Viernes, 2 de noviembre de 2012 | Hoy
TEATRO › ENTREVISTA A ELOY GONZALEZ, CREADOR DEL CICLO NECRODRAMA
El director teatral reconoce que su obsesión con la muerte lo llevó a crear este ciclo interdisciplinario, que ya va por su quinta edición. Esta vez, la presentación en Buenos Aires incorporará la preocupación por la naturaleza.
Por María Daniela Yaccar
De chico, Eloy González veía que su abuela iba seguido al cementerio. Pedía huesos y, con ellos, armaba centros de mesa con forma de calaveras. “Me lo tomaba como algo natural”, recuerda este director teatral de 27 años, obsesionado con la muerte, a tal punto de que creó un género para pensarla. Los adornos de la abuela y la seguidilla de muertes de sus mascotas son las explicaciones freudianas que le salen acerca de la fundación de Necrodrama, un ciclo interdisciplinario que va por su quinta edición y que se propone reflexionar sobre la muerte de personas jóvenes. En estos años, a través de conferencias ficcionadas –una invención de González–, Necrodrama se ha ocupado de crueles asesinatos, como el de María Soledad Morales, o de suicidios enigmáticos, como el de Ricky Espinosa. En esta oportunidad el disparador fue la muerte de un niño de 8 años en una favela de Río de Janeiro. El ciclo se desarrollará entre Buenos Aires y Brasil, donde González vive la mitad del año.
En esta edición hay una preocupación que no estaba en las anteriores: la naturaleza. La liga de la Tierra es la única conferencia que se verá en Buenos Aires (hoy y mañana a las 23.30 en El Excéntrico de la 18, Lerma 420), en la que doce jóvenes advertirán sobre la muerte del planeta. El viraje del ciclo tiene que ver con los cambios de su autor: un día González viajó al Amazonas, “la fla-sheó” con la ayahuasca, vio un terreno, lo compró y se instaló en la isla de Croa, en Maceió. Entonces comprendió que había distintos modos de vivir la vida y que se podía intentar otra relación con el entorno. “La información decantó ahora y la incluí en el ciclo”, cuenta a Página/12. En San Pablo se verá una instalación sonora hecha con entrevistas a ex fotógrafos de la sección policiales de Noticias Populares. También, un pedido de justicia –habitual en los Necrodramas– llamado Balas perdidas, sobre la muerte del pequeño Matheus Rodrigues Carvalho, asesinado en la puerta de su casa en medio de un enfrentamiento entre narcotraficantes y policías. Se verá en la Favela da Maré, donde ocurrió el episodio.
–¿Cómo llegó a vivir en Brasil?
–En 2005 tenía ganas de ir a algún lugar inhóspito y elegí el Amazonas. Quería vivir en la selva, pero no dentro de lo turístico. Llegué a unas florestas perdidas y me quedé una bocha de tiempo. Paré en la casa de los cabloclos, que son mitad indio, mitad no, en la región de Santarem. Después desemboqué en Belem, fui bajando por las playas. Tomé ayahuasca en el medio de la selva. Fue espectacular: pasás a otra realidad, es mágico. Son seis horas de efecto. La primera media hora vomitás un montón, después estás en paz total y viajás para todos lados. Es una raíz que tiene que ver con morir y renacer. Es bastante Necrodrama.
–Ve todo en clave de Necrodrama. Pero cuando probó la ayahuasca el ciclo no era ni una idea, ¿no?
–No. Justo en esa época estaba haciendo una obra en homenaje a Borges, por los veinte años de su muerte. Había leído toda su obra entre los ríos y los barcos, remambeado. ¡Ahí monté la obra! Terminé de armarla acá. Ahora vivo en una islita. Se dio esto de estar la mitad del año allá y venir y hacer cosas. Es una isla atravesada por el río y por el mar, que es bien plano. Por el río pasa un puente que construyeron hace un año. Antes cruzaba con una canoíta. Vive bastante gente. Como el puente es nuevo, está como quedada en el tiempo. Todos se conocen, saben todo lo bueno y lo malo de los otros. Viven pescando. Y nada más.
–¿Y qué hace allá?
–Hago una vida de Robinson Crusoe. Tengo la playa muy cerca. Voy a pescar, nado, hago cosas en la casa, leo. Tengo cuatro madres. ¡Es ridículo! Hay cuatro señoras isleñas que me re-quieren y me hacen la comida. Cuando caí no entendía nada. Buscaba una aventura. No hay en la vida una manera: hay un montón. Pasa que la cultura te lleva a seguir ciertos parámetros. Siempre fui de buscar otros caminos, de llevar la contra y de ver hasta dónde puedo llegar. Y hasta acá llegué. Es otra vida. Acá, en Buenos Aires, veo a la gente con energía baja. Va perdida, haciendo lo que tiene que hacer. Pero si das un paso para otro lado podés cambiar todo. La persona tipo, la que puede elegir mínimamente, sólo necesita valentía para elegir otra cosa. Nosotros no tenemos a la naturaleza tan presente como la tienen en Brasil. Esta es una época del planeta que es bastante terrible. De eso habla La liga de la Tierra.
–¿Qué dice esta conferencia sobre la naturaleza?
–En estos tiempos está más presente la idea de que el sistema no va a soportar más. Hay algo que no está funcionando: sigue habiendo una miseria terrible y los políticos dicen cualquier cosa. El sistema capitalista es perverso. Lo único que hacen los que están en el poder son negociados para explotar recursos naturales. Y eso no baja a la realidad de la gente. Es un poder terrible que ya existió. Pero en este momento se deforesta a más no poder. Inventan un Río+20 que es una mentira absoluta, porque están haciendo la hidroeléctrica más grande del planeta en el Amazonas. Los indios del río Xingú quieren ir a la guerra. Van a salir de ahí adentro, no se sabe cuántos hay. Habría una guerra de indios: sería espectacular. Si en diez años no cambiamos el modo en que tratamos a la naturaleza, no se sabe qué puede ocurrir. Nosotros somos nuestros asesinos.
–¿Y en Brasil qué ofrecerá?
–Vamos a ir por un lado más poético y existencial con La liga de la muerte, que habla del miedo a morir, y con una instalación sonora de un diario muy conocido de San Pablo, Noticias Populares. Las tapas eran siempre una mujer en bolas, un muerto y fútbol. Hicimos entrevistas a cuatro fotógrafos del diario, ahora consagrados, que nos contaron que el diario era como un viaje de egresados. Hablaron de su relación con los muertos, a los que les sacaban fotos todos los días, por accidentes, asesinatos y otros episodios. Lo suyo era una tarea cotidiana, distanciada. Eran como sepultureros.
–¿A qué conclusiones llegó?
–No sacaban las fotos así nomás: buscaban ángulos especiales. Uno cuenta que le sacó una foto a una muerta y que escuchó un ruido de una cacerola que se cayó y se pegó un cagazo terrible. Y salió una tortuga de abajo de la cacerola, se le acercó a la muerta y le empezó a chupar el dedo. Le sacó otra foto y el titular fue “El último adiós de la tortuga”. Cada fotógrafo vive muy intensamente. Uno es híper alegre, quería tomar cerveza y hablar de minas. Hablaba de Noticias... con un amor bárbaro. Todos decían que era un trabajo y que tomaban distancia, menos la mujer. A ella le encantaba. Otro nos contó que lo llamaron porque había un pene colgado de un cable de luz en la calle. El titular fue: “¿De quién es este pene?”. Llegué a este diario porque estaba investigando la historia de Mamonas Assassinas, un grupo de rock famoso, cuyos integrantes murieron en un accidente de avión. El diario fue el que primero estuvo ahí. En Brasil se verá también el necrodrama más concreto, que es el pedido de justicia. Se armó un tiroteo entre policías y narcos y un nene que salía a comprar el pan terminó con un disparo en la boca. Murió en la puerta de la casa. Es sólo un ejemplo de un montón de casos que hay en las favelas. Vas a las escuelas y están las balas perdidas: en el pizarrón, los vidrios, las puertas. La gente ya sabe. Es un código estar en contacto con la muerte todo el tiempo.
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