Domingo, 9 de agosto de 2015 | Hoy
CULTURA › SILVIA GLACER Y ROBERT KELZ INVESTIGARON SOBRE EL EXILIO ARGENTINO DE PAUL WALTER JACOB
La musicóloga argentina y el investigador norteamericano confluyeron en Paul Walter Jacob (y las músicas prohibidas durante el nazismo), un trabajo acerca de los diez años en que el músico, actor, director de teatro y crítico judeoalemán se refugió en Buenos Aires.
Por Cristian Vitale
Se conocieron por Internet. Silvia Glacer, historiadora y musicóloga argentina, buscaba data sobre Paul Walter Jacob y se encontró con Robert Kelz, un investigador de Tennessee, que algo sabía del tema. “Fue un encuentro muy moderno”, se ríe ella. “Necesitaba información para mi tesis doctoral, le consulté cosas y me contestó en un ‘argentino’ perfecto”, avanza, sobre su vínculo inicial con este profesor de estudios germanísticos de la Universidad de Memphis que toma mate, come asado y gusta del dulce de leche. Más tarde, trabaron relación personal durante las jornadas sobre emigración alemana que organizó el Servicio Alemán de Intercambio Académico en la Biblioteca Nacional, y terminaron profundizando en la inquietud inicial: el papel de Jacob durante sus años de exilio en la Argentina (1939-1949). “Nos hicimos amigos y nos dijimos por qué no hacer algo juntos sobre Jacob, en un punto donde confluyeran nuestras especialidades”, comienza a desandar Glacer, sobre los prolegómenos del trabajo que acaba de publicar Gourmet Musical, bajo el título de Paul Walter Jacob (y las músicas prohibidas durante el nazismo). Jacob fue un inquietísimo músico, actor, director de teatro y crítico judeoalemán que tuvo que huir del nazismo y que, luego de cortos períodos de anclaje en diverso lares, anidó diez años en Buenos Aires. Allí, además de escribir y publicar mucho, fundó espacios artísticos “de vanguardia”, con el objeto de seguir resistiendo las amenazas nazis que inundaban el globo. Entre las actividades de su estadía, el multifacético Jacob dictó la sintomática conferencia sobre “música prohibida” –a la que alude el subtítulo del libro–, sobre las persecuciones nazis a Mendelssohn, Mahler, Schoenberg, Stravinsky o Gershwin, en lo que terminó siendo uno de los pocos intentos durante aquellos años de hitlerismo de analizar en forma rigurosa la política musical del estado nacionalsocialista. “Tanto en la Argentina como en Europa y Estados Unidos, la investigación sobre la resonancia del nacionalsocialismo en el Cono Sur se centra sobre todo en el ámbito político, pero nosotros creemos que la cultura nos abre otra perspectiva para analizar este tema. La música nos dice mucho sobre el contacto de inmigrantes germanoparlantes con la sociedad receptora con el fin de crear una alineación de artistas antifascistas”, señala Kelz, desde algún lugar de Memphis.
La distancia no fue impedimento para que el germanista confluyera con la musicóloga de Haedo bajo un mismo fin. “Al ser Jacob un tipo multifacético en su devenir profesional, nos hizo más fácil el camino del encuentro. Los dos podíamos trabajar con nuestras herramientas y el trabajo interdisciplinario fluyó. Si bien ambos lo teníamos estudiado previamente, en este trabajo pusimos énfasis en sus diez años de exilio, que fueron riquísimos”, señala Glacer. Y engancha Kelz: “El impacto de Jacob como músico, periodista y actor en la Argentina es una prueba de la eficacia de la interculturalidad y la internacionalidad como instrumentos para la formación de comunidades, y la integración en medio de los desafíos de la diáspora. Uno de los objetivos del trabajo, de hecho, fue llevar más conocimiento de la historia de los refugiados judíos en el Cono Sur durante el nazismo, porque gracias a la República Argentina, él y muchos artistas más pudieron sobrevivir de la amenaza mortal del nazi-fascismo europeo. Difundir conocimiento sobre el papel fundamental que jugó el Estado argentino en los logros artísticos de esos refugiados fue otro de nuestros propósitos”, admite Kelz, arrojando luz sobre un período histórico de amplia recepción inmigratoria, que ciertos sectores políticos intentaron confundir, interesadamente, claro.
–¿Cómo jugaba la Argentina en los años que Jacob vivió en el país?
Robert Kelz: –Si no fuera por la voluntad de la Argentina de aceptar a Jacob, a lo mejor él y cientos de artistas más hubieran acabado asesinados en el Shoah.
Silvia Glacer: –Sobre todo en Buenos Aires, había lugares que recibían a estos artistas. El Teatro Colón fue uno de esos polos. El circuito del diario Argentinisches Tageblatt y el Pestalozzi Schule, fue otro. Por eso, no es casual que Jacob haya dado las charlas allí. Es decir, ante personas y en instituciones vinculadas a los alemanes, pero que no estaban alineadas al régimen. Muy por el contrario, fue un circuito de resistencia.
–Otra de las acciones fuertes de Jacob en la Argentina fue el Teatro Alemán Independiente.
R. K.: –Sí, fue uno de los primeros teatros independientes en la Argentina. Admirado por sus logros como teatro exiliado durante la posguerra, se presentó en todo el Cono Sur y contó con actuaciones especiales de algunos de los más famosos actores del cine y el teatro alemanes como Schwanneke, Moser o Theo Lingen. Varios actores del TAI tuvieron exitosas carreras en la industria teatral y cinematográfica nacional. Hedwig Schlichter (Hedy Crilla), por ejemplo, fue uno de los fundadores del influyente grupo de artistas de izquierda La Máscara. Pionera del teatro infantil, Crilla también es reconocida por haber introducido el “sistema” Stanislavsky entre los actores locales, además de formar a muchos de los actores famosos del cine y el teatro argentinos, como Norma Aleandro, Agustín Alezzo y Norman Briski, entre otros.
–¿Y de las charlas sobre música prohibida involucraban a Mendelssohn, Mahler, Schönberg o Weill, entre otros?
S. G.: –Jacob organizó estas charlas para recorrer el inmenso abanico de todos aquellos músicos prohibidos por el régimen nazi y considerados como “degenerados”, por ser judíos, o por dedicarse a la música de vanguardia, al music hall o la opereta. Directores de orquesta, compositores, intérpretes y musicólogos son mencionados uno por uno en el libro, y puestos en contexto con el fin de tener una visión más clara sobre el período.
–¿Cuál creen que puede ser el fin último de un libro como éste, hoy?
R. K.: –A través de la investigación sobre el poder político del arte en el pasado podemos entender mejor la capacidad del arte para jugar un papel semejante en los asuntos políticos de hoy. Estamos ante una crisis política y humanitaria en cuanto a los inmigrantes refugiados en Europa, en Estados Unidos y en menor grado también en la Argentina. La visita del Papa Francisco a los refugiados de Lampedusa en 2013 es solo una muestra del grado de tal crisis. Entonces, con una investigación académica sobre artistas refugiados como Jacob, nos enfocamos en inmigrantes poco famosos. Nos acercamos al inmigrante de clase baja o media, que es el inmigrante típico de aquel entonces y también de hoy. Y nos alejamos de inmigrantes célebres como Thomas Mann, Bertolt Brecht o Stefan Zweig, que son casos excepcionales y poco representativos. De esta forma, armamos un tipo de manual sobre las estrategias interculturales de sobrevivencia del refugiado. Por otro lado, en el caso de Jacob y varios artistas refugiados en la Argentina vemos el aporte del refugiado a la sociedad que los recibe. Vemos su gran capacidad de superar la opresión y contribuir al desarrollo cultural en los países que les ofrecen una nueva “casa”.
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