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Jueves, 21 de agosto de 2014

TELEVISION › VIUDAS E HIJOS DEL ROCK AND ROLL, POR TELEFE

Los peligros del déjà vu

El comienzo del nuevo programa de Underground, la productora de Sebastián Ortega y Pablo Culell, deja un sabor agridulce, entre algunos condimentos atractivos y las obvias reminiscencias a Graduados, el último éxito de la compañía.

 Por Emanuel Respighi

Lo que alguna vez fue transgresor, en el modo de contar, se vuelve repetitivo si no se es posible superar el estadío anterior. Esa es una máxima que se puede aplicar a cualquier ámbito. En la pantalla chica, la repetición de una forma convierte a lo que en otro tiempo fue innovador en un refrito de aquello que alguna vez rompió la lógica de lo establecido. Los viajes en el tiempo del relato son, desde El tiempo no para, Un año para recordar y Lalola, hasta la flamante Viudas e hijos del rock and roll, que Telefe acaba de estrenar (lunes a viernes a las 21.15), el sello narrativo de Underground, la productora de Sebastián Ortega y Pablo Culell. Un recurso válido que les permite a los televidentes viajar a un pasado generalmente edulcorado, tan atrapante como añorado. Sin embargo, así como una idea no hace un programa de TV, tampoco un concepto basta para contar una historia. El comienzo de Viudas... dejó un sabor agridulce, entre los condimentos atractivos y las reminiscencias a Graduados, el último éxito de la productora que se plasmó en la pantalla.

La ficción escrita por Ernesto Korovsky comenzó en el verano de 1992, en Villa Gesell. Allí, entre los médanos y el mar, Miranda (Paola Barrientos) y Diego (Damián De Santo) se conocen, se “copan” y viven un intenso amor de verano. Amantes del rock nacional, se prometen volver a verse en Buenos Aires y reencontrarse en el Obelisco, el día de los enamorados. No se intercambian direcciones ni números de teléfonos. Y como suele ocurrir en la ficción (y sólo a veces en la vida), nada sale como esperaban: Diego choca con su auto camino al Obelisco y nunca llega a la cita. Para colmo, esa misma noche, Miranda –que se siente traicionada al descubrir la relación amorosa entre su mejor amiga y su padre, además del plantón de Diego– decide hacer borrón y cuenta nueva con su pasado. En plena decisión, cae de un puente sobre un auto manejado por el que, tras el salto temporal de la trama 22 años después, los televidentes deducen que fue el hombre con el que se casó.

Ya en la actualidad, Viudas... avanza en la posibilidad de que esas dos almas puedan reencontrase y continuar o no con aquella historia de amor al calor de un verano adolescente. El problema es que no son los mismos. Por un lado, Miranda relegó sus sueños para entregarse a formar una familia “bien” con Segundo (Juan Minujín), con quien tiene dos hijos. Su vida se reduce a hacer de esposa en el seno de una familia de alta alcurnia que la detesta. Por su parte, Diego pareció haber quedado anclado en aquel verano y en cierto espíritu adolescente: sigue viviendo en la casa de su madre, se gana la vida trabajando de disc jockey y no piensa más allá que en el día a día. Hijos de los noventa, cada uno interpretó a su manera el descreimiento de quienes atravesaron aquella sociedad narcotizada por el consumo en plena adolescencia. Diego y Miranda son dos consecuencias reconocibles de quienes alcanzaron la vida laboral durante el 1 a 1.

La sensación que dejaron los capítulos iniciales de Viudas... es que tras el paso errático de Los vecinos en guerra, Underground decidió apelar a la fórmula que tan bien funcionó con Graduados. El episodio de estreno fue sintomático, al respetar casi al pie de la letra la estructura dramática que tuvo el debut de la por entonces ficción encabezada por Nancy Dupláa y Daniel Hendler: un relato que comenzó en un tiempo pasado para luego dar el salto en el tiempo a la actualidad, indagando en el ahora de los personajes, condicionados por aquel pasado que se hace presente. Como en aquella época, aquí también hubo una fiesta, mucha música y un amor adolescente trunco que se intenta activar pese al paso de los años. El reencuentro al final del episodio de los tortolitos, la vida “hecha” de ella y aún por “hacer” de él se repiten también en Viudas... Muchos televidentes habrán sentido que la principal diferencia entre una ficción y otra es que el pasado de Graduados hacía foco en los ’80 y la de Viudas... en los ’90. Algunos habrán festejado, otros se habrán decepcionado. Pero algo está claro: cualquier similitud con Graduados no es pura coincidencia.

Sostenida por un elenco rico en matices, con una pareja protagónica versátil para la comedia y varios secundarios que se destacaron en estos primeros episodios (sorprende Griselda Siciliani, como la encantadora y “quema-coco” novia de Diego), Viudas... corre el riesgo del amontonamiento. Al frondoso elenco coral se le suma cierto trazo grueso en el humor, reiterativo, como el caminar semidesnudo (técnicamente en tanga) del novio de la madre de Diego, gritos sexuales de por medio. Y aquí reside uno de los puntos más endebles de la propuesta: la tendencia a abusar del chistecito genera hasta ahora una trama que pareciera más proclive al efecto que al desarrollo con matices de los personajes y de sus historias. Un aspecto en el que los autores tendrán que trabajar.

La más clara demostración del abuso de ciertos recursos que hacen a la historia, pero que no hacen una historia fue el capítulo debut. La elogiada musicalización de las ficciones de Underground (a cargo de Elvio Gómez) encontró, esta vez, un excesivo uso de clásicos del rock nacional de los noventa. En total, este cronista reconoció los acordes de, por lo menos, 14 temas emblemáticos de la década (Spinetta, los Redondos, Charly, Calamaro, Man Ray, Pappo, Attaque 77, Divididos, Fito Páez, Los Cadillacs y siguen las firmas). Los guiños y complicidades también estuvieron a la orden del día: en la escena del velatorio de Roby (Lalo Mir) se pudieron ver cameos de Juanse, Hilda Lizarazu, Iván Noble, Sandra Mihanovich, Alejandro Lerner y hasta de Douglas Vinci. A veces, menos es más.

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Damián De Santo y Paola Barrientos, perdidos en el túnel del tiempo.
 
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