Jueves, 20 de diciembre de 2007 | Hoy
VOLVER A MIRAR TODO COMO LA PRIMERA VEZ
Lucía Puenzo, Juan José Muscari, Fernando Peña, Mariana Aria, Diego Capusotto, los directores de Upa!, Silvia Pérez: 2007 dejó varios testimonios de artistas que se animaron a otra disciplina, iniciando una aventura de cambio de piel que, en muchos casos, dejó fructíferos resultados.
Por Julián Gorodischer
¿Qué extraño cruce de coordenadas, o qué moda, o qué deseo individual que de pronto se volvió colectivo hizo que en 2007 tantos directores de cine, de TV, escritores y actores debutaran “fuera de campo”, es decir, ingresando a un mundo ajeno en el que gestaron la primera obra de una nueva vida? La calidad de lo que surgió de estos experimentos, pruebas, inserciones tardías es tan evidente que prueba las ventajas de mirar lo que se crea como si fuera la primera vez. Si de lo que se trata es de trazar un balance de los mejores debuts en otra disciplina, sólo queda celebrar que Martín Rejtman haya probado suerte en tierras del documental para que se estrenara, este año, Copacabana, ese viaje a una Argentina profunda registrada por la inmigración boliviana, así como Rejtman debe estar mirándolos desde la dirección de la película: como si se desconocieran todas, absolutamente todas las reglas que articulan la pertenencia a un género o la vida en un país.
Tal vez algo de esa irreverencia esté presente en Upa!, el film que marcó el ingreso a la dirección de cine de las hasta ahora actrices Tamae Garateguy y Camila Toker, así como del guionista Santiago Giralt. Si Upa! es una película en estado de deconstrucción, si sus partes se amalgaman como una puesta en crisis de las narraciones pequeñas del llamado “nuevo cine argentino”, tal vez algo tenga que ver el hecho de no aferrarse a una filmografía previa que determina un modelo de ser director y de estar en el mundo. Quizás ésa sea la unidad que no varía en estas historias de redebutantes: están sujetos al proceso de patear tableros como sin darse cuenta. Camila Toker, la actriz de Ana y los otros (Celina Murga) y Sábado (Juan Villegas), clasificó los pros y los contras de su incursión en campo ajeno. “Ventajas de ser director –enumera–: es un rol que necesita de una creatividad constante, en el mejor de los casos de una libertad fascinante. Sólo se está solo cuando hay que convencer, y si no es un rol de total interacción y enriquecimiento. Desventajas de ser director: convencer a cada instante a todo tu entorno de que vale la pena hacer eso que vos querés y llenar de argumentaciones que a cada rubro convenzan, inspiren.” Es gracioso observarla deconstruir su redebut en sintonía con la implosión que atañe a su película. “Ventajas de ser actriz –sigue–: en general llegás más tarde y te vas antes y a veces te traen un cafecito o algo caliente. Desventajas de ser actriz: esperar con ansias ser elegido y hacerlo bien. Esperando siempre la aprobación del resto.”
La mirada sobre el pase de una disciplina a otra puede reducirlo todo a una superficialidad pasmosa, al territorio de las apariencias engañosas cuando se confirme –como en el caso de la escritora devenida en cineasta multipremiada Lucía Puenzo– que al agregar a su tarea como novelista de El niño pez o La maldición de Jacinta Pichimahuida el rol de directora de XXY (film representante argentino en la carrera para los premios Goya) no hay otra guía que una fidelidad única al trabajo con ficciones, más relevante que la cuestión de los soportes y formatos. “Las piezas –dice a Página/12– cobran un sentido y se ensamblan cómodamente. En general, me gusta la ficción; me gusta estar plantada detrás de una historia. El cronista tiene que desaparecer; el autor no importa.” Los que mejor se desenvuelven en sus nuevos campos son flexibles como para combinar esa pasión reciente con la mochila que cargaban. Pero parece que las mejores óperas primas (de creadores con obra) se originan en una sensación inicial de sorpresa. “Fue la primera vez desde los 18 años –recuerda Lucía– que pude no escribir para los otros, dejar de dedicarles entre diez y doce horas de escritura para llegar a la mañana muy temprano o a la noche muy tarde y sentir el cansancio.” Tal vez sirva una frase que define la trama argumental de XXY para reflejar su propia situación como cineasta primeriza: “Empezar de nuevo sin perder de vista el origen, aunque éste sea oscuro, tortuoso...”. “Ellos (dice Lucía Puenzo sobre sus personajes) huyen a un lugar tranquilo y la madre mete adentro el infierno.”
Sobran las opiniones de los redebutantes del año que quieren participar en el autobalance, como si fuera una catarsis, un paso obligado para que la refundación tenga entidad propia. Quizá podría pensarse que el salto profesional al territorio ajeno se consolida cuando se puede reflexionar sobre la obra nueva, cuando deja de ser un ejercicio amateur para ser objeto de la crítica, para entrar en el mapa de las recomendaciones o los impugnados. Santiago Giralt, por caso, cree que “haber sido guionista fue un bagaje que colaboró en el desarrollo de los conflictos dramáticos y en la eficacia y creatividad a la hora de la improvisación de los textos”. En su caso, es especialmente notoria la capacidad de pensarse en un nuevo rol, como si la praxis y la teoría sobre su profesión se inauguraran juntas. “El rol de guionista es de ‘pensamiento’ e hipótesis, el rol de director y de actor es de ‘acción’ y prueba de la hipótesis... El guión puede no terminarse nunca, pero la película y la actuación se terminan en un momento preciso. El guión es una materia muy inestable, un pasaje intermedio.” En un registro cercano al manual para redebutantes, él configura una posible recomendación: “Cuando te abrís a nuevas experiencias la única desventaja es la falta de experiencia o el miedo a lo nuevo. Todo lo demás es pura ventaja, porque se aprende mucho y uno entra fresco a un campo nuevo”. Para este trío de directores de Upa! fue muy significativa la idea de “prueba superada” que se instaló entre ellos al terminar de rodar. “Nos sorprendíamos de nosotros mismos –recuerda Tamae Garateguy–, en primer lugar porque podíamos hacerlo; cuando trabajás en un área nueva, en nuestro caso fue la dirección, siempre está la pregunta flotando, ¿Podremos hacerlo?, y fue fabuloso porque lo hicimos de a tres, confiando el uno en el otro a todo nivel, decidiendo entre todos y estando abiertos para recibir opiniones de afuera. Me resultó muy inspirador, volvería a hacerlo.”
José María Muscari, hasta 2007 director de teatro, es otro de los que pegó el salto a la dirección de televisión, en Playboy, con la miniserie Circo rojo, y en Canal 7, con su especial Mujeres elefante. El doble redebut no podría haberse apoyado en objetos más disímiles: el drama alegórico, en la tele pública, y la comedia liviana de erotismo soft en la señal condicionada. En sintonía con su obra escénica, donde se lo sintió más suelto y a gusto es en Playboy, permitiendo que afloraran algunas de sus señas de identidad: introducir al veterano en las maratones sexuales, mezclar los géneros del entretenimiento de masas con conversaciones de una profunda capacidad para clasificar e inventariar oscuras pasiones humanas. “El balance es altamente positivo”, estima, ya terminada la labor. “Había una fantasía alrededor del mundo de la TV: es terrible, no se puede crear, es un medio de locos, una máquina que te tritura. Y eso es un folklore popular: cuando dirigí Circo rojo y Mujeres elefante fueron experiencias muy intensas. Lo que me encontré también es la creencia de que uno no tiene otras actividades. Parecería que no está bien que otras cosas existan. Si postergás un inicio de grabación no está bien: los tiempos son industriales. Tampoco existe la fantasía de que todo el mundo manda. En mis programas yo decidí. No me sentí falto de personas que ejecutaran mis decisiones.”
Tal vez sólo se trate de refundar sin mirar alrededor. ¿Es así porque lo encontró así o porque sin preguntar al llegar cómo había que hacerlo se dispuso a realizar lo que mejor le sale? “Traté de que confiaran en que si me estaban llamando a mí no era para hacer el producto que hacen siempre –señala Muscari–. Desembarqué con el 80 por ciento de personas que trabajan conmigo en general. Lo primero que utilicé como truco es armar un cuerpo de actores que respondiera a mi propuesta. Los actores que están habituados a la TV tienen como una tabulación de qué es lo que funciona y lo que no. Se supone que manejan un manual de lo que a la gente le gusta. Eso es una mentira absoluta. Evité esa experiencia amarga del manual del éxito.”
Como si fuera una espiral de gente que redebuta, o como si se instalara entre ellos el juego de los seis grados de separación, la travesti Mariana A. redebutó justamente a las órdenes de José María Muscari en un campo ajeno: de vedette televisiva pasó a protagonizar una obra, Fetiche, en el teatro oficial (el Sarmiento). “Era la primera vez en el Complejo Teatral de Buenos Aires –dice– y al mando de este hombre. José María hace sólo éxitos. Tiene 30 años y 33 obras escritas, todas buenas. Lo más difícil es que no era como en TV (donde se la vio en Tumberos y en Disputas); los tiempos son otros. Si me equivocaba se editaba y se volvía a grabar. En teatro no. A partir de este año hubo un cambio: es la primera vez que una persona con mi condición trabaja para el gobierno de la ciudad. Siento que se pudo abrir una puerta.” Otra ex vedette devenida en actriz de cine en rol protagónico, Silvia Pérez, localiza en el estreno de Encarnación (de Anahí Berneri) un antes y un después. Ante la consulta de Página/12 elige interpretarlo como un punto de quiebre en su mundo interior. “El trabajo que hice resultó terapéutico. Dejé una parte de mi vida en Encarnación. Estoy sintiendo un renacimiento, incrementado en la repercusión que tuvo. Lo que más querría es poder trabajar: todo lo que luché e hice fue para eso.”
Para Martina Juncadella, su sobrina de ficción, también el tránsito (como en el caso de Silvia) fue de un bolo en Cara de queso (de Ariel Winograd, 2006) a un rol central en Encarnación, confirmando una extraña capacidad de esa película ambientada en un country de disparar estrellas desde muy abajo. “En realidad –dice la actriz púber–, yo estudio desde hace cuatro años teatro, y desde siempre me gustó. Pero empecé a ir a castings como mi hermana, y obviamente al principio no quedé. Hasta que quedé en el de Cara de queso, que fue mi primera experiencia así en un papel. Todo fue un proceso que se fue dando de a poco, y que sigue, y que me va formando. Cambié como persona.” Otra coincidencia entre los redebutantes de 2007 es la buena recepción de lo que hicieron, y en algunos casos el éxito de ventas que acompañó a su primera obra nueva, y para notarlo basta mencionar el ascenso a best seller del Gracias por volar conmigo de Fernando Peña (en el que redebuta como narrador trazando la crónica de sus días como azafato), el pase a estrella de rock de Diego Capusotto, luego de sus clips subidos a YouTube, tomados del programa de Canal 7 Peter Capusotto y sus videos que lo llevó a la antesala del recital de Soda Stereo y a la tapa de la Rolling Stone en la piel del rocker fisurado Pomelo, o la buena performance del dramaturgo y cineasta Federico León en la categoría Guión adaptado (para El pasado, de Héctor Babenco). Sobre este último, la actriz Pilar Gamboa (que redebutó este año como directora de teatro en Tren, creación conjunta del grupo Piel de Lava) tiene algo que decir, un elogio que podría –arbitrariamente– extenderse a los demás nombrados: “Siempre me gustó –dice Pilar– la gente que se involucra en una actividad que le es ajena. Me alegra que se animen a experimentar”.
Producción: Oscar Ranzani y Andrés Valenzuela.
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