Sábado, 1 de julio de 2006 | Hoy
TEATRO › ALEJANDRO URDAPILLETA Y LAS CLAVES DETRAS DE “EL REY LEAR”, QUE SE ESTRENA HOY
Según el actor, la pieza que Jorge Lavelli dirige en el San Martín tiene vigencia “porque habla de las personas”. Y descree de la visión habitual de Lear como un loco: “En él hay una caída que es un conocimiento”, señala.
Por Oscar Ranzani
A pesar del agotamiento que le generaron los ensayos de seis horas diarias, Alejandro Urdapilleta sigue disfrutando con la misma intensidad del escenario, al que considera un genuino ámbito de libertad. Para el actor, el teatro es el lugar idóneo donde se puede crear, generar un estado que emocione a los otros o que les termine revelando algún asunto. Si bien este actor de 52 años es esencialmente del universo de las tablas –aunque participó también en cine y televisión– hacía tiempo que no pisaba un escenario. “Por un lado, estaba cansado, venía de hacer mucho teatro. Después no encontraba qué decir o qué hacer. De hecho, no me gustaba nada. Me ofrecieron muchas cosas”, comenta en la entrevista con Página/12 sobre las razones de su temporario alejamiento. “Me agarró una cosa como de qué decir o una responsabilidad artística respecto a qué dar, qué poner en escena. A la vez, quería hacer cosas mías, como siempre quiero hacer y lo seguiré haciendo. Pero hubo un bloqueo respecto a qué hacer y de encontrar gente con quien hacerlo”, agrega. Finalmente, hoy a las 20 Urdapilleta volverá a pisar el escenario del Teatro San Martín para interpretar el protagónico de Rey Lear, con concepción, adaptación y dirección de Jorge Lavelli.
Escrita por William Shakespeare entre 1605 y 1606, Rey Lear es una obra sobre el derrumbe de un poderoso. Lear delega su reino a Goneril y Regan, las dos hijas que lo adulan pero que enmascaran sus verdaderos sentimientos. La tercera, Cordelia, que no se presta a esa situación, es desheredada. Pero Goneril y Regan comienzan a urdir planes contra su padre, y a partir de su erróneo legado comenzará la caída de Lear en más de un sentido. A punto tal que terminará enloqueciendo. Urdapilleta encabeza un elenco que se completa con Roberto Carnaghi, Pompeyo Audivert, Marcela Ferradás, Marcelo Subiotto, Gustavo Böhm, Santiago Ríos, Facundo Ramírez, Daniela Catz, Emilia Paino, Luis Longhi y Eduardo Calvo, entre otros. La traducción corresponde a Patricia Zangaro. “Acercarme a este mundo, meterme en esta aventura de este rey tan egocéntrico que termina loco y conociendo algo de las verdades, era algo que me producía mucho entusiasmo”, dice el actor sobre los aspectos que tuvo en cuenta para aceptar la propuesta de Lavelli.
–¿Qué significa para un actor protagonizar una obra de Shakespeare?
–Hacer Shakespeare siempre es una cosa que trasciende el trabajo del actor. Entrás como en otro plano, te pega en lugares que son muy especiales, muy locos y muy importantes o no, pero que tienen una trascendencia diferente a la de cualquier obra.
–Trascendencia para su mundo interno, ¿no?
–Sí, y también en la parte técnica. Pero entrar en ese lenguaje, esas ideas y ese color, ese tipo de vuelo es lo que más me gusta. Rey Lear tiene toda una mística, una cosa que confieso ahora que estoy por estrenar no la tenía tan conocida. Leer la obra y nada más es una cosa. Pero después ponerte a hacerla es otra.
–Le da otros sentidos de interpretación.
–Claro, cuando la encarnás y comenzás a meterte en ese personaje aparecen ya directamente todas las fuerzas que mueven a ese personaje. Lo primero que le pregunté a Lavelli fue qué hacíamos con los ochenta años del personaje. “No, no me importan nada los ochenta años del personaje. No tienen nada que ver. Yo voy por otro lado más existencial, más esencial.” Pero haciéndolo y por la fuerza de la situación y de los textos, en cierto momento empezó a aparecer en mí, mágicamente, una cosa como de viejo. Sin hacerlo, no es que hago el viejito. Pero cuando te ponés bajo las leyes de la obra, de las escenas y respondés a los textos de los demás y vas viendo lo que te sucede y lo que te pasa, te vas sintiendo un viejo. Es un hombre ya grande, evidentemente. Y el cuerpo solo se transforma. Repito: es algo mágico.
–¿Qué grado de intervención tuvo usted en la composición del personaje?
–Lavelli no tiene esa cosa de componer el personaje, sino que se va componiendo solo. El pone la obra, hace una puesta y te pide “más energía acá”, “esto otro, acá” y vos solo vas sacando cosas de acuerdo con lo que va sucediendo y lo que te va pasando adentro. Y él compra o no. Y el personaje va apareciendo, cosa que es muy interesante. El es muy distinto a como trabajan generalmente otros directores.
–¿Cómo analiza la vigencia de esta obra de Shakespeare?
–Creo que Shakespeare tiene vigencia porque habla de las personas. Parece que hablara hoy. Pensar que está escrita en 1606 y las cosas que dice son totalmente modernas, pero a todo nivel... Habla de sentimientos, de familia, de lazos, de vínculos, de formas de ver las cosas. Uno dice: ¿pero cómo puede ser que en esa época se entendía igual el lazo padre-hija, por ejemplo? Incluso está adaptando una leyenda celta antiquísima y la historia sucede casi en un lugar primitivo. Algunos hablan de que podía llegar a hacerse una puesta como de la época de las cavernas, como si fuera la primera familia. Es primitivo todo. Sin embargo, están todos los ingredientes del hombre moderno. Hay fuerzas humanas que son modernísimas como el poder, el darse vuelta, la gente que dice una cosa pero que es otra, lo que esconde. Sin que haya una psicología: Shakespeare no es un autor donde hay una psicología. Los mecanismos que usa Shakespeare para todas las obras son absolutamente humanos, en el sentido de que no va a cambiar nunca. No evoluciona ni involuciona.
–¿Cómo piensa la locura a partir de un personaje como Lear?
–No la pienso como locura en el sentido de uno que bambolea la cabeza y da saltitos y se babea. No lo pienso así como locura. Creo que el tipo va entendiendo cosas. El sale de sí mismo, de su forma de pensar, sale de su círculo mental, se va yendo de lo que es él, va perdiendo. Es la caída de él. Una caída que, a la vez, es conocimiento. Es algo como el ego. Si sacamos el ego que tenemos cada uno y vemos con los ojos de verdad, vamos a ver cosas mejores o vamos a ver más, realmente. Entonces, los demás lo ven loco. Pero, en realidad, está haciendo un camino de conocimiento. Está empezando a ver distinto.
–Es como un fenómeno de lucidez interna.
–Exacto. Además, él lo considera locura. Le tiene terror a la locura pero, en realidad, se está volviendo cada vez más esencial. Le están importando menos sus cosas porque lo han traicionado. Se le vino abajo todo el reino. Todo él entero. Se quedó sin nada. Es como esos cuentos donde hay un hombre con mucha guita y, de repente, no tiene nada. Pasar de todo a nada te enseña si tenés capacidad para verlo.
–¿Por qué piensa que muchas veces el deseo de poder está por encima del principio de humanidad?
–Eso habría que preguntárselo al diablo (risas). Creo que es inherente a la persona y a la sociedad en que vivimos. Son como esas leyes de la publicidad: el que más tiene es el mejor, el que sobresale de la manada. Sos más porque tenés el Mercedes y el cartonero que tira el carrito no es nada. Son las leyes, es la educación y la mierda que nos meten en la cabeza. Y es con lo que vivimos.
–¿Es el mal aprendizaje cultural?
–Sí, pero también es inherente a la persona. Lo ves en los chicos. No soy sabio en ese aspecto, pero a mí me parece que en las personas está ya eso del hambre por ser más que otro. Es el ego, esa fabricación que hacemos nosotros de nosotros mismos como país, como individuos, como seres humanos. Creemos que somos más que los perros. Está esa cosa de que hay que ser más. ¿Por qué hay que ser más? Podés ser menos también.
–¿Cualquier persona puede llegar a la misma circunstancia que su personaje, en el sentido de la traición que padece?
–No sé. No en esa dimensión ni en la misma historia. No creo que Estados Unidos jamás llegue a pedir perdón. Pero sí en la vida de las personas, en la suya y en la mía y en la de todos, caemos y nos damos cuenta de tantas cosas como se da cuenta Lear. Después renacemos y creemos que está todobien y caemos de nuevo. Y la vida es eso. Porque no te deja paz, porque cuando estás perfecto un pariente tuyo está mal o a vos te pasó algo. Siempre estás cayendo. O se te caen los dientes, engordás y se te viene el cáncer. Zafaste del problemita y después vas a la tumba. Siempre es esa caída. Si para algo sirve esta vida es para entender esa historia, de que esto no va para arriba, va para abajo.
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