Viernes, 17 de junio de 2016 | Hoy
TEATRO › MATIAS FELDMAN, SANTIAGO GOBERNORI Y EL CLUB DE TEATRO DEFENSORES DE BRAVARD
La casona ubicada en Parque Centenario nació como un lugar de docencia, pero se fue convirtiendo en un espacio dinámico en el que surgen propuestas teatrales atípicas. “No ganamos plata pero generamos un montón de cosas”, dicen sus responsables.
Matías Feldman y Santiago Gobernori comenzaron a dar clases juntos hace casi doce años y, desde entonces, el Club de Teatro Defensores de Bravard, una casona a pasos de Parque Centenario, se fue convirtiendo en un espacio dinámico y abierto. No sólo hay cursos de formación actoral, también ciclos donde actores consagrados y estudiantes muestran sus trabajos; espectáculos y experiencias escénicas con una fuerte impronta experimental. La dupla mantiene un bajo perfil a pesar de todo lo que han hecho desde muy jóvenes, con decenas de obras estrenadas y premiadas, muchas de ellas de lo más atractivo del off porteño. Feldman estudió música en la Escuela de Música Popular de Avellaneda, luego actuación con Rafael Spregelburd y dramaturgia con Mauricio Kartun. Conoció a Santiago en las clases de Spregelburd y juntos participaron de su novela teatral Bizarra, que hizo estallar el Centro Cultural Rojas con colas de público. Cada uno escribe y dirige sus propias piezas, también se involucran en proyectos ajenos y ganaron premios y becas. A pesar del largo camino recorrido no les interesa la acumulación: prefieren los procesos largos, investigar y seguir sus propias ideas.
Los sábados a las 23 en Bravard 1178 presentan Doppelgänger (palabra alemana que significa “el doble que anda”), una creación colectiva con catorce actores en escena, puertas que se abren y se cierran y un dinamismo al servicio de dos historias paralelas: la de una boda y un partido político. Cada intérprete se desdobla en uno y otro mundo, muchas veces con personajes opuestos. En los dos universos las tensiones se acumulan y las criaturas están desbordadas, perdidas, algunas estalladas. Amores cruzados en una familia donde la boda es inminente, disparate y falta de ideas consistentes en el círculo político. El espectáculo va por su quinta temporada, con un elenco renovado desde que comenzó siendo una muestra de fin de año. “Las producciones de Bravard están teniendo un sello desde hace algunos años: muchos actores, muchas escenas, entradas y salidas, un humor no chabacano, una duración de hora y media o dos. Tienden a ser algo barrocas. Nos interesa que los alumnos trabajen distintos registros, sacarlos de la comodidad, de cierta huella donde empiezan a repetirse y llevarlos a un lugar no controlado por ellos. Creemos que la creación ocurre en zonas incómodas”, señala Feldman. Gobernori agrega: “No concebimos una única manera de hacer teatro. Nos gusta trabajar distintos tonos, escenas más intensas, otras más pausadas, como si en Doppelgänger, por ejemplo, convivieran Ibsen y Olmedo”.
Un viernes al mes en Bravard se desarrolla el ciclo El Potrero: la posibilidad para estudiantes de la casa y de otras escuelas de exponer sus creaciones en un formato acotado. El clima es relajado, hay variedad de propuestas, empanadas, bebidas. “Casi con la idea futbolera de un lugar de práctica antes de llegar al club”, comparan los directores. “Participan nuestros alumnos pero también puede venir cualquier estudiante con ganas de mostrar su escena de diez o quince minutos. Se llena de gente. Siempre buscamos que las entradas para ciclos y obras sean accesibles”. Antes hicieron Sketches Solemnes, un ciclo en el que ellos mismos se dieron el gusto de actuar. “El nombre es una broma porque odiamos la solemnidad, en el sentido de un objeto creado que no permita más que una sola mirada”, comentan. Gobernori, quien egresó de la carrera de Dramaturgia de la ex EMAD, está armando una nueva movida que comienza en agosto, Clásicos Express. “Van a ser versiones de obras clásicas en tiempos de crisis, como el actual. Arrancamos con Edipo Rey”, anticipa el actor, que actualmente se luce sobre la cinta transportadora en la que sucede Cuando vuelva a casa voy a ser otro, de Mariano Pensotti. También se viene un ciclo de diálogos abiertos al público entre creadores con distintas miradas y búsquedas.
Contar con un espacio propio les permite hacer mucho de lo que imaginan. “No ganamos plata salvo con nuestras clases. Bravard se mantiene para seguir funcionando. No podemos, por ejemplo, renovar las luces. Contamos con tres espacios dentro de la casa y ahí, con una técnica y una escenografía muy limitadas, generamos un montón de cosas. El énfasis de lo que producimos está en el contenido, en las actuaciones, en la dramaturgia. El espacio va traccionando hacia cierto estilo”, coinciden. En julio, Feldman mostrará una nueva entrega del Proyecto Pruebas, en el que explora distintas cuestiones de lo teatral. No son obras ni funciones en el sentido tradicional, más bien experiencias que se ofrecen durante dos semanas en horarios anti-teatrales (por las tardes), no se cobra entrada y convocan muchísimo público. Ya presentó Prueba 1: El espectador, donde corrió al público del lugar de observador para pasar a ser observado por los personajes, por la propia ficción. También Prueba 2: La desintegración, donde buscó descomponer un modo de representación supuestamente realista, y Prueba 4: El tiempo. El mes próximo se podrá ver la anterior a ésta: Prueba 3: Las convenciones, quizás la más “obra” de todas. Aunque aclara: “Se inspira en El Idiota, de Dostoievski, pero es una obra que no termina, que no puede concretarse”. Para el director, que aspira a cerrar un proyecto de diez pruebas, este tipo de emprendimiento es sumamente gratificante. “Correrse de la lógica de producción–exhibición, contar con actorazos para hacer investigación pura es lo que más me gusta”, confiesa. Por otro lado, tiene en cartel dos espectáculos más, bastante particulares por su forma y su contenido. Son proyectos de graduación de alumnos de actuación de la UNA (Universidad Nacional de las Artes) con muchos intérpretes como en las producciones de Bravard, pero en espacios escénicos mucho más amplios y con la posibilidad de haber trabajado durante todo un año con el mismo elenco. Rapsodia para príncipe de la locura (domingos a las 20 en el Galpón de Guevara, Guevara 326) combina durante dos horas quince actores, cantantes, músicos y un coro envueltos en una serie de fragmentos, variaciones, repeticiones y pruebas alrededor del personaje de Hamlet. En Fábula gótica, acerca de cómo los habitantes de los extramuros secuestran y sacrifican inútilmente a la retardada (domingos a las 18.30 en Espacio Cultural Urbano, Acevedo 460) conviven la clase media con seres del bosque ante un cambio que no todos perciben, y con el público de pie siguiendo a los actores por el espacio. El abanico de propuestas de este dúo de amigos–emprendedores es diverso y poco convencional: vale la pena descubrirlo.
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