Martes, 29 de mayo de 2007 | Hoy
TEATRO › ENTREVISTA AL DIRECTOR MARIANO MORO
El director habla de su puesta en el Patio de Actores, que transcurre en un prostíbulo y cruza lo actoral con el baile. “En el arco que va del teatro a la danza hay un rango muy amplio que da grandes libertades”, dice.
Por Cecilia Hopkins
Conformado hace tres años bajo la dirección de Mariano Moro, el grupo Tenedor Libre pugna por crear espectáculos en los que sus intérpretes pasan del registro actoral al dancístico. Luego de dirigir su premiado Quien lo probó lo sabe, unipersonal interpretado por Mariano Mazzei sobre textos de Lope de Vega, Moro vuelve con Refugio de pecadores (los viernes en Patio de Actores, en Lerma 568). Allí, los cinco actores-bailarines (Miguel Elías, Cecilia Elías, Sofía Mazza, María Rosa Frega y Emiliano Dionisi) componen sendos integrantes de un prostíbulo en crisis: la clientela ha mermado a pesar de las artes sofisticadas de la “francesita” y los buenos oficios de la “prostituta clásica”. Por demás, no andan bien las relaciones entre la madama y su pareja, en parte a causa de la presencia de un niño, el más requerido del establecimiento. Una serie de cuadros danzados sobre una variada selección de temas musicales populares separan las partes de un relato vertido en muy pocas palabras. “La danza se postula como el espacio donde el cuerpo alcanza la felicidad –define el director– y los cinco protagonistas van a bailar porque quieren pero, principalmente, porque ensayan una danza clave en donde cada uno espera llegar a ser quien es: una mujer fuerte que ejerce el poder, un hombre fuerte y sumiso a la vez, dos prostitutas que esconden su frustración y desencanto y un niño ingenuo y adorable, capaz de cumplir las fantasías oscuras.”
Moro acredita una formación interdisciplinaria: “Soy psicólogo por la Universidad Nacional de Mar del Plata –cuenta en la entrevista con Página/12– y me formé como actor en la Escuela Municipal de Mar del Plata, en la Escuela Nacional de Arte Dramático de Buenos Aires, además de tomar clases con Antonio Mónaco, Roxana Berco, Hugo Midón y Ricardo Bartis”. En cuanto a su pasión por escribir su propia dramaturgia y ejercer la dirección, Moro señala: “A escribir me enseñaron las maestras en la primaria y los grandes autores, en los libros, aunque nunca como ellos. A dirigir, aprendí al tanteo”, concluye.
–Refugio de pecadores, ¿fue creado en base a la improvisación con los actores?
–Yo le propuse al elenco personajes, situaciones, imágenes internas y musicalidades. Y cada uno ha trabajado en la elaboración de partituras que luego buscamos combinar juntos.
–¿Y cómo surgió la historia de la obra?
–Después de caminar mucho. Pasando siempre por la esquina de Corrientes y Callao recibía toda clase de publicidades de locales de sexo, muy gráficas y explícitas. Entre ellas, una se destacaba por lo sobrio (sin imagen de señorita desnuda): en una letra cursiva muy delicada rezaba “El rincón de tus pecados”. No pude evitar imaginar cuáles eran esos pecados y qué personajes trabajaban en ese lugar, qué historias tendrían. A la vez, estaba pendiente volver a trabajar con Tenedor Libre, grupo con el que ya habíamos hecho mi obra Libertad-en danza y Báthory, de Ana María Stekelman. Quise enlazar oportunidad y desafío: busqué para cada actor un personaje que capitalizara sus propias características y le pidiera lo que no tiene. Supuse que pecados era un eufemismo por perversiones y pensé en hacer foco en la pederastia.
–¿Fue problemático pasar de trabajar con un texto clásico a montar un texto propio?
–Creo que fue al revés: siempre hice obras de texto propio (Matarás a tu madre, Edipo y Yocasta, Fraternidad y La suplente) hasta Quien lo probó lo sabe, donde, si bien el texto también es mío, quise adaptarme a las formas del Siglo de Oro –que me encantan– y a la obra y vida de Lope de Vega en particular. La diferencia es que en teatro siempre seguí la convención de tener el texto antes de empezar a trabajar y en danza el texto lo he buscado después, en el cuerpo de los intérpretes. Por eso, en esta obra no podría reemplazar a ninguno de ellos.
–¿Cuál es su visión del teatro danza?
–En el arco que va del teatro a la danza hay un rango muy amplio que da grandes libertades. Creo que el teatro danza entiende todo aspecto dramático como movimiento (incluso la voz y la palabra) y todo lo atinente al movimiento, como lenguaje y escritura. Creo que el cuerpo se mueve porque quiere y ese hecho pone en primer plano al deseo, antes que la forma o la idea.
–¿Qué piensa de la comedia musical?
–Tiene un gran peligro: es un género donde se canta bien, pero no tan bien como en la ópera. Se baila bien, pero no tan bien como en el ballet. Y se actúa con decencia, pero hasta ahí. Muchas veces se busca un resultado brillante, pero que a la vez termina siendo pobre. Quedan siempre en la memoria las películas, aquellas producciones norteamericanas y latinoamericanas que hicieron el sueño de tanta gente. Viendo las parafernalias que con formato estadounidense se presentan en todo el mundo, al mismo tiempo no puedo evitar aburrirme con lo tonto de los argumentos y lo estandarizado que está todo, a la vez que admiro las capacidades múltiples y deslumbrantes de los elencos que consiguen en Buenos Aires.
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