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Jueves, 20 de diciembre de 2007

TEATRO › SANTIAGO GOBERNORI Y SU OBRA “REPROCHES CONSTANTES”

“Ni muy explícita ni muy poética”

Así define el director y actor su obra, una de las propuestas más interesantes que pudo verse este año en la escena under.

 Por Carolina Prieto

A pesar de que Reproches constantes –obra que escribió y dirigió– fue una de las perlas de la escena indie del año, y de protagonizar varios de los espectáculos más atractivos del off (como Budin inglés o Elhecho, ambos de Mariana Chaud), Santiago Gobernori conserva un perfil bajo. Hasta su look poco tiene que ver con los aires modernos de buena parte de las figuras del circuito alternativo porteño. Para este chico de 29 años nacido en La Plata y criado en la localidad bonaerense de Monte Grande, actuar, escribir y dirigir son instancias de un mismo proceso teatral. Dejó atrás un pasado de jugador de rugby –“en un club sencillo, para nada de elite”, aclara– y, recién salido del secundario, se anotó en un curso de actuación a cargo de Mariana Obersztern, impulsado por una afición que descubrió solo. “Mi familia no era nada intelectual, pero cuando iba al teatro con el colegio o veía una película, sentía que allí había algo que me pertenecía. Tenía ganas de estar ahí, de trabajar en esos ámbitos”, comenta.

Así inició una trayectoria que ya obtuvo varios reconocimientos, como el Premio “S” a su labor como autor e intérprete, el Segundo Premio del Concurso de Nueva Dramaturgia Germán Rozenmacher por Enseñanza maché y una Mención en el Concurso del Instituto Nacional del Teatro 2003 por Las riendas. “Mariana fue una de las responsables de que me metiera a fondo con esto. Rafael Spregelburd y Mauricio Kartun también me estimularon mucho. Mi primera obra, Golpe real, la estrené en el Rojas. La escribí, la dirigí y también actuaba. Todavía no había cumplido veinte años y en esa época no tenía mucha idea de lo que quería hacer. Trataba de robar algunas cosas que me interesaban, ciertos climas. Era un rejunte de todo lo que había visto: Cachetazo de campo, Dens in dente, Máquina Hamlet y La modestia, por más que sus creadores no reconocieran nada en la mía”, recuerda sobre sus comienzos cargados de inocencia y entusiasmo. Esa ópera prima estuvo dos años en cartel con una trama entre hilarante y tragicómica, sobre el reencuentro de dos primos y una tía empecinados en una aventura ridícula. Algo descarriló (que escribió para el ciclo Nuevos Dramas Argentinos del Centro Cultural de España) apuntó a los lazos afectivos y la reciente Reproches constantes profundizó esa tendencia con una fuerza aún mayor.

El espectáculo, que desbordó de público la sala del Abasto Social Club y participó del último Festival Internacional de Buenos Aires, sacudió a los espectadores con un quinteto de actores bien afilados (Claudia Mac Auliffe, Violeta Urtizberea, Edgardo Castro, Javier Drolas y Julián Tello), que despertaron tanta angustia como ternura. Dieron vida a un desencuentro familiar de lo más descarnado, a través de un puñado de personajes de tonos dispares (algunos más enérgicos, otros más bucólicos) que, sin embargo, se integraron en una pequeña historia bañada de un misterio que campea hasta el final y sacudida por un cambio escenográfico tan inesperado como efectivo. Todo, o casi, en un plano apaisado y chato de casa de pueblo desvencijada, en el que un matrimonio desarticulado y su hijo reciben a dos invitados. La verdadera identidad, la fortaleza impostada que encubre fragilidad, el desconsuelo más absoluto, el sostén psíquico a costa de pastillas y el egoísmo asomaron sin una gota de solemnidad y con una comicidad negra.

¿El origen del suceso? “Tenía muy en claro lo que no quería: una obra ni muy explícita ni muy poética y un tono de actuación ni demasiado tenso ni totalmente desafectado. De ahí surgió esa mezcla que, creo, le dio particularidad”, señala el creador, que estudió dramaturgia en la Escuela Municipal de Arte Dramático y se fogueó como actor junto a Ricardo Bartís. Convencido de la necesidad de respetar las capacidades y el estilo de cada intérprete, delineó seres poco previsibles en un contexto que literalmente se derrumba y deja a la vista un espacio escénico nuevo que redobla la decadencia. “El cambio funcionó como el truco de un mago trucho de cumpleaños. Un truco hecho con poca plata que temimos bastante. Nos daba miedo que todo se viniera abajo”, confiesa. Y agrega: “Muchos críticos están cansados de los espectáculos que se desarrollan en livings o que tienen una temática familiar cuando, en realidad, desde la Grecia antigua que esa cuestión está en la base del conflicto dramático. El problema no es el living ni el tema, sino cómo lo abordás. Es que una parte de la crítica está muy pendiente de lo nuevo, pero... ¡si ya está todo escrito! En todo caso, lo que podemos hacer es buscar la manera más apropiada de contar algo y ser lo más fiel a uno mismo”.

Hasta hace poco, Gobernori –que además se apasiona enseñando dramaturgia y actuación con su colega y amigo Matías Feldman– se desdoblaba en Bloqueo, la última comedia de Spregelburd. Era uno de los músicos cubanos y uno de los integrantes del cuerpo médico que irrumpía sobre el final; dos papeles a los que imprimió una llamativa naturalidad. Dice que actuar le encanta y lo relaja “porque tiene algo más visceral, menos mental que la escritura o la dirección”. Por el momento, el actor que también animó la planta parlante de Elhecho y que participó del biodrama Budín inglés, inspirado en la vida de cuatro lectores, busca una pausa después de dos años muy intensos. “En el teatro independiente hacés de todo. Escribir, conseguir los actores, la sala, la escenografía, el lugar para ensayar, más allá de poner plata porque los subsidios llegan después del estreno. Quiero ver bien qué quiero hacer y por qué. ¿Lo que sí me gustaría hacer? Una obra en la que haya una tensión tal que uno no puede dejar de verla, sin puntos muertos.”

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Gobernori debutó a los veinte en el Rojas con Golpe real, escrita, dirigida y actuada por él.
 
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