Miércoles, 24 de julio de 2013 | Hoy
TEATRO › SOFíA GUGGIARI PRESENTA SU ESPECTáCULO TE AMO TANTO PORQUE TE HE MATADO 2
Con el mismo imaginario tempestuoso de la primera entrega, Guggiari presenta otra serie de monólogos donde “el desborde de los personajes no implica necesariamente un drama”. Y afirma: “No me burlo de la realidad, pero le busco el humor”.
Por Hilda Cabrera
Explorar lo prohibido y asumir que la fantasía más perversa anida en lo propio y ajeno constituyen la base de los monólogos incluidos en Te amo tanto porque te he matado 2, escritos y dirigidos por Sofía Guggiari, también actriz, donde “el desborde de los personajes no implica necesariamente un drama”. Este trabajo, que se presenta en el Teatro Habitándonos y es continuación del anterior de igual título, transparenta un imaginario tempestuoso a través de “A flor de piel”, “La profe de historia”, “Insatisfecha”, “El cuerito”, “La nena”, “Olor a podrido o asco”, “Fantasía” y “Vecina”. Iniciada en el teatro durante la adolescencia, Guggiari sigue preguntándose qué hacer en teatro, política y psicología, disciplina que estudia en la UBA.
Luego de una primera actividad en los talleres del Centro Cultural San Martín tomó clases con Fernando Sureda, Andrés Sacchi, Diego Starosta, Norman Briski, Juan Carlos Gené y Ricardo Bartís. Se entrenó en comicidad con Mariana Briski; estudió danza jazz y clásica con Silvia Briemstam, Margarita Fernández, Silvina Laguna y Liliana Cepeda, y canto con Gisela Atman y Federico Tabu. Actuó en Locuración, de Eduardo “Tato” Pavlovsky (2006); Santa Rita, espectáculo coordinado por Daniel Veronese (2007); obtuvo una participación en Ya no pienso en matambre ni le temo al vacío, de Patricio Abadi (2009), y en los cortometrajes Y era domingo y Post Morten. También en Las primas, de Norman Briski; Hermana (danza teatro), creación colectiva dirigida por Sandra Fiorito, y La isla de los niños, que en 2011 codirigieron su hermano Ramiro Guggiari y el actor Horacio Pucheta, obra que participó del festival El Porvenir de ese año. En 2009, fue asistente de dirección de Vidé/la cinta fija, de Vicente Muleiro, dirigida por Norman Briski. La relación de Guggiari con su trabajo es franca: “Veo al teatro como una actividad que hace sólo el que quiere, tiene tiempo y puede. En Buenos Aires, sobre todo, se desarrolla dentro de un círculo y usa un lenguaje que pocos entienden. El teatro que habla del teatro, por ejemplo”.
–Sucede en otras disciplinas. ¿La pregunta es cuánto puede interesar una obra, un libro...?
–El interés es el de los que ponen una obra. Un interés terapéutico. Por eso lo importante es alejarse de uno, introducir más voces, como dice Soledad Velasco, que me asistió en la dramaturgia. Veo al teatro como un juego que nos hace bien; a la psicología, que estudio y me encanta, como una salida económica, y a la política, como una actividad que no se puede desconocer, porque política hacemos todos y está en nuestra conciencia cultural.
–En estos monólogos, algunos personajes cuentan su experiencia y otros son narradores dispuestos a revelar el final. ¿Por qué no se rebelan?
–Trabajamos los personajes desde lo psicológico y algunos bordean lo psicótico, que no es ni bueno ni malo. Cometen actos y no reparan en lo que hacen. Son personajes que no se ven generalmente en el teatro. En verdad, son reprimidos que no saben cómo amoldarse. Algo me enseñó la política y es que siempre que haya un rumbo, una puede ir probando y experimentando en el presente. Pero lo más importante es que ese rumbo tenga una premisa ética de justicia, inclusión y distribución de la riqueza. En este presente, necesitamos construir y sobre todo explorar. Aplico estas ideas a mi vida y al teatro. Hay que mejorar y “hacer” con total libertad, atreverse a jugar y acercarse a algo artístico.
–¿Cuál es el límite?
–Las historias de los monólogos son muy atrevidas, pero siento que puedo contarlas sin que la gente se horrorice, porque esto es un juego sobre la realidad, de la que no me burlo y en la que busco el humor.
–¿Cómo calificaría a ese juego?
–Vengo de una familia que hace psicodrama y enseña el “juego serio”, porque no solamente jugamos en la infancia (Guggiari es nieta del actor, dramaturgo y director Eduardo “Tato” Pavlovsky). Jugar responsablemente es un trabajo y una necesidad. La práctica del psicodrama invita a jugar sin miedo a que nos enjuicien. La gente, en Buenos Aires sobre todo, juzga demasiado. Dice “así se hace teatro o así no”. O “esto está bien y aquello está mal”.
–¿No interesa el conocimiento adquirido?
–Las teorías ayudan, pero estamos en un momento de “exploración organizada”, con cuidado y amor. ¡Parezco el Papa! Pero así lo siento, porque pasamos por etapas de mucho descuido en el trabajo.
–En el espectáculo anterior, los personajes convivían en un circo y aquí en una pensión, ¿qué los relaciona?
–El circo y la pensión son lugares de paso de personas que no eligieron estar juntas, pero todas tienen los mismos derechos y deberes. Las características son diferentes, un poco kitsch en los personajes de la pensión. Los monólogos, todos nuevos, hablan de lo mismo, pero apasionadamente. Se instalan en los bordes y hasta en el asesinato. Los textos, insolentes, pueden ser una descarga para los espectadores que ríen y se integran al chiste cuando les preguntamos qué habitación piensan alquilar. Esta interacción los hace más permeables y entran en la experiencia, distinta para cada uno.
–¿Qué sigue a estos monólogos?
–Bestia, una obra de 30 minutos que escribí para el festival El Porvenir de los teatros independientes, organizado para directores sub treinta. Es la historia de dos chicas en medio de un desastre, una catástrofe mundial. Quedan pocos sobrevivientes, ellas pierden el hábito de lo humano y regresan a una vida primitiva. Voy a trabajar también en una obra de Norman Briski, Las nereidas, que para mí tiene algo del cuento La sirenita. En la obra de Norman, dos nereidas quieren dejar de ser mito y vivir en el mundo real. Ellas quieren ser humanas. Es la lucha del ser o no ser, en el lenguaje de Norman. Un texto que al comienzo no entendí, y se lo dije, pero con él se aprende. Hice un seminario con Ricardo Bartís y también me costó, aunque sus clases me parecieron maravillosas. Gené me ordenó mentalmente. Era severo, y eso estaba bueno, porque soy un poco adolescente. Ahora me gusta el orden, y la política me enseña, si es política de verdad. Estar enamorada me organiza, y de la vida aprendo y me pregunto qué hago con mi vida, todos los días.
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