Martes, 27 de julio de 2010 | Hoy
TEATRO › FEIZBUK, THE BOX, PROYECTO VESTUARIOS Y AMOR, DOLOR Y QUé ME PONGO
Mercedes Morán, Javier Daulte, José María Muscari y Natalia Geci cuentan cómo arribaron a sus propuestas con un diseño de producción cambiante, que toma la aparente fragmentación para encontrar una narrativa que se va completando con cada puesta.
Por Emanuel Respighi
Si –como suele decirse– las crisis representan oportunidades únicas para desarrollar la creatividad, en determinados ámbitos la sobreabundancia también puede ser motivo necesario para agudizar el ingenio. En una oferta cultural de magnitud como la que muestra la cartelera porteña –ubicada al mismo nivel que la de Londres, Nueva York o Madrid–, aquellos que trabajan en el teatro se tropiezan siempre con el mismo de-safío: ¿cómo hacer para acaparar la atención del público entre las más de 400 obras teatrales que se estrenan anualmente, en las casi 200 salas –entre comerciales e independientes– que existen en la ciudad de Buenos Aires? En esa intensa actividad teatral, que incluye una cifra estimada de cuarenta mil personas estudiando teatro en institutos privados y públicos, la calidad de la puesta como “gancho” de atracción se convirtió en condición, pero no en motivo suficiente. Así, las propuestas no tradicionales en su estructura se convirtieron en una nueva ola que invade tanto el circuito comercial como el independiente.
Hoy, la originalidad es un plus que cotiza alto en el ámbito teatral. Y no se limita únicamente al ingenio que se pone en marcha arriba del escenario, sino que también se extendió al marco que contiene a una obra y que termina de darle sentido a la puesta. En el activo panorama porteño, actualmente conviven en la cartelera una serie de piezas que se asemejan por coincidir en un diseño de producción atípico, donde una misma obra o nudo dramático es interpretado en paralelo por diferentes elencos que rotan por día o función, según la búsqueda que persigue cada proyecto. Un recurso que, con sus matices, es mucho más que un intercambio de actores o actrices.
En algunos casos, los elencos rotan a diario, como en Feizbuk, la megaobra de José María Muscari que cuenta con siete compañías diferentes. En otros, como en Vestuarios, de Javier Daulte, el proyecto consta de dos obras independientes entre sí, pero que giran alrededor de la misma anécdota. En este caso, Vestuario de hombres es interpretado por un elenco masculino, mientras que Vestuarios de mujeres, por uno femenino. En línea similar, en la simbólica The box la idea se bifurca entre la función protagonizada por el staff femenino y la que hace el masculino. Un caso distinto es el de Amor, dolor y qué me pongo, la pieza dirigida y adaptada por Mercedes Morán, cuyo diseño de producción tiene pensado renovar algunos roles femeninos cada dos o tres meses. Con sus matices, cada pieza busca hacer del hecho teatral una experiencia dinámica y “viva”.
“Las obras de estructura no tradicional como Amor, dolor y qué me pongo le aportan variedad, dinamismo al teatro”, cuenta a Página/12 Morán, que con la adaptación local de la obra de las hermanas Nora y Delia Ephron debuta como directora. “A mí me permite atravesar la experiencia de cómo puede ser contada una historia desde distintas miradas –explica–. El cambio en el diseño de producción vuelve a la obra más rica y me imagino que para un espectador que ve el show, y puede volver a verlo con otra actriz, también le puede resultar atractivo. Yo tengo un concepto muy alto del público de teatro en esta ciudad. Y con Agosto (N. de la R.: la obra que la actriz protagoniza) lo pude confirmar: aquellos que pensaban que el público argentino no se bancaría una obra de tres horas, que además es un drama familiar, se sorprenden al saber que llena la sala desde hace más de un año. Así que también creo que el público estará encantado de tener la posibilidad de elegir un espectáculo en el que los roles son interpretados por distintas actrices.”
Si bien hay una coincidencia entre las obras, relacionada con que todas rompen con el molde tradicional de la puesta teatral, las motivaciones que cada autor y/o director encontró para elegir esta particular manera de planificar la relación del hecho artístico con el público son diversas. En Proyecto Vestuarios, tanto en la obra protagonizada por hombres como en la de mujeres la anécdota básica es la misma: un equipo amateur de lacrosse de un club de barrio logró llegar a la final del mundo. Cada espectáculo se divide en dos escenas, que se desarrollan en un vestuario: la primera, antes del cotejo final; la segunda, una vez terminado el partido. Aunque el nudo dramático y el lugar en que se desarrollan las dos obras son los mismos, lo llamativo es que en este caso las piezas son diferentes, al punto de que no hay ningún texto en común.
“La idea de hacer una obra de hombres y otra de mujeres surgió sin mayor especulación”, puntualiza Daulte, autor y director de Proyecto Vestuarios. “Tenía la idea base desde hacía mucho tiempo, pero a la hora de decidirme siempre surgía la misma pregunta: ¿la hago con hombres o con mujeres? Recién el año pasado se me aclaró la cuestión cuando me dije ‘tengo que hacerlo con hombres y con mujeres’. Aún no sé qué efecto puede producir ver ambas obras. Sí sé que a la hora de experimentar me parecía que había aspectos del universo masculino, por un lado, y del universo femenino, por el otro, que me interesaban con la misma intensidad y que si hacía la experiencia sólo con hombres, o sólo con mujeres, me iba a quedar con la sensación de algo faltante”, señala quien también escribe los libros de Para vestir santos, el unitario televisivo que El Trece emite los miércoles a las 22.30.
Diferente fue el caso de Feizbuk, donde la idea de conformar una megaobra multielenco surgió desde su misma concepción en la activa cabeza de Muscari, como una manera de que haya coherencia entre el contenido y la forma. ¿Qué mejor que abordar la era de las redes sociales creando diferentes versiones de un mismo texto? “Me parece que la diversidad y la multiplicidad le dan a la obra algo muy real, ya que la red virtual lo es, se multiplica momento a momento”, reflexiona el ecléctico director. “Creo que Feizbuk es realmente novedosa, pues son siete versiones de un mismo texto, pero con puesta distinta y licencias personales según cada elenco. La obra expone la relación de las personas con su pulsión a exhibirse, lo personal vs. lo expuesto. En este punto, Feizbuk es una fuerte reflexión, sobre nuestros días, nuestro patetismo y nuestra locura”, concluye quien para el armado de los elencos y no desentonar con la génesis del proyecto, convocó a un masivo casting por la web (ver aparte).
En el polo opuesto, la dual puesta de un elenco femenino y otro masculino para The box muestra cómo muchas veces la experimentación puede surgir por obra y gracia del azar. O, más bien, por accidente. “El proyecto comenzó en Inglaterra como obra masculina, pero cuando uno de los actores fundadores de la obra no pudo seguir representándola, surgió la idea de hacer un elenco femenino porque en el circuito independiente de Londres hay quince mujeres por cada hombre en los castings”, confiesa Natalia Geci, directora general de la obra que transcurre dentro de una caja flexible en la que se moldean las escenas. “La inclusión de un elenco femenino y otro masculino en este proyecto nos abrió un panorama enorme de posibilidades –dice–. En la obra se van formando cuadros de gran peso visual y simbólico. Y si bien los símbolos a los que alude son universales y exceden el género, sin embargo, el espectador los recibe de manera muy diferente, según vea a un elenco o al otro.”
De la misma manera que este tipo de proyectos teatrales conllevan un diseño de producción novedoso, la tendencia presupone un cambio en la manera en que el espectador se relaciona con las obras. En estos esquemas, paradójicamente, una obra puede no estar “vista” en su plenitud aun cuando ya se la haya visto una vez: si se modifican los elencos y/o el género de quienes los conforman, una misma pieza puede estar cargada de tantas lecturas como puestas haya. Como en toda obra artística, el sentido se completa con la mirada del otro. En estos formatos, las significaciones se multiplican según lo que ocurre arriba del escenario, si son mujeres o varones quienes interpreten los textos, si se trata de actores profesionales o no-actores y, en definitiva, en función de cómo los espectadores se relacionan con cada una de esas variables. Incluso, se puede ir más allá y preguntarse hasta qué punto proyectos como Feizbuk son siete actos de una gran pieza, o se trata de siete obras diferentes bajo un mismo manto temático o guión. O si Proyecto Vestuarios consta de dos obras o de una única pieza dividida en dos actos.
Nadie mejor que los autores y directores para zanjar el interrogante. “Las dos cosas –suelta Muscari–. Son obras independientes, personales y únicas. Pero creo que Feizbuk es un gran evento que, para poder captarlo, es recomendable tener la experiencia de ver más de una puesta. Y ver cómo el texto puede ser sólo un planeta para que diferentes seres armen su mundo total de personalidad. Por eso cada función tiene un subtítulo: ‘Míticos’, ‘Sex’, ‘Hot’, ‘Tours’, ‘Freaks’, ‘Stars’, ‘Teens’ son las categorías de estos raros terrícolas que hacen un nuevo Feizbuk cada noche.” Morán coincide en la idea de que renovar roles cada tanto en Amor... no significa la generación de nuevas obras, “ya que la historia es la misma, lo que varía es el punto de vista, que en cada caso coincide con lo que cada actriz le aporta”. Por su parte, Geci prefiere hablar de que “el formato de The box es tan fuerte y condicionante, que no podría hablar de dos obras diferentes: en todo caso, se podría pensar como una misma obra, de matices diferentes”.
Para corroborar el hecho de que las similitudes entre las puestas son tan marcadas como sus diferencias, Daulte sostiene que Vestuario de hombres y Vestuarios de mujeres tienen muy poco en común. “Me lo planteo como obras diferentes. Si uno ve una sola de ellas no va a salir con la sensación de algo inacabado. Aunque sí parece (y esto lo digo por aquellos que ya han hecho la experiencia) que al ver ambas, algo, un efecto, se produce”, remarca. Pese a ello, el dramaturgo y director no cree necesario que el público tenga que ver las dos obras para capturar el verdadero sentido del proyecto. “Eso es algo que depende de cada espectador. Supongo que no es lo mismo ver una de ellas, que ver las dos. Como tampoco es lo mismo ver las dos seguidas (como puede darse el día sábado), que verlas en días diferentes. En ninguna de las dos obras se tematiza la cuestión del género. Pero creo que al ver la dos es inevitable reflexionar al respecto. También creo que si un espectador ve una de las obras y le interesa lo que vio, se enciende más fácilmente la curiosidad de saber cómo es la otra”, reconoce Daulte.
Trabajo experimental para quienes las llevan a cabo, las obras con diseño de producción atípico pueden tentar a los espectadores a relacionarse con el teatro de una manera diferente, más amplia y de sentido progresivo. En este esquema, una obra pierde su sentido rígido para transformarse en un encuentro en continuo desarrollo. Algo así como un work in progress acabado. En este aspecto, la posibilidad de que el público vea una sola puesta o cada una de ellas para captar el concepto del proyecto queda librada a elección de cada cual. “Ver la obra en su versión femenina y en su versión masculina no es necesario para capturar el verdadero ‘sentido’ del proyecto, pero sí tal vez para capturar la ‘experiencia’ completa de ver The box”, presume Geci. “El público está enterado cuando elige venir a la función de un día, que existe esa supuesta otra caja, y ello ya genera una falta de completud, una intriga o incomodidad extraña para la expectación a la que acostumbra”, reflexiona.
Búsquedas personales o conceptuales, originales estrategias de atracción de espectadores, o nuevas maneras de vincular al teatro con la mirada del otro según lo exigen los tiempos actuales, los proyectos no tradicionales llegaron a la cartelera porteña para modificar la escena. La relación entre el emisor del mensaje y el receptor adquiere, ahora, significaciones múltiples. Muscari cree que en las obras de este estilo los espectadores pueden limitarse a la experiencia teatral tradicional y ver sólo una de las puestas de Feizbuk, o aprovechar y comprometerse en un viaje magnánimo como el mismo proyecto que construyó. “Creo que pueden ver una sola y pasarla genial, pero sin dudas ver las siete obras arma una experiencia completa, incomparable a la de ver sólo una”, arriesga. Y aporta una última definición que puede servir para comprender el encanto oculto de esta nueva tendencia teatral. “El fragmento –dice– es independiente, pero el todo siempre es erotizador.”
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