Sábado, 4 de julio de 2015 | Hoy
TEATRO › PATRICIO CONTRERAS ESTRENA TRIBUS EN EL PASEO LA PLAZA
El actor chileno encarna a un padre con fuerte personalidad, en un contexto familiar de incomunicación y desencuentros. “La familia como institución puede pensarse como el botón de muestra de la sociedad”, plantea.
Por Emanuel Respighi
En un ámbito que suele etiquetar todo y a todos, Patricio Contreras tiene el privilegio de ir de aquí para allá con la misma naturalidad con la que interpreta a cualquiera de los personajes que encara. El chileno de nacimiento pero argentino por adopción tiene la singularidad de pisar con la misma pasión las tablas de pequeñas salas (El Portón de Sánchez, el C. C. de la Cooperación), de teatros oficiales (desde el Cervantes al San Martín) y cada tanto se da el gusto de congraciarse con las luces de la calle Corrientes. El martes próximo estrenará Tribus, en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza. “El único lugar en la vida en el que me siento plenamente libre es el escenario. Allí me siento lleno, sin los pudores, miedos e insatisfacciones que nos acompañan en la vida del llano”, confiesa en la entrevista con Página/12. “Como intérprete, uno compone personajes y después es el público el que nos termina esculpiendo”, agrega.
De larga y reconocida trayectoria, Contreras reconoce sentirse movilizado a días del estreno de Tribus, la pieza que se sumerge en la pertenencia de una familia de fuerte sesgo patriarcal y con serias dificultades para comunicarse. Su inquietud, dice, no responde tanto a los nervios que aún hoy le ocasiona cada estreno, sino más bien a la singualridad de que lo haya convocado Claudio Tolcachir, uno de los directores más interesantes de la cartelera porteña. “Es un halago, a la vez que una expectativa por lo que podamos hacer juntos. De hecho, antes de leer la obra ya tenía medio `sí’ adelantado, por mi interés en trabajar con él. Había visto varias puestas suyas y me parece muy talentoso. Encima, había leído distintas entrevistas en las que Tolcachir decía que había decidido dedicarse al teatro a los 8 años, después de ver Muerte accidental de un anarquista, que yo había protagonizado”, subraya el actor.
–En cierta manera, ¿con Tribus siente que director y protagonista están cerrando el círculo de influencias?
–Me parece asombroso. Tolcachir me contó el otro día que cuando fue a ver Esperando a Godot a La Trastienda le mintió a Leonor Manso para poder entrar. Le dijo que venía como compañero de Rosario y que no tenía dinero, y por supuesto Leonor les habilitó un lugar en la función para que pudieran ver la obra. Cuando uno se encuentra con estas maravillosas influencias, búsquedas y encuentros, no tiene más que dejarse llevar por esa energía que nos trasciende pero que evidentemente nos vincula. Encontrarme en el escenario con un director que se inició en el teatro por haber visto una obra en la que yo trabajé es algo mágico. El teatro sigue siendo mágico.
–¿Le sorprende que pasen este tipo de cosas?
–Sí, claro. Uno siente que no es en vano lo que hace. Desde arriba del escenario uno tira como flechas hacia el futuro. El otro día, en la última función del espectáculo en homenaje a Nicanor Parra en el C. C. de la Cooperación, a los cinco minutos empecé a escuchar en la platea la risa de un niño. Era una risa que me perturbó bastante, que me puso de mal humor. ¿Cómo van a traer a un niño a un espectáculo de poesía? ¿Quién lo habrá traído? Esperaba que no siguiera molestando, pero mientras recitaba me di cuenta de que el niño se reía en las partes en las que había que reírse. Después me enteré de que era un niño de 7 años, que había ido con su madre, una portera de un edificio, que uno de los compañeros había invitado. En ese momento pensé que tal vez, esa noche, le habíamos cambiando el destino a ese niño.
–¿Cree que el arte es transformador, que incluso puede iluminar sentimientos que las instituciones sociales –como la escuela– no alcanzan?
–Ambrose Bierce dijo que “el arte es la única ocupación seria que vale la pena vivir”. Creo que, si no es la única, es la actividad más importante en la vida. El arte es capaz de salvarte de cualquier cosa. Yo mismo soy actor porque a los 15 años descubrí el teatro. A veces pienso qué hubiera pasado si el destino no me hubiera determinado que un compañero tuviera dos entradas para ir al teatro de la Universidad de Chile a ver El círculo de tiza caucasiano, de Bertolt Brecht. Tengo vivo aún hoy las emociones encontradas que me provocó aquella puesta: por un lado, el deseo de estar arriba del escenario mientras veía la obra; y por otro, la frustración de no ser yo uno de los actores. Me gustaba lo que estaba viendo, pero me mortificaba no ser yo uno de los que actuaba. Eso fue un claro indicio de que esa era mi vocación, al punto que al año siguiente ya estaba estudiando teatro.
–¿Alguna vez se puso a fantasear que hubiera sido de su vida si aquel compañero no hubiera aparecido con esas dos entradas de teatro?
–Hasta ese momento estaba convencido de que iba a ser artista plástico, porque no paraba de dibujar, pintar, tallar piezas en madera y de hacer cosas en arcilla con mis manos. En el colegio fui un pésimo alumno: repetí cuatro veces la secundaria. Evidentemente no me interesaba otra cosas que no fuera literatura, historia, música y las artes plásticas. Sólo me intreresaban las materias humanísticas y las que tuvieran que ver con lo creativo. Así que lo más probable es que hubiera sido artista plástico, artesano, algo así.
–¿Y continúa despuntando aquella inquietud de joven en su tiempo libre?
–Cada tanto dibujo y escribo poesía, porque de joven también hice taller literario en Chile. Y, además, es sabido: todos los chilenos nos creemos poetas en algún momento de nuestras vidas.
–¿Pensarse como un oficinista, encerrado durante horas en trabajos administrativos, es imposible para usted?
–Sí. Además, ese fue un mensaje muy claro de mi padre, que fue un burócrata del Estado y después de la empresa privada. Mi padre escribía los libros contables. Por eso nos solía decir, a mi hermano y a mí, que aprendiéramos un oficio. Ni siquiera una profesión; un oficio. “Ser cagatintas como su padre es lo peor”, nos decía. Mi padre fue un hombre muy importante en mi vida. Era un hogar de clase media trabajadora, donde no existía una biblioteca, más bien algunos libros que no sé cómo habían llegado ahí, pero sin embargo él siempre hizo lo que tenía a su alcance para estimularnos. Recuerdo que una vez, tendría 12 años, me mostró una foto de Sartre en un semanario chileno y me dijo: “Patito, este es el hombre más inteligente del mundo”. No deja de enternecerme la candidez de mi viejo de calificar a alguien como “el más inteligente del mundo”, al cual seguro ni siquiera había leído más que en ese artículo. Dentro de sus posibilidades, nos marcaba un camino. Si bien no era un hombre de gran cultura, tenía la sensibilidad para entender que la cultura era un gran valor.
La imagen paterna también tiene un protagonismo fuerte en Tribus, la obra que protagoniza junto a Gerardo Otero, Victoria Almeida, Miriam Odorico, Maruja Bustamante y Lautaro Delgado. En definitiva, así como para Contreras su padre resultó ser una referencia positiva a la hora de encontrar su vocación, también es cierto que la manera en que la paternidad es ejercida puede condicionar negativamente el desarrollo familiar e individual de los hijos. Algo de eso plantea la comedia dramática escrita por Nina Raine. “La obra permite reflexionar, una vez más, sobre la condición de ser padre y su complejidad. No hay recetas para ser padre, y no hay quién la emboque. Por exceso de amor o generosidad, o por carencia de cariño y acompañamiento, o por vicios y precariedades, nunca se logra satisfacer plenamente las expectativas propias y de los hijos”, reflexiona Contreras.
–¿No existe el “padre perfecto”?
–No existe y sería un gran defecto tener un padre perfecto. Creo que los padres que tienen algún tipo de figuración destacada, como aquellos que reciben la admiración de un grupo mayoritario de gente, pueden no sólo inhibir el desarrollo de sus hijos sino también apestarlos. Una figura demasiado fuerte, con debilidades ocultas, no es buena. Ninguna idealización es aconsejable. A mi padre lo empecé a amar con conciencia desde que empecé a descubrir sus debilidades. Y sólo a partir de ellas empecé a encontrar sus grandezas.
–En el caso de Tribus, usted interpreta a un patriarca familiar de fuerte personalidad.
–Jorge es un personaje que ejerce la paternidad con mano firme, con mucha soberbia, es muy arrogante. Es un libre pensador, un tipo muy abierto en sus ideas, pero que hace ostentación de su supuesta lucidez o capacidad intelectual crítica. Es un hombre evidentemente con cultura, escribe, pero que es despiadado con todo aquello que no le gusta. Es definitivo en sus apreciaciones. No tiene términos medios. Su soberbia tiñe el crecimiento de sus hijos. Hay una expectativa que tiene sobre sus hijos al punto que si no le responden como él espera, enseguida son verdugueados. La descalificación hacia sus hijos aparece cotidianamente. Y por su agudeza y capacidad irónica resulta socialmente muy encantador, divertido y simpático. Claro que hay que sufrirlo como padre.
–La capacidad intelectual no es garantía para ser buen padre.
–En la obra, más allá del quilombo de la vida familiar, el amor se trasunta. Lo que sucede es que la manera es lo que hace que los hijos no se realicen, o estén bastante perdidos. Tribus pinta un retrato del orden psicológico de lo que es la familia, pero también es una mirada social que trasciende a esa comunidad para pensar la vida en sociedad. La familia como institución puede pensarse como el botón de muestra de la sociedad.
–¿En qué sentido?
–En el sentido de que los adultos les estamos dejando a los jóvenes un mundo bastante espantoso. Los jóvenes de los setenta imaginábamos un mundo diferente al actual. Y en definitiva fuimos derrotados en nuestros sueños, o nos equivocamos. No sé qué fue lo que pasó. Lo concreto es que hoy hay un mundo horrible, que castiga a los jóvenes, que los segrega. En todas partes, los jóvenes son las primeras víctimas. En las guerras, en las represiones, en los planes de ajuste... Si en los sesenta queríamos cambiar el mundo, en los noventa los jóvenes querían entrar al mundo. Los “Ni”, que ni trabajan ni estudian, son multitudes en todos lados. Uno piensa qué va a pasar con esos jóvenes, con su futuro, con sus familias.
–¿Las nuevas generaciones han perdido aquella idea romántica de querer cambiar el mundo? ¿O simplemente esa pulsión motora ahora se transformó y encontró nuevos espacios para ser canalizada?
–Los sueños son a la medida de cada época. A nosotros, los que transitamos las décadas del sesenta y del setenta, nos parecía que el socialismo estaba al alcance de la mano. Durante el gobierno de Salvador Allende, que fue al último presidente que voté porque después me vine para Argentina, donde sólo voto para cargos municipales, uno sentía que Chile era el centro del mundo. La experiencia socialista chilena era única en el mundo. “La vía pacífica al socialismo”, era el slogan, que se estaba convirtiendo en realidad. Entonces, lo jóvenes nos sentíamos protagonistas de la historia, sentíamos que Latinoamérica estaba cambiando el mundo, que íbamos a cambiar la sociedad de consumo, a la que veíamos como una amenaza. Hoy los sueños son otros, a la medida de cada generación. El arte es una vía pacífica hacia una sociedad mejor. Cuando uno ve la cantidad de jóvenes estudiando arte, expresándose artísticamente, se reconforta. Tal vez haya en el arte una vía posible de humanizar más al mundo.
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