Domingo, 9 de agosto de 2015 | Hoy
TEATRO › POMPEYO AUDIVERT Y RODRIGO DE LA SERNA HABLAN DE EL FARMER
Los actores son directores, adaptadores y protagonistas de la adaptación de la novela de Andrés Rivera que acaba de subir a escena en el San Martín. En la puesta, encarnan a un Juan Manuel de Rosas físico y uno mítico que cierran cuentas.
Por Candela Gomes Diez
Nieva en el reino de la Gran Bretaña. En un rancho perdido, en el condado de Swanthling, un viejo toma mate, sentado junto a un brasero. Nadie imagina que ese campesino, pobre y cansado, fuera quien gobernó la Provincia de Buenos Aires durante veinte años. Ese campesino, lejos de su patria, en tierra de gringos, es Juan Manuel de Rosas. El farmer, la novela de Andrés Rivera, retrata de forma sanguínea y apasionada los últimos años del caudillo argentino en el exilio. En sus páginas, lo histórico cede ante el valor humano, a través de un Rosas terrenal, despojado de su investidura. Casi veinte años después de su publicación en 1996, la prosa poética de Rivera toma vuelo en la obra teatral homónima, dirigida por Pompeyo Audivert, Rodrigo de la Serna y Andrés Mangone, que acaba de subir a escena en la sala Casacuberta del Teatro San Martín. Protagonizada por Audivert y De la Serna, y con la música en vivo de Claudio Peña, la puesta revela a un Rosas que recuerda su pasado, lamenta su exilio y guarda rencores para quienes lo han traicionado.
Veinticinco años de destierro, desde aquel 3 de febrero de 1852, en esa Batalla de Caseros donde fuera derrotado por el ejército de Justo José de Urquiza, constituyen el disparador histórico para la representación de un Rosas olvidado, que reflexiona sobre cuestiones como la deslealtad, la muerte y el sexo. Así, entre pensamientos trascendentes y mundanos, transcurren los días de quien supo ser el Restaurador de las Leyes y “el guardián del sueño de los otros”, y a quien el exilio convirtió en un “farmer”, un granjero ermitaño que no recibe visitas y escribe diez cartas diarias.
“Rosas es la identidad frustrada, la que no pudo ser, la que cayó en Caseros y no obstante permanece activa en las sombras, acechante y temible. Es la herida bautismal y clandestina que nunca cicatriza, la marca maldita que no ha podido ser extirpada de nuestra historia, la línea de sangre que nos une a la tierra, a la llanura, a lo argentino”, lo definen los directores. “El objetivo es tomar a Rosas como una piedra de toque para un rebote hacia otras vicisitudes de lo teatral. La obra desata la propia imaginación poética del espectador, que generalmente está clausurada por esa visión espejo del teatro que últimamente predomina en los escenarios. La idea es que esta puesta sea un piedrazo en el espejo y que permita ver, además de los reflejos, toda la zona de fragmentación y las cuestiones dorsales que anidan detrás de cualquier realidad histórica”, señala Audivert, quien adaptó el texto original de Rivera junto con De la Serna.
Ambos le ponen el cuerpo a la obra en su triple rol de directores, adaptadores y actores. “Este personaje me produce un desgaste energético fenomenal. Nunca salí tan cansado de una función”, cuenta Audivert. Y no es poca cosa para alguien como él, maestro de actores, director, actor y dramaturgo, quien además continúa con sus funciones de Muñeca, de Armando Discépolo, en el Centro Cultural de la Cooperación. “Es sangrienta la operación de actuar a Rosas. Hay algo de lo histórico que evidentemente está ahí presente, porque lo que siento en el cuerpo al terminar la función nunca lo había sentido; me queda un grado de vacío, una sensación de plenitud, de desparasitarte de tu yo histórico, después de actuar, y eso es lo más lindo que tiene la actuación. Actuarlo es un placer”, asegura.
Uno de los méritos mayores de la adaptación es, sin dudas, la puesta en escena que transforma el monólogo de Rivera en un diálogo entre un Rosas de carácter físico y otro de carácter mítico, que acecha al primero y lo acompaña en una larga locución que convoca a personajes como Sarmiento, Mitre, Urquiza, Pacheco, Lavalle, Camila O’Gorman y Shakespeare, entre otros. Y en el medio hay una crítica bestial a La Internacional de Trabajadores y al mismo Karl Marx, y recuerdos de infancia, entre ellos la renuncia a su herencia y el cambio de su apellido Ortiz de Rozas por el de Rosas.
Pero aunque la política y la historia ocupan un lugar significativo, Audivert y De la Serna coinciden en que el objetivo central no era hacer una obra de carácter político o tomar posición sobre el personaje histórico. “En la obra no está en juego si estamos a favor o en contra de las políticas de Rosas”, explica De la Serna, y su compañero reafirma: “No opera, de forma directa, la visión política sobre este personaje, aunque indirectamente esa visión debe estar constituyendo parte del trabajo. Es inevitable. Pero no es lo central. No nos hemos confundido en la idea de hacer una obra anclada en lo político. Lo revolucionario es la visión poética de lo teatral, y creo que hemos logrado tenerla porque hemos partido de una visión poética como la de Rivera, y de algún modo Rosas es un personaje extrañamente poético de la historia”.
–¿Cómo surgió la idea de llevar El farmer a la escena teatral?
Pompeyo Audivert: –Surgió por una serie de casualidades muy interesantes. El hijo de Andrés Rivera, Jorge Ribak, me cruzó en el final de una función de Museo Ezeiza 73 y me ofreció el material. Con el tiempo, comencé a descubrir que es muy teatral. El texto es un monólogo, pero tiene tantas dimensiones que es muy difícil de interpretar para un solo cuerpo. En esa dificultad estaba cuando me crucé con Rodrigo, que ya se había enterado que yo estaba trabajando en ese texto, y me manifestó su interés de ser parte de este proyecto. De inmediato nos juntamos y empezamos a trabajar con la adaptación sobre la visión de un Rosas físico y un Rosas mítico. Esta es la idea que está en escena: dos Rosas que están cerrando cuentas. Un Rosas se escinde del otro para pasar a la inmortalidad. A partir de ahí, hace tres años que venimos trabajando con Rodrigo y Andrés Mangone como directores y adaptadores.
Rodrigo de la Serna: –El farmer me cautivó. Rivera muy inteligentemente agarra la figura de Rosas para generar esta literatura que trasciende lo literario. Es un libro extraño; es una novela corta, pero también es un poema largo y una obra de teatro. Es un material muy dúctil y quedé cautivado. El asistente de dirección de una obra que estaba haciendo me dijo que Pompeyo estaba craneando algo con El farmer, al día siguiente nos encontramos de casualidad y a los dos días me llamó para hacer una puesta conjunta. Yo nunca había dirigido ningún material en teatro. Hemos hecho un trabajo en conjunto muy apasionado y puntilloso.
–¿Cómo trabajaron la adaptación del texto?
R. D. L. S.: –En principio, trabajamos con la idea de Pompeyo de escindir a Rosas en dos, en el cuerpo físico, biológico, agonizante, y en el cuerpo mitológico, que termina de desprenderse la noche en la que el cuerpo físico muere. En el libro, Rosas se pregunta y se responde al mismo tiempo, habla en primera persona, en tercera, y asume las voces de sus interlocutores. A partir de eso, Pompeyo empezó a armar un primer bosquejo de escisión entre estos dos cuerpos del mismo personaje y a medida que fuimos poniendo el cuerpo en los ensayos nos fuimos dando cuenta de las necesidades que iban surgiendo.
P. A.: –Apareció también la necesidad de establecer un ritmo teatral, porque no se trataba sólo de hacer la división de voces, sino de ver los momentos donde hay ciertas velocidades o dilataciones. Empezó a aparecer ese plan escénico y quedó constituida la adaptación.
R. D. L. S.: –El texto es precioso. La prosa tiene una musicalidad y una potencia de imágenes que nos duele como actores sacar material, pero lo hicimos en función de este juego y de esta dinámica del personaje doble.
–Para estudiar a este personaje tan mítico y trascendente aún hoy, ¿indagaron en algún material histórico, más allá del texto de Rivera?
P. A.: –Nos juntamos con un historiador. De todas formas, Rodrigo ya tenía bastante conocimiento...
R. D. L. S.: –Sí, la figura de Juan Manuel de Rosas fue muy negada, manipulada y parcializada. Se exaltaron sus facetas más violentas y otras fueron acalladas durante cien años. Pero luego, hubo un momento revisionista que comenzó a replantear la figura de Rosas desde otra perspectiva. A mí siempre me interesó la historia argentina, entonces tuve contacto con ese revisionismo.
P. A.: –Yo leí un poco más del contexto y de la época y me llamó mucho la atención la contradicción de Rosas de ser, por un lado, quien estableció el modelo político de la oligarquía y los latifundios y, por otro, de ser el que estableció a la vez el centro de gravedad de la identidad nacional en el gaucho, en el paisano y en el trabajador. Esa combinación política tan hábil, tan inteligente, es la que signó para siempre nuestra identidad de nación y la que también estableció un principio político, el de la alianza de clases que, de algún modo, el peronismo retomó después.
R. D. L. S.: –Puede decirse que Rosas es el fundador de la política argentina y de cierta identidad nacional.
–En El farmer se revela un Rosas humanizado, que habla sobre la muerte, la vejez, el olvido, el sexo...
R. D. L. S.: –Sí. Y además, la obra transcurre en el período más inimaginado de la vida de Rosas que son esos veinticinco años de destierro y muerte, porque de alguna manera él murió en la Batalla de Caseros. Todo lo que vivió después de Caseros fue una muerte prolongada de veinticinco años, enajenado de su terruño, habiendo sido un tipo tan arraigado a eso.
P. A.: –La reflexión se transforma en una suerte de Shakespeare nacional, que alcanza ribetes shakespeareanos, y una amplitud de resonancia donde las cuestiones macrohistóricas e individuales se comienzan a trenzar y a constituir esa identidad teatral que tiene la obra.
–En este proceso de humanización del personaje histórico, la obra exhibe también a un Rosas dolido.
R. D. L. S.: –No sólo dolido: es un Rosas cargado de resentimiento y de añoranza. “¿Sabe alguien lo que son veinticinco años de destierro?”, se pregunta él en la obra. Eso es algo que al nivel de la puesta y de lo estético nos sugiere que el lugar donde está transcurriendo esta obra es el destierro como un no lugar.
–En la puesta, Rosas dice ser la “identidad clandestina de la patria”. Parece ser una frase condensadora del sentido que esta historia quiere expresar. ¿Rosas es aún hoy una identidad clandestina?
P. A.: –No. Hoy hay una suerte de revisión del fenómeno de Rosas...
R. D. L. S.: –El problema es que si no vemos lo que Rosas hizo, no podemos criticarlo. Hay que reconocer cuestiones que fueron buenas. Si uno niega todo lo que hizo, eso va a quedar como un conflicto irresuelto.
P. A.: –Lo central de Rosas para nosotros no es lo político. Rosas funciona como una suerte de superficie de inscripción de una ruptura poético-teatral que queremos hacer. Es una excelente máscara, o punto de encaje para hacer una operación teatral que lo toma como piedra de toque o como excusa para, a partir de ella, dar un salto a la idea de que la identidad clandestina también es nuestra propia identidad individual, y no solamente nuestra identidad colectiva. El teatro se dedica a eso; es una máquina destinada a escarbar y a escrutar en cuestiones hondas y metafísicas, vinculadas a la identidad. Nosotros sentimos, de algún modo, que hemos sido otros o que habitamos distintas identidades y que pasamos a la clandestinidad con la muerte, antes de volver a habitar la próxima identidad, bajo otras condiciones históricas. Siento que toda esa operación teatral, que de algún modo es lo más interesante, se puede llevar adelante a través de una figura tan contradictoria, nítida y potente como la de Rosas. De esta forma, Rosas es una muy buena excusa para desatar la máquina teatral, en las condiciones que nosotros la entendemos.
* El farmer se presenta en la sala Casacuberta del Teatro San Martín (Corrientes 1530), con funciones de miércoles a domingos, a las 20.
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