Sábado, 18 de noviembre de 2006 | Hoy
TEATRO › JUAN ANTONIO HORMIGON, ESCRITOR E INVESTIGADOR ESPAÑOL
El especialista vino a participar de unas jornadas de estudio sobre el artista ruso. Y analiza el curso de las cosas: “Hemos pasado de la resistencia a la estupidez, y no sólo en España”.
Por Hilda Cabrera
Dos personalidades de talento innovador son en estos días fuente de revelaciones en el Instituto de Artes del Espectáculo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Su titular, el director Francisco Javier, invitó al escritor e investigador zaragozano Juan Antonio Hormigón a las jornadas de estudio sobre el artista y teórico ruso Vsévolod Meyerhold, quien tras sus declaraciones en el Congreso de Directores rusos de 1939 debió enfrentar la furia de sus colegas. Meyerhold denunció censura y criticó la estética dominante bajo el estalinismo. Fue detenido y torturado hasta su ejecución, y su esposa Zinaida Raich, asesinada. El español Hormigón trae incluso videos sobre el artista. Una novedad para quienes asistan hoy al microcine del Archivo Nacional, en Leandro N. Alem 246, donde otros especialistas expondrán sus trabajos entre las 11 y las 19. Ayer, la jornada estuvo dedicada en parte al poeta, novelista y dramaturgo gallego Ramón del Valle Inclán, sobre el cual Hormigón ofreció una conferencia, además de presentar un nuevo tomo, editado por ADE (Asociación de Directores de Escena de España). En esta visita –que coorganiza el Instituto de Filología y Literatura Hispánica y auspicia el Centro Cultural de España– se observan coincidencias entre el escritor gallego y el director ruso. Sobre éstas se explaya Hormigón en la entrevista con Página/12.
–Valle y Meyerhold nacieron y murieron casi en las mismas fechas. Uno vivió entre 1866 y 1936 y otro, entre 1874 y 1942. A los dos se los consideró antirrealistas y renovadores del lenguaje escénico. ¿Se puede hablar de influencias?
–Si bien entre Meyerhold y Valle Inclán parece que no hubo una relación personal directa, es probable que se hayan conocido a través del comentario de amigos. Pienso en el pintor Anglada Camarasa, que murió en Mallorca en 1959. El hizo una escenografía para una obra de Valle, y tal vez en esos encuentros hablaron de Meyerhold, al que Anglada había tratado en París y era ya una personalidad en la lejana Rusia. Pero hay una coincidencia de fondo: alrededor de 1910, Meyerhold y Valle realizan, cada uno por su lado, una formulación del grotesco. Hay algo de orden estético y quizás ideológico que lleva a ciertas personas a reflexionar de manera similar. Cuando en los años ’30 se tradujo al ruso Tirano Banderas y Farsa y licencia de la reina castiza (un grotesco de Valle, de 1920, que algunos consideran antecedente del esperpento), Meyerhold ya no estaba en sus mejores momentos, esos en los que era dueño de sus arrebatos.
–¿Qué significó la reedición de sus libros sobre Meyerhold?
–Me sirvió para reordenar el material y completarlo, sobre todo con los nuevos elementos referidos a la muerte de Meyerhold. Los libros iniciales fueron importantes en España, porque sólo se conocían de él algunas citas desde el año ’30. El primer tomo se agotó en diez meses. La gente se enorgullecía de haberlo comprado. ¡Cosas raras que pasan!
–¿Se identificaban quizá con el deseo de Meyerhold de crear sin censura?
–Es posible, porque estábamos bajo un gobierno dictatorial, pero también porque empujábamos. Esa publicación era parte de un proyecto cultural de Alberto Corazón Editor. Era complicado poner en marcha la empresa: había que tener autoridad. Al identificarla con ese nombre, Alberto dejaba una zona de equívoco, porque ése era el nombre de su padre, un señor con mucho dinero y con todo lo necesario para que le dieran el placet. Se editaron cosas tremendas, audaces para esos años. Allí publiqué también estudios sobre Valle Inclán. Ya entonces, había montado en 1964 La hija del capitán, prohibida por el capitán general de Sevilla, que me amenazó con echarme de la región. El franquismo fue lo que fue hasta el final.
–¿Esa estrategia resultó?
–Sí, y es claro de entender, como es clara la dialéctica de la construcción de un espacio. Lo que hacía esta editorial era ocupar y ocupar. Y digo que sacaba textos tremendos, porque no había editorial así en España.
–¿La consideraban parte de una resistencia?
–Exacto. Ahora, en cambio, las editoriales aspiran a ser parte de la idiotez. Hemos pasado de la resistencia a la estupidez, y no sólo en España. Hay muchos buenos textos que sólo los encontramos en viejas ediciones. Recuerdo cómo los españoles leíamos con avidez lo que se editaba en la Argentina. A nuestra generación del ’27, la conocimos a través de lo que se publicaba aquí.
–¿Es posible la lectura crítica cuando dominan la tontería y la censura disfrazada de bonanza?
–Una forma de censura de los gobiernos democráticos es convencernos de que vamos bien y convertir una obra cultural y artística en mercancía, que es como decir en una nada. La mercantilización desgasta, y a los que no la aprueban se los arroja a una especie de Nirvana. Esto me inquieta, porque significa retroceso. Nosotros, con nuestras publicaciones de ADE, creamos un fondo editorial y empujamos. Nos liberamos de lo mercantil, pero la visualización sigue siendo difícil.
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