, de alguna manera, es un evento social como el carnaval. Entonces, cuando hacés una obra en la que la gente forma parte, el clima también lo genera la gente y la reacción grupal como minisociedad”.

–Estuvieron de gira por Portugal, Inglaterra, Estados Unidos, México, Alemania, Japón, entre otros países. ¿Notan diferencias entre los diferentes públicos?

–En Japón no se saludan ni con la mano. No se tocan. Y cuando vos le planteás un espectáculo como éste les vuela el cerebro, porque son códigos totalmente diferentes a los que ellos están acostumbrados como sociedad. Obviamente, es una reacción muy diferente a la de un brasileño, al que lo agarrás, lo abrazás, lo tocás, lo hacés bailar y no tiene ningún drama. También hay sociedades que son súper contemplativas: a un japonés le podés poner una escena contemplativa que sea linda durante media hora, y a un mejicano o un colombiano se la ponés durante cinco minutos y ya te pide “Dale, vamos a darle a algo”. Después hay sociedades raras como Nueva York, que es una isla en la que nadie es de ahí. Entonces cualquiera de cualquier lugar del mundo a los dos días es de ahí. El espectador en Nueva York tiene esa actitud de un no-lugar donde no hay un código concreto social; está todo tan mezclado que te da una particularidad muy loca. Es muy raro lo que pasa ahí, muy interesante.

A partir de esas diferencias, explica cómo debe adaptarse la obra a los espectadores, de acuerdo con sus particularidades: “Para el público taiwanés era muy importante poder responder, entonces –por ejemplo- en lo que se va a ver acá hay sólo dos blackouts (apagón general) en toda la obra. Allá tuvimos que hacer como seis, porque nos dimos cuenta de que necesitaban ese momento de responderte, porque era todo demasiado raro para ellos. Y toqué algunas escenas para que esto termine acá, y pudieran decir terminó, y gritaban, aplaudían y volvían a cargar pilas. En ese sentido, yo me cago en la obra. No es intocable, es fundamental la relación del público con la obra”, explica en relación con su última gira (ver recuadro), y continúa: “Es como un disc jockey: si la gente no baila y sigue con el mismo tema es un boludo. Yo no quiero ir a un boliche donde esté el mejor disc jockey del mundo y estemos todos parados mirándolo y el pibe no cambie el tema. Si no estoy generando lo que quiero generar con algo, lo cambio. No me importa”, concluye.

La necesidad de crear

Diqui James tiene su historia en esto de crear grupos: la Organización Negra, en los albores de la democracia allá por el ‘84, y De la Guarda, a fines del ’92, cuentan en su haber. Fuerzabruta es su última inspiración, un desprendimiento de De la Guarda –de hecho, hay varios integrantes de aquella agrupación como el musicalizador Gaby Kerpel–, con quienes conoció el éxito internacional. Pero ese mismo éxito fue el que lo empujó a abrirse del grupo y buscar nuevos senderos para recorrer. “Por suerte y por desgracia, una de las cosas que me pasó con De la Guarda y por la cual creo que no pudimos seguir con algunas de las personas de ahí fue que necesitábamos hacer un espectáculo nuevo”, recuerda James. “Para mí es muy importante hacer algo nuevo, y trabajar en eso. Cuando pienso una obra, no me interesa hacerla pensando que ésa va a ser la obra que voy a querer repetir y hacer toda mi vida.” Hacer una obra y que le vaya bien, no lo duda, le da “posibilidades de hacer otra; por eso quiero que me vaya bien”. Por eso apuesta a Fuerzabruta: si les va bien, “es que nos da la posibilidad de hacer otro espectáculo. Y con De la Guarda nos iba tan bien y yo no tenía la posibilidad de hacer otra obra, y yo decía ‘qué me importa que me vaya bien si no puedo crear algo nuevo’”, confiesa.

Una sobrecarga de sentidos

Con De la Guarda y Fuerzabruta recorrió varias ciudades de todo el mundo, atravesando culturas, lenguajes y costumbres: desde sus primeras giras internacionales que los llevaron a actuar en el Maracaná en Brasil y Francia, a este presente en el que ya visitaron casi toda Europa y América latina, su última gira los encontró actuando en la ciudad de Taipei, en Taiwan, de donde acaban de llegar. “Es una sociedad muy rara. Japón es muy moderno, pero acá es como más provinciano, y la reacción de la gente era una locura. Era una excitación... Se ponían a gritar muy raro. Es como que estaban totalmente sobrepasados por la situación, y lo recontra disfrutaban. Venían recontra excitados, y nos preguntábamos: ‘¿cómo los vamos a levantar de acá?’, porque entraban ya al palo... ¡Aaaaahhh! Fue una locura”, recuerda con alegría.

Fuerzabruta se presenta de martes a viernes a las 21, sábados a las 19.30 y 22 y domingos a las 19 en la sala Villa Villa del C. C. Recoleta (Junín 1930).

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Imagen: Alejandro Elias
 
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