Viernes, 2 de noviembre de 2012 | Hoy
CINE › ARREDONDO BUSCA EL ESQUELETO EN EL ARMARIO FAMILIAR
Como si fuera un Apocalypse Now! en versión documental, Sibila narra el largo y accidentado viaje de la narradora hacia el personaje que la desvela, presente recién en el último tramo.
Por Horacio Bernades
“Tú lo que quieres es que yo pida perdón, que me arrepienta, ¿no?”, reacciona Sybila Arredondo, con una suerte de furia helada, ante su sobrina Teresa, cuando ésta le pregunta si sabe qué la llevó a filmar esta película. Teresa Arredondo tenía siete años y vivía en Chile, cuando sus padres se enteraron de que la tía Sybila había sido capturada en Perú, como miembro de Sendero Luminoso. Quince años más tarde, la tía salió de prisión y una Teresa ya veinteañera empezó a sentir necesidad de llenar ese agujero familiar, producido por el silenciamiento del tema por parte de sus padres. El resultado de esa búsqueda es Sibila, ganadora de la competencia de Derechos Humanos en la última edición del Bafici y presentada, a partir de ese momento, en una enorme cantidad de festivales internacionales.
Buscar el esqueleto en el armario familiar parecería ser ya una corriente en curso del documentalismo latinoamericano, según hacen pensar películas como Familia tipo (2009), donde la argentina Cecilia Priego descubría la vida paralela que su padre llevó desde antes de su nacimiento, y Cuchillo de palo (2010), donde la realizadora paraguaya Renate Costa rastreaba la historia de un tío homosexual, condenado al olvido por el resto de la familia. Que en todos los casos hayan sido cineastas mujeres las que emprendieron la investigación es un detalle del que convendría tomar nota. Como si se tratara de un Apocalypse Now! en versión documental, Sibila narra el largo y accidentado viaje de la narradora hacia el personaje que la desvela. Personaje casi más grande que la vida misma que, como allí, se hace presente recién en el último tramo de película. “¿Por qué en casa no se hablaba de Sybila?”, pregunta Teresa Arredondo a su madre. Visiblemente incómoda, la señora esboza alguna razón, excusa o justificación, hasta terminar reconociendo que fue el hecho de que la tía fuera militante de Sendero lo que llevó a clausurar su nombre en casa.
“Dicen que esta canción hizo que Sybila se enamorara instantáneamente de Arguedas”, recuerda Teresa, mientras en off se oye una canción en quechua. A mediados de los ’60, Sybila (un misterio, la doble grafía del nombre) viajó a Perú, donde conoció al escritor José María Arguedas, toda una eminencia de la literatura latinoamericana. Arguedas terminaría suicidándose en Huancayo, dos años después de casarse con ella. Durante casi una hora de metraje, Sybila es un fantasma. Una figura condenada por algunos e inextricable para otros, que –como Kurtz– deja ver su sombra en fotos, recortes de diarios, cartas enviadas desde prisión (la hija conserva una, escrita en... papel higiénico), cartas que le envío su madre poeta –la figura que menos parece haberla cuestionado– y, sobre todo, la evocación de sus hijos y de los representantes de ambas ramas familiares de la realizadora, la paterna y la materna.
Tía por parte de padre, es lógico que esa rama de la familia comprenda o intente comprender más que la otra a la ex militante senderista, incluso en términos políticos. “¿Qué es un crimen, así, despojado de contexto?”, pregunta, desafiante, el padre de la realizadora, inaugurando una línea de argumentación que la propia Sybila desarrolla en la parte final. Al interior de la rama materna, las cosas se vivieron de manera bien distinta. El abuelo de Teresa, dueño de una importante papelera, dice haber vivido aterrado en los años ’70 y ’80, ante los “tributos revolucionarios” que los militantes de Sendero venían a percibir pistola en mano. “¡Já, terroristas!”, se ríe frente al televisor una Sybila de largo cabello blanco en su casa de Francia, en el último tramo del film. Allí, en Francia, buscó refugio tras ser liberada en 2002. El que menciona la palabra “terrorismo”, en un DVD aportado por la realizadora, es Alan García, en un noticiero de los ’90.
“¿Cómo le llamarías entonces a lo que sucedió?”, pregunta no sin cierta timidez Teresa Arredondo, intimidada tal vez por la rotunda figura que tiene frente a sí. “¿De qué víctimas me hablas?”, reacciona Sybila, ya algo tensa. “Víctimas son los que sobrevivieron”, afirma. “Víctimas son los pobres, los que no tienen para comer, los que viven, aún hoy, en condiciones miserables.” Los juicios sumarios a los que Sendero sometió a presuntos soplones en la zona de Ayacucho, las condenas express, las sangrientas ejecuciones ejemplarizadoras –de las que existen abundantes pruebas testimoniales– no son parte del discurso de Sybila. Teresa Arredondo opta por no perforar ese agujero negro del relato de la tía.
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