Sábado, 5 de julio de 2014 | Hoy
TEATRO
“Que Varesco no reciba más dinero que el acordado, ya que los cambios no los ha hecho él, sino yo. Y además debe estarme agradecido, porque se ha hecho para su honra”, escribía Wolfgang Mozart a su padre Leopold. Encargada por el elector de Baviera, el príncipe Carlos Teodoro, para un carnaval de corte, el libreto de Idomeneo respondía a un modelo de ópera ya un poco anticuado para ese entonces. Más cercano a la idea de espectáculo de finales del barroco francés, y en particular a las tres últimas óperas serias estrenadas en París por Christoph Willibald Gluck entre 1777 y 1779, Mozart hizo denodados esfuerzos para mejorar el libreto, pero, sobre todo, realizó un cambio en el final. Como en el singspiel La flauta mágica y en La clemenza de Tito, aquí aparece el tema del perdón. Es, junto a ellas, una de las pocas obras con tema mitológico o histórico en que nadie muere en el final. Una de sus atractivos es, por otra parte, la instrumentación, inusualmente rica, que incluye clarinetes y trombones. Y el otro es la carnadura que logra para los tres personajes principales, Illía, Idomeneo y Electra, y el protagonismo del coro, que resulta esencial para el desa-rrollo dramático.
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