Miércoles, 30 de mayo de 2007 | Hoy
TEATRO › ENTREVISTA A EDUARDO “TATO” PAVLOVSKY
El dramaturgo habla de Variaciones Meyerhold, la obra que repuso con dirección de su hijo, Martín Pavlovsky.
Por Cecilia Hopkins
“Este espectáculo lo hago con mucho placer, por el amor que tengo por Rusia. Y en eso, mi apellido tendrá algo que ver”, dice Eduardo “Tato” Pavlovsky al hacer referencia a la reposición de Variaciones Meyerhold en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), obra de su autoría que entra en su tercera temporada, con la dirección de su hijo, Martín Pavlovsky. Junto a Susana Evans y Eduardo Misch, el actor y dramaturgo rinde un homenaje al hombre de teatro que, luego de una intensa trayectoria artística comprometida con el proyecto social iniciado en la Revolución de Octubre (ver recuadro), murió torturado en 1940 por el régimen stalinista, tras ser acusado de oponerse al llamado realismo socialista. A Pavlovsky aún le intrigan las razones por las cuales la figura del director sigue virtualmente inhabilitada en Rusia y desconocida por muchos teatristas europeos: “Meyerhold desaparece en el año ’39 y no se sabe más nada de él –resume Pavlovsky en una entrevista con Página/12–; recién en 1968 se publican sus escritos en ruso y hasta 1991, año en el que se descubre su tumba, es un NN. Recién cuando la KGB abre sus archivos, en 1993, se conoce la versión oficial de su muerte.”
Uno de los últimos tramos de la obra recrea el discurso que Meyerhold realizó en 1939, en el Primer Congreso de Directores Soviéticos, defendiendo su posición artística luego de haber sido acusado de anticomunista, formalista y simbolista, entre otros epítetos. Un día después de dar a conocer su opinión sobre los lineamientos estéticos del stalinismo fue secuestrado y su esposa, la actriz y dibujante Zinaida Rajch, asesinada: “El Congreso de 1939 fue una trampa muy bien hecha: lo invitaron para denostar cada uno de los aspectos de su pensamiento escénico. Y Meyerhold condenó al teatro del realismo socialista por lineal, mensajista y aburrido. Les dijo a todos que fueron cómplices y asesinos del mejor teatro ruso”, concluye.
–En otros aspectos, su espectáculo es una clase teórica sobre la estética de Vsevolod Meyerhold...
–Yo tomé los núcleos fundamentales de su pensamiento. Por oposición al teatro de Stanislavsky y Vajtangov, Meyerhold pensaba que el público forma parte de la creación en el teatro. Es él quien termina de forjar la imagen del personaje. Enemigo del teatro de mesa, Meyerhold creía en la improvisación, en el cuerpo del actor como elemento fundamental del teatro, en su musicalidad física. Y todo esto resultó subversivo para quienes sostenían el realismo socialista. Fue un militante cultural importantísimo.
–En la obra, el personaje de Meyerhold lamenta el cambio de signo de la revolución, causa de la burocratización stalinista. ¿Por qué cree que se impuso Stalin tras la muerte de Lenin?
–Ni Lenin ni Trotsky pensaban que el socialismo debía instaurarse en una sola nación, sino que debía ser un fenómeno internacional. Pero Stalin, que era un hombre de una gran cultura –aunque haya sido visto como un georgiano bruto, en razón de todos los crímenes que cometió– tenía una enorme visión política y una gran personalidad: era dictatorial, paranoico, creía que para imponer el socialismo como él lo concebía, en una sola nación, tenía que matar a cualquier costo. A la muerte de Lenin, Trotsky no pudo reemplazarlo, porque era muy anárquico y, aunque un teórico brillante, no tenía personalidad para oponérsele.
–Desde hace años usted manifiesta una simpatía por las ideas trotskistas...
–Las ideas de Trotsky están muy por encima de las instituciones trotskistas. También Lacan fue un genio, pero las instituciones lacanianas no son geniales, sino grupos de personas peleadas entre sí. El PST, en 1978, se portó muy bien cuando me vinieron a buscar, me acompañaron con gente armada para preservarme. Creo que la gente del MAS es decente y luchadora, pero tiene un sectarismo tremendo. Cuando fui candidato a diputado en su lista, iba en el número 11, porque era un intelectual. Y me explicaron que no podía acceder a otro puesto más alto porque no estaba “proletarizado”. Son dogmáticos porque adscriben a un cuerpo teórico del que no se puede cuestionar nada. Si no, estás afuera, como un enemigo. Yo sentía que tenía que decirme: “qué lástima que no nací obrero”. Y no... yo soy de clase media (hasta diría clase media alta) y no voy a ceder.
–¿Qué fenómenos sociales le interesan en la actualidad?
–Hay algo que valoro en este momento –también incluyo a Kirchner, aunque de manera menos central– y es que Evo Morales, Fidel Castro, Correa, Bachelet, Chávez estén imponiendo una cierta concepción latinoamericana que antes no existía. En otro orden de cosas, no puedo olvidarme de que en el país hay millones bajo la línea de la pobreza, que la salud y la educación no están al alcance de muchos. La desigualdad social es cada vez más grande. Pero sí hablan de que subió el producto bruto interno. Hay gente que está más que excluida: tienen una vida desquiciada, no existen. De eso habla mi obra Sólo brumas, que estamos ensayando con Susana Evans y Mirta Bogdasarian, con dirección de Norman Briski.
–¿Cómo surge la escritura de esa obra?
–En la calle Pampa y Figueroa Alcorta hay una casa de 2,70 x 2,70. Un día vi salir de allí a cinco personas. Esto me hizo pensar que yo tenía que escribir algo sobre ese fenómeno. En Sólo brumas hay un hombre y dos mujeres que viven en un lugar municipal –una casa muy chica sin baños siquiera, pero junto al bosque– que reciben albergue a cambio de encargarse de recibir todos los días cunas con chicos moribundos. Son gente con cultura, de clase media arruinada, que come de los desperdicios pero con mucha dignidad. Esperan a alguien que va a solucionar esa situación. Y en esto se parece a Esperando a Godot, porque ese alguien nunca aparece.
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