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Sábado, 30 de septiembre de 2006

TEATRO › ENTREVISTA A RODOLFO BEBAN Y ALBERTO SEGADO

Miserias y grandezas de un país en crisis de identidad

En la obra Democracia, Bebán encarna al ex canciller alemán Willy Brandt. Segado interpreta a un ambivalente espía del Este.

 Por Hilda Cabrera

Cuando en diciembre de 1970, el canciller alemán Willy Brandt cayó de rodillas ante el monumento a las víctimas de la Shoá en Varsovia, arreciaron las críticas sobre su persona. Aun entonces no se reconocía el genocidio. Ese gesto y otros de Brandt justificaban que desde ciertos sectores políticos y económicos de su país lo calificaran de traidor y de “hombre peligroso” para Alemania. Brandt había asumido su cargo en 1969. Dos años más tarde recibió el Premio Nobel de la Paz, siendo uno de los hacedores de la Ostpolitik (política de acercamiento con el Este). Convertido en personaje por el dramaturgo inglés Michael Frayn (el mismo de la aplaudida Copenhague), es la figura central de Democracia, donde un episodio de intriga pone al descubierto a Günter Gillaume, espía de Alemania del Este que devino en asistente personal del canciller, y en uno de los responsables de la caída de su gobierno. Justamente, Democracia es la obra que a partir de hoy podrá verse en la Sala Casacuberta del TSM, dirigida por Hugo Urquijo y actuada por un elenco de excepción.

En diálogo con Página/12, Rodolfo Bebán (en el papel de Brandt) y Alberto Segado (Guillaume) aportan opiniones sobre este montaje que involucra a diez personajes, todos varones, pues –como apunta Bebán– “Frayn parece haber querido salvar a las mujeres al no incluirlas en ese nido de serpientes que luchan por espacios de poder”. La única voz femenina (voz en off, por otra parte) es la que en el inicio da a conocer la cantidad de votos que otorgaron el triunfo a Brandt. Los personajes circulan aquí por una escenografía que es apenas esbozo. Muestra una saliente a cierta altura, para dar idea de balcón, una escalera, sillas y un pistón apenas elevado respecto de la platea.

–¿Cómo es esa democracia que Michael Frayn destaca en el título?

Rodolfo Bebán: –Una estructura sobre la que testimonia, pero no de manera ejemplarizante. Frayn va más allá del testimonio de la corrupción de los mandatos. Corrupción de la que tanto nos quejamos en nuestro país.

Alberto Segado: –Esa democracia a la que se refiere Frayn conlleva problemas, pero sigue pareciendo el mejor orden social.

–Otra observación está dirigida a la naturaleza de los partidos y las alianzas.

R.B.: –Se dice que las coaliciones son efímeras, que se autodestruyen, y que los partidos permanecen.

A.S.: –Esa es la opinión de un personaje, de Herbert Wehner. Los partidos son los pilares de lo que supuestamente es democracia. Con inteligencia, el autor muestra las miserias y grandezas de los políticos y cómo se desarrolla dentro de un mismo partido el germen de la desgracia.

–Lo singular de esta historia es que se centra en un país dividido en estructuras políticas y económicas antagónicas: las de Alemania Federal y Alemania Oriental.

R.B.: –Era una época muy conflictiva, y con descreídos de un lado y de otro. Como se ve en la obra, los representantes del Este desconfiaban de que se pudieran lograr reconciliaciones duraderas, pero también es cierto que la palabra “posible” existía en el diccionario personal de Brandt.

A.S.: –Pensemos que Alemania Oriental era negada, que incluso Naciones Unidas no la nombraba.

–Si la estrategia de Alemania Federal en la posguerra fue, en principio, disminuir las tensiones con sus enemigos de Occidente durante la guerra, con Brandt aparecía la posibilidad de un acercamiento al Este.

R.B.: –Posible es exactamente la palabra del momento. En un fragmento de un discurso de Brandt, que es real y se dice en escena, se hace referencia a la gran enemistad entre las dos Alemanias: “La reconciliación es casi imposible, pero existe una pequeña posibilidad. No más que eso, pero tampoco menos”. Como gran estadista, aconseja no desaprovecharla. Impresiona cómo esa actitud va modificando a quienes lo espían: Arno Kretschmann (jefe de inteligencia del Este) y Guillaume.

A.S.: –Se inicia un vínculo raro y azaroso, porque no es buscado, que transforma a mi personaje. Guillaume cumple órdenes y al ser descubierto es utilizado en contra de Brandt por los que se creía eran el apoyo del canciller.

–¿Qué saben de los chistes que, según se menciona aquí, le gustaba contar a Brandt?

A.S.: –Son chistes sobre Alemania Oriental, como el que pregunta por qué los policías salen de ronda de a tres. La respuesta es que se necesita uno que sepa leer, otro escribir y uno más que vigile a esos dos “intelectuales”.

R.B.: –Pude ver un documental sobre Brandt –donde aparecen fotos de cuando era niño, de cuando emigró de Alemania y de otros pasajes de su vida– que me sirvió mucho para componer el personaje. En esa película, se lo ve contando un chiste. Comienza serio, pero inmediatamente su rostro va transformándose: cuenta y empieza a reír con tantas ganas que casi no se entiende qué dice. Está con Hort Ehmke (jefe de gabinete de Brandt) y finaliza el chiste a las carcajadas. Esa secuencia fue una guía formidable para mí. Es conmovedor verlo en sus distintos estados de ánimo. Tuvo que pilotear la Guerra Fría, cumpliendo un rol importantísimo. A veces caía en fuertes depresiones, y se le notaban.

A.S.: –Lo deprimían las declaraciones de la gente de su propio partido que lo criticaba por todo, también por haber emigrado a Noruega. En Democracia, el autor juega con el tiempo y el espacio, como en Copenhague, permitiendo que sepamos más de Brandt y de su entorno.

–El recorrido, al igual que en Copenhague, es básicamente a nivel mental.

A.S.: –Sí. Esta no es una narrativa convencional, pero la historia no va y viene como en Copenhague, sino que avanza hacia un desenlace, la crisis, que se produce a pesar de la afinidad que nace entre Brandt y Guillaume. Para Guillaume, su doble juego es primero un triunfo y después un karma. Se ve a sí mismo como un canalla.

R.B.: –Nada es convencional. Todo sucede a través de lo que comunicamos, del intercambio de imágenes e ideas.

A.S.: –Y de recursos. Como buen inglés que ama las cosas del teatro, el autor echa mano del recurso del doble, del “Arlequino servidor de dos patrones”. Guillaume está jugando todo el tiempo a dos puntas: fiel a Brandt y a Mischa (el espía de rango superior). Y esto es muy teatral, como el “aparte” al público. Acá hay un verdadero show de apartes.

–¿Conocieron, en su momento, aquella transformación de Alemania?

A.S.: –En lo personal, no conocía al detalle ese devenir de la historia alemana desde Konrad Adenauer hasta el triunfo de Brandt. Lo que se cuenta aquí va de 1969 en adelante y pienso en el Cordobazo y los años siguientes hasta la muerte de Perón. Yo estaba, evidentemente, empapado en nuestra propia historia. Con esta obra, empecé a rememorar.

R.B.: –Yo lo viví con una cierta presencia. Tengo un amigo, cuyo padre era un exiliado que había estado vagando por el mundo y recaló en Argentina. Este hombre seguía con mucho fervor la política de Brandt. Absorbido por los problemas locales, yo no prestaba mucho oído a lo que sucedía en Alemania. Ahora me hace bien recordar qué decía el padre de mi amigo. El no era un descreído, pero dudaba de que Brandt pudiera lograr su objetivo.

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Bebán y Segado estrenan hoy Democracia, de Michael Frayn, en la Sala Casacuberta del San Martín.
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