Jueves, 21 de agosto de 2014 | Hoy
TEATRO › VALERIA MEDINA Y PAULA ETCHEBEHERE HABLAN DE LA MAQUILA
La obra hace foco sobre la inmigración indocumentada, el trabajo esclavo, la contaminación, el hacinamiento y otras formas de violencia. “Nos asombra ver que la explotación avanza con un grado de sutileza cada vez mayor”, dicen la autora y la directora.
Por Cecilia Hopkins
Se llama maquila a la fábrica legal o clandestina donde los obreros –por lo general, mujeres inmigrantes– trabajan a destajo por salarios ínfimos y en condiciones de insalubridad. Frecuentemente, las maquilas pertenecen a empresas locales que son subcontratadas por corporaciones multinacionales. La maquila, obra escrita por Valeria Medina y dirigida por Paula Etchebehere, toma lugar en uno de estos establecimientos dedicados a la industria textil donde se reúne un grupo de operarios esclavizados de diverso modo, situación que hace contrapunto con el mundo del glamour y la alta costura. La obra, que está presentándose en el teatro El Popular (Chile 2080, sábados a las 22.30), cuenta con un elenco integrado por actores de diversa procedencia: Coral Gabaglio, Ignacio Huang (el actor taiwanés de Un cuento chino, película de Sebastián Borensztein), María Forni, Vicente Santos, Carlos Lombardi, Adriana Julio y Julián Duffy. La dirección actoral estuvo a cargo de Raquel Albéniz.
Formada en los talleres de Mauricio Kartun y Eduardo Rovner, premiada en varias oportunidades, Medina vivía en Córdoba cuando, trabajando en la puesta de una de sus obras, las improvisaciones tomaron el tema de la inmigración y el trabajo esclavo. Sus actores no solamente eran cordobeses, sino que había dos haitianos y una boliviana. De allí surgió La maquila, texto escrito en castellano, francés y creole (estas dos últimas, lenguas de Haití), que hace foco sobre la inmigración indocumentada, la contaminación y el hacinamiento, el asedio laboral y otras formas de violencia. “La obra contiene frases tomadas de los mismos actores, de sus vivencias –le dice la autora a Página/12–. El resto fue ficcionalizado por mí en base a lo que pude investigar.” Ya en Buenos Aires, junto a la coreógrafa y directora Paula Etchebehere, se realizó la audición para reunir intérpretes de diverso origen, condición sine qua non de la puesta. “Compartimos material sobre el tema que encontramos entre todos”, relata la directora. “Me asombró ver que la explotación avanza con un grado de sutileza cada vez mayor.” Medina, por su parte, se asombra de que “la violencia de género no solamente sea la que genera el hombre sobre la mujer, sino también sobre otros hombres”.
“Es difícil decir quién es el protagonista”, coinciden Medina y Etchebehere. Es que el pequeño grupo de personajes resume diversas actitudes frente a la explotación: está el personaje que conoce bien las reglas y recibe a los nuevos, a quienes apaña y ayuda pero también amenaza, el que está fuera de sí y desde la locura analiza la situación con lucidez y poesía, el que quiere escapar y liberar a otro, el reclutador que espera desertar y el que se aprovecha de su situación de poder porque responde a las órdenes de otros. “Ellos compiten entre sí –describen las artistas–. A veces son solidarios, pero muchas otras son perversos, porque se discriminan entre ellos.” La directora rescata especialmente estas contradicciones: “Esa polifonía me atrajo enseguida. Hace que la obra refleje algo que puede ocurrir en cualquier parte, porque tiene que ver con las relaciones humanas en cualquier contexto”.
El discurso paralelo, el del mundo de la moda, está a cargo del ambiguo presentador de un desfile de modelos, según dice, a beneficio de las víctimas del terremoto de Haití. En estos tramos del espectáculo, sobre las telas de color crudo que cuelgan a varios metros del piso se proyectan imágenes de apoyo visual. El cruce de lenguajes también suma a la danza. “Decidí apelar a la poética del cuerpo cuando debí resolver el tema de la violencia en escena”, explica Etchebehere, refiriéndose a la presencia de las bailarinas Emi Ramos, Lucila Tolis y Camila Santillán, quienes tienen a cargo personajes simbólicos de diversa interpretación. “Me crié en un ambiente ideologizado donde, además, la música, la danza y las artes visuales estaban muy presentes”, cuenta la directora. Y, aunque no busca desarrollar desde el teatro temas especialmente comprometidos, al igual que Medina, confía en “movilizar al espectador con el objeto de que su emoción sirva realmente para algo”.
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