Jueves, 21 de agosto de 2014 | Hoy
DANZA › BALLET 40/90 PRESENTA TE LO BAILO DE TAQUITO, EN EL TEATRO EMPIRE
Este elenco formado por cincuenta mujeres de entre 40 y 90 años fue fundado hace veinte por Elsa Agras, que falleció al día siguiente del estreno de este espectáculo. “No somos Eleonora Cassano, pero aseguramos mucha energía sobre el escenario”, dicen las bailarinas.
Por Carolina Prieto
Si los elencos estables son una rareza en Buenos Aires, el Ballet 40/90 lo es aún más. Lo forman cincuenta mujeres que tienen entre 40 y 90 años –a veces se anima algún hombre–, y lo creó hace veinte años Elsa Agras, una artista formada en danza clásica, técnicas corporales, música, teatro y clown. Agras tenía 70 cuando empezó a dar clases de baile a mujeres adultas. Arrancó con sólo dos alumnas, pero el rumor de que en el barrio de Palermo un grupito de señoras se juntaban para mover el cuerpo comenzó a circular. Muchas se sumaron, se consolidaron las clases, los ensayos, las muestras de fin de año y los primeros espectáculos. Desde entonces sostuvieron la actividad, se establecieron niveles de enseñanza y todas (principiantes, intermedias y avanzadas) crearon junto a la directora los espectáculos Miusijol, Per Vívere, Te bailo la justa, Sandunga, A los hechos, pechos y ¡A más hechos, más pechos!, además de recibir algunos premios y distinciones. En el reciente estreno del último trabajo, Te lo bailo de taquito (viernes a las 20.30 en el teatro Empire, Hipólito Yrigoyen 1934), Agras no pudo estar presente. Hace días estaba internada por una neumonía y falleció el día siguiente, a los 90 años.
Con una mezcla de sensaciones entre las que priman la tristeza por la pérdida y la alegría inmensa de haber conocido a una mujer y artista muy especial, tres de las integrantes del cuerpo de baile se juntaron con Página/12 para hablar de la nueva obra y del elenco que integran. “No somos Eleonora Cassano, pero aseguramos muchísima energía sobre el escenario. Mucha alegría y sorpresas. Bailamos distintos ritmos: vals, tango, música española, mambo, comedia musical, clásico, jazz”, sostiene Martha Goldberg, de 71. En esta travesía musical y danzada, el humor y el juego son esenciales, pero desde un lugar que escapa a la obviedad. “Elsa admiraba mucho a Pina Bausch. Le gustaba probar algunas ideas que sacaba de sus obras. Siempre nos decía que era el público el que tenía que entrar en nuestra propuesta y que nosotras nunca teníamos que bajar el nivel de lo que queríamos hacer. De hecho, este año repetimos una coreografía que antes no impactaba y que ahora el público disfruta a pleno”, advierte Laura Bruno, de 64. Para Sadi Vergona, de 84, trabajar con Agra era una aventura. “Tomamos ritmos y géneros para llegar a lugares distintos, raros. Más allá del resultado, la búsqueda en sí era muy interesante. Preparar una obra era como un laboratorio. Elsa traía la música, nos hacía escucharla sin movernos. Después nos daba libertad para improvisar y movernos como quisiéramos. A partir de ahí empezábamos a trabajar y a pulir cada coreografía. Y el vestuario que creábamos para cada escena era un trabajo también muy cuidado.”
Vergona se acercó a la compañía hace doce años, Laura lo hizo antes, hacia fines de la década del ’90. Tenía 48 años cuando fue a ver un ensayo y llegó el flechazo. “Fue como un enamoramiento, ver señoras que bailaban esas músicas que uno siempre había escuchado... Me enamoré del baile y de Elsa, de su didáctica, su carácter”, cuenta. Algo parecido le pasó a Goldberg cuando fue con una amiga “a ver bailar a unas viejas”. “Me volví loca –asegura–. Sentí que quería estar ahí y desde ese momento no paré. Es una de las pocas cosas que sostengo desde que me jubilé”. Las tres coinciden en que Agra tenía el carácter y la energía suficientes como para llevar adelante un grupo de cincuenta mujeres. No daba vueltas para decir las cosas, era directa, no perdía tiempo y exigía que sus bailarinas se comprometieran con la actividad. “Había que ser disciplinadas y rigurosas, tomárselo en serio a pesar de que trabajamos con el humor. A veces costaba asumir lo que te decía, pero con el tiempo te dabas cuenta de que tenía razón”, recuerdan.
Goldberg agrega una frase que Agras dijo una vez al pasar y que le quedó grabada: “El día que dejen el ego, van a encontrar el ritmo”. Cuentan que sus propias familias se asombran cuando las ven en escena: “Es que trabajamos con la irreverencia, con romper ciertos prejuicios y estereotipos”, comentan. Para ellas, esta experiencia implicó transformaciones profundas. Goldberg es física de profesión y al formar parte del Ballet afloró su coquetería; su feminidad tomó nuevos bríos. “Por dar un ejemplo, antes no me maquillaba y ahora no salgo de casa sin pintarme los labios”, cuenta con su cabello rizado, sus ojos vivaces y los labios rojos. Para Bruno, el placer del movimiento y la templanza para plantarse sobre un escenario fueron las fuerzas que la impulsaron a concretar cambios. “El Ballet coincidió con mi separación y con una etapa de desafío. Formar parte de este elenco me ayudó a abrir mi negocio, autoabastecerme y arrancar de nuevo”, reconoce.
Elsa Agras era una de las clowns que más impacto causaban en los espectáculos de Marcelo Katz, uno de los directores más reconocidos del género. De pelo blanco, bastón y pocas palabras, conmovía con un humor sutil, desconcertante. Rechazaba el concepto de “tercera edad”, por eso bautizó al elenco Ballet 40/90. “Nos deja un legado de alegría, vitalidad y trabajo. En una etapa de la vida en que las cosas tienden a cerrarse, nos propuso el camino inverso. Abrirnos y seguir para adelante conscientes de nuestras potencialidades”, destacan. Hace unos años, cuando Goldberg atravesó un momento de mucho dolor en la espalda que limitaba su movilidad, Agras le propuso una coreografía más caminada y cantada que danzada. Suerte de ama de casa ridícula y sensual, aparecía de negro y con utensilios de cocina en los lugares más insólitos de su cuerpo. “Cantaba un tema, ‘Tengo un cuerpito’, y tenía embudos en las tetas, un colador en la cabeza, muñequeras hechas de esponja y hasta una espumadera tipo conchero. ¡No me lo olvido más!”
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