Miércoles, 30 de mayo de 2007 | Hoy
DISCOS › LO ULTIMO DE MARIA BETHANIA
Figura imprescindible, en Mar de Sophia y Pirata, Bethânia alcanza una rara belleza.
Por Diego Fischerman
Si fuera cierto que el agua y la poesía son dos cosas diferentes, Maria Bethânia las uniría. Su voz, en todo caso, una voz con cuerpo propio, rugosa, expresiva, es su manera de interpretar. Por afuera de todas las corrientes que atravesaron la música de tradición popular brasileña en los últimos cincuenta años –aunque a veces más cerca de algunas que de otras–, acaba de publicar simultáneamente dos discos. Uno de ellos, Mar de Sophia, le canta al mar y sus símbolos y gira alrededor de los textos de la poeta portuguesa Sophia de Mello Breyner. El otro, Pirata, recorre el universo afectivo de los ríos del interior del Brasil y va y viene hacia textos de Guimarâes Rosa, entre otros autores. Ambos, como toda la última producción de la artista, fueron editados en Brasil por el sello independiente Biscoito Fino. Y los dos acaban de ser publicados localmente, con impecable presentación, por RP Music, el sello regenteado por el legendario Alfredo Radoszynski, que alguna vez descubrió para la Argentina a Vinicius de Moraes.
Bethânia cantó canciones del tropicalismo pero no fue tropicalista. Actuó con Chico Buarque, a quien venera, y, antes, con Vinicius. Nunca fue, sin embargo, una enamorada de la bossa nova. Su repertorio se nutrió tanto de esas canciones como de elecciones personalísimas que podían ir tanto a Roberto Carlos como al bolero. No se tentó con los grandes acompañamientos orquestales, aunque el detallismo con el que piensa cada presentación la llevó a transportar, para su última actuación en Buenos Aires, hace dos años, diez toneladas de equipos. Más bien prefiere los acompañamientos mínimos, percusiones en primer plano, guitarras intimistas y, eventualmente, sorpresas como el grupo vocal sudafricano Ladysmith Black Mambazo, en el extraordinario Maria, editado hace veinte años.
En Pirata, las instrumentaciones incluyen guitarra, percusión y contrabajo, solos, en dúo o en trío, más el agregado ocasional de dos cellos –en “Es que nâo sei quase nada do mar”–, una especie de banda popular, con clarinete, cavaquinho y una verdadera orquesta de palmas y diversos instrumentos de percusión –en “Aguas de cachoeira”–, un dúo de guitarra y cello –en “Onde eu nasci passa un rio”, de Caetano Veloso–. Y entre los instrumentistas está Naná Vasconcelos, que acompaña a Bethânia en “Poesia”, de Antonio Vieira. El color de Mar de Sophia no es menos austero: guitarras, una flauta o una samponia, un cello, un pequeño coro masculino en un tema, “Memorias do mar”. Ambos discos tienen una intensidad y un poder dramático impactantes. Y nada en ellos se asemeja al mero conjunto de canciones puestas una al lado de la otra. Los dos, como el anterior homenaje a Vinicius –Que falta você me faz, también publicado en Argentina por RP– tienen una estructura en la que cada canción hace su parte, en un rompecabezas fascinante. Todo en estos dos álbumes es magnífico pero, si sólo estuvieran “Poema azul”, de Sérgio Ricardo, una bellísima versión de “Os argonautas”, de Caetano, “As praias desertas”, de Jobim, y el “Canto de Nanâ”, de Dorival Caymmi, ya alcanzaría.
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