Sábado, 30 de septiembre de 2006 | Hoy
CINE › SILVIA PEREZ Y SANDRA SMITH, DOS CHICAS DE LA TV EN PANTALLA GRANDE
Un raro fenómeno posibilitó el regreso por la puerta del cine de autor. ¿Cómo fue la conversión de Pérez y Smith a actrices de El boquete y Cara de Queso?
Por Julián Gorodischer
Los años ’80 se resumen en un flequillo y un escote que llegan a la cita a la hora señalada. Esos fetiches pertenecen a Silvia Pérez y Sandra Smith, en ese orden: ellas fueron dos de las rubias más célebres de la TV de Olmedo, Sofovich y los programas ómnibus, y hoy vuelven retomadas por nuevos directores de cine que las llevaron a elencos inusuales en sus carreras. Mariano Mucci vio en Sandra a la Caba Muller, oficial de policía lesbiana, enamorada del personaje de Valentina Bassi en El boquete (todavía en cartel), y la calzó sobre la moto haciendo honor, tal vez, al look de ama de botas hasta la rodilla, tacazos y cuero por todos lados que inauguró con Los Angeles de Smith, su grupo pop de allá lejos en la tele de Finalísima y Sábados de la bondad. A Silvia la eligió el joven director Ariel Winograd para esposa infiel del personaje de Federico Luppi en la omnijudaica Cara de Queso (que se estrena el jueves 12 de octubre), donde ella es una más entre los autoacuartelados en el country judío llamado El Ciervo, tan realista.
Ahora, en este minuto en que se conocen, cuando se chocan las mejillas por primera vez, son pura naturalidad y entrega, tiradas en el piso para la foto. Y se brindarán para recordar a suicidas célebres, ex presidentes, boîtes, éxitos televisivos de antaño, el look de una década (los años ’80) que era –según dice Sandra Smith– “medio grasulienta”.
¿Por qué figura Silvia Pérez junto a Federico Luppi, Susú Pecoraro, Mercedes Morán y Nahuel Pérez Biscayart? “Ariel Winograd (Fanáticos, 100% lana) me dijo que ningún papel era chico, dándome una cierta justificación antes de que leyera el libro, sin saber que hubiera dicho que sí aunque no tuviera diálogo. Me dijo: ‘Qué linda que estás. Necesito una persona linda, de tu edad’. Los grandes no tienen prejuicios.” La rubia Pérez es la esposa infiel de Luppi, una señora Garchuny pescada in fraganti por el protagonista Ariel (alias Cara de Queso) y su troupe, con apenas una línea de texto para excusarse (¡pero qué línea de texto!) y –eso sí– con el privilegio de engañar a Luppi. Al empezar y finalizar sus escenas le regalaron un ramo de rosas. Ella valora muchísimo el detalle, que podría melancolizarla con relación a tantos gestos de una caballerosidad ya extinguida que le demostraba Alberto Olmedo.
El clímax de una hombría de las de antes fue durante la representación de Eramos tan pobres, en temporada marplatense, cuando ella pudo hacer de borracha a sus anchas, porque el Negro dio un paso hacia atrás y le dejó el escenario. Lo de hoy, más modesto, la conforta como el borrón y cuenta nueva que la alejaría del karma de ser una “chica Olmedo”. Silvia, treinta años después de su aparición despampanante en el sketch Los chetos de Operación Ja Ja, veinte años después de su encarnación de la mujer infiel con el Manosanta del Negro Olmedo, está convencida de que existe una conexión directa entre los cuernos del principio y los del final.
Silvia Pérez: –En No toca botón, mi marido era Javier y yo lo engañaba con el Negro. Ahí nace mi imagen de esposa infiel: tiene que ver con la comicidad argentina: ¡la mujer es infiel! Y parece que tengo eso del papi, papi...
Sandra Smith: –¿Infiel yo? No, no doy el tipo (risas).
También Sandra Smith, con un elaborado discurso sobre sí misma, podría tender un puente entre el principio y el presente. La vida es pura causalidad... “Mariano es un tipo con una cabeza (eleva las cejas)... La Caba Muller –señala Smith–, más allá de ser policía y lesbiana, es admiradora de Gilda. ¡Qué loco! Da la casualidad, bah, causa y efecto, que Gilda me dio la última nota que le hicieron en vida en los Sábados musicales de América. Terrible que a las tres horas esta chica estaba muerta.”
–¿Por qué nuevos directores se fijan en las “bombas” de los ’80?
S.S.: –Es muy bueno que un director piense más en el personaje en sí que en el actor. Vienen con una cabeza que está bárbara.
Las diosas sexuales que llegan a la pantalla de Rosell / Mucci / Winograd comparten el poder de haber calentado a un mínimo de dos generaciones. Silvia Pérez hoy es pura candidez emocional, codeada con figurones como si fuera la primera vez, empeñada en atentar contra la idea fija de la “chica Olmedo”. Cada aparición es un manifiesto por la independencia de una casta de la que sobreviven en marquesinas Susana Romero, Beatriz Salomón y Divina Gloria. Sandra Smith es la confirmación de su fundación de un look desde las primeras actuaciones de Los Angeles de Smith, cantando “Calentame los pies” en Sábados de la bondad (y antes también), con botas bucaneras, vincha (y ahora gorra policial), hombreras y strass, alternativamente cowgirl o agente federal, según las variaciones de la ama dominatrix. La ausente María Fernanda Callejón (que no hace notas compartidas) es de otra gama: ascendente a actriz seria junto a Cecilia Roth en Sofacama, borrando de un plumazo aquellas lejanas apariciones en el Peor es nada de Jorge Guinzburg. De otra generación, Mimí Ardú podría abonar a la tendencia en cuestión con su viaje con escalas desde Comandos azules en acción hasta el protagónico de El bonaerense de Pablo Trapero.
Los ’80, la era anterior para todas, las encontró en un mundo catódico que no era el actual, lejos del gran show y más cercano al atado con alambre, donde reinaba un objeto sexual menos plástico, poco quirúrgico, más cercano al fetiche tradicional. A la ama Sandra nunca se le diría que no. “Nosotras estrenábamos ropa en cada programa”, insiste el ex angelito, asumiendo que la imagen importaba más que las desafinaciones que no se escuchan ni en Cantando por un sueño....
S. P.: –No sé si a los grandes de los ’80 se los devoró la tele, eh... Con Gianni Lunadei tuvimos una charla antes de su final: me sorprendió cuando me llamó para hablar de la vida. Fue en un bar en la esquina de un lugar al que íbamos a hacer flotación. Tenía esa cosa de insatisfacción, de no tener esa alegría... lo sentí impotente.
S. S.: –Leonardo Simmons era muy buen compañero...
S. P.: –El Negro era generoso por la seguridad de quien era él como artista. Me ha defendido parando una grabación porque yo no iba a una temporada. Era generoso con mi hija... Nos ayudaba a que no perdiéramos la obra social en Actores si no decíamos bocadillos. Quería al ser humano.
Si lo grasa es el pulso de lo popular despreciado por una oligarquía cultural, ellas fueron muy grasas, y a mucha honra. La década grasa, la de los jopos, los batiks, los pantalones nevados, los maquillajes fulgurantes, incluía ritos y costumbres nocturnos asociados a la boîte, espacio hoy de culto también reformulado por otros jóvenes modernos como los organizadores de las fiestas División Miami, amantes de barras de licores, bolas de espejos y perfumes potentísimos de mujeres que quedaron impregnados a los sillones de cuero y las moquettes quemadas por colillas desde los ’80. ¿Esas ráfagas pertenecerán a Silvia Pérez y Sandra Smith? “Yo solamente frecuentaba esos lugares cuando trabajaba”, dice Silvia. “Cobrábamos un cachet. Ibamos ahí a tener presencia, pero nunca me atrajo. Me molestaba bastante.”
S.S.: –Toda la década del ’80 fue medio grasulienta. Vos mirás fotos y decís “qué horror”.
S. P.: –Después no me vestí así nunca más en mi vida. Y como me dediqué a lo de la gimnasia... nunca más. Tacos que te morías, vestidos ajustadísimos de lycra, el aro rojo con la mini roja. Era todo un trabajo... Nos hacíamos vestidos especiales. Y después vino una chica a pedirnos para una feria americana....
S. S.: –Fue la época, éramos todas...
S. P.: –Lo tengo bien en claro y lo escribí en mi libro: había una efervescencia por tapar cosas. Es como un cabaret... como la película Cabaret. Era mucho ruido, muchas luces, muy está todo bien. Tanto strass, pero abajo...
S. S.: –Nosotras trabajamos donde los demás se divierten. Cuando empecé con Los Angeles de Smith había un cabaret que se llamaba Karim, donde se armaban espectáculos internacionales con infinidad de artistas. En el contrato se había firmado que Los Angeles, así viniera el presidente de la Nación, no bajaban a la sala nunca. Una de las cosas que me enorgullece es que nunca se nos asoció con la prostitución.
Los ’90 las encontraron en otra sintonía: Sandra recorría canales para avisar que ya no era cantante hasta lograr el papel de la consagración como “la otra” en la vida del Guevara de Osvaldo Laport en Campeones. “En mi caso fue un cambio porque dejé a la cantante, y fui canal por canal a decir hola, ¿qué tal?” Era ponerles un tajante punto final a los shows en cumpleaños de viejos verdes de 50, en bautismos. ¿Y en velorios? “Yo he estado frente a 100 mil personas, ¿entendés?, en Ecuador. Pero en velorios no, eso no.”
Primero la rubiota integró a Los Angeles de Smith, después fue Sandra y Los Angeles de Smith y más tarde aún Sandra Smith y sus Angeles... ¿Lo vivía como ascenso? “Más que como un ascenso, era una necesidad. Había crecido y así tenía que ser.” Silvia, en ese entonces, declinó tentadoras ofertas presidenciales. “Me decía Menem que la gente me quería ver, y a mí me halagaba... que yo podía tener el programa que quisiera. Y para mí no tiene sentido el trabajo de esa manera.” Ahora, cuando vuelven desde la pantalla, decretan el fin de una elite de actores de cine pero, más allá de la nota de tendencia, traen imágenes inmediatas que son pura onda retro, un viaje directo al pasado dedicado a una generación nostálgica. Los jóvenes más creativos de esa camada, como desquite personal, las sacan del recuerdo, las ponen en los títulos y todo vuelve a empezar. Ellas hoy se toman un buen tiempo para maquillarse, siempre un poquito más. Están de vuelta.
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