TEATRO › ENTREVISTA A LEONOR MANSO, PROTAGONISTA DE “EN AUTO”
“En este país todos somos como los dobles de riesgo”
Mientras sigue participando de Ahora somos todos negros, con Ingrid Pelicori, basado en textos poéticos, Leonor Manso protagoniza, en el teatro Cervantes, la pieza de Daniel Veronese En auto, una historia de una madre y una hija que llegan a un casting para dobles de riesgo.
Por Cecilia Hopkins
Leonor Manso pensó que la biología sería lo suyo hasta que un profesor le hizo comprender que si buscaba descubrir el origen de la vida, se había equivocado de carrera. Para entonces, la futura actriz ya había renunciado a la vida religiosa y a la santidad: “nada de aspirar a ser una humilde creyente –se ríe hoy en una entrevista con Página/12–, yo quería la santidad y con cartel francés”. Mucho tiempo después, Manso comprendió que su fascinación por lo teatral provenía de aquella temprana etapa de su vida: “fue en una iglesia de Villa Ballester, donde mis padres me habían llevado a una misa cantada –todavía lo recuerdo y me dan escalofríos– y me impresionó para siempre la inmensidad del lugar, las luces y el incienso, la ropa y la voz del sacerdote”, resume. De modo que, luego de una fugaz experiencia en la escuela secundaria, el teatro se impuso apenas se desentendió de la facultad y las ciencias naturales.
Con Juan Carlos Gené transitó su primera etapa de formación. El resto lo fue haciendo desde el escenario: “empecé en un grupo, en cooperativa como también se hace ahora, pero tuve la oportunidad de que me vieran y de allí en más no dejaron de llamarme”, afirma. Si bien sus primeros personajes fueron de pulso trágico, con los años Manso devino especialista en mujeres que condensan en su comportamiento tantos aspectos risibles como dramáticos. En teatro, la primera de estas criaturas fue “la Clemen” de El patio de atrás, de Carlos Gorostiza. La última, la Virginia que actualmente interpreta en la obra En auto, de Daniel Veronese, que se presenta en el Teatro Cervantes. Se trata de la reelaboración de un texto escrito hacia 1998 (Eclipse de auto en camino, ver recuadro) que el dramaturgo y director concretó junto a los actores, durante los ensayos.
La acción comienza cuando Virginia y Anna (madre e hija, interpretadas por Manso y María Figueras, respectivamente) llegan a un casting para dobles de riesgo. Allí están un asistente (Carlos Bermejo) y Len (Claudio Quinteros), un personaje enigmático que oficia de punto de enlace entre el tiempo presente y un accidente carretero ocurrido en el pasado, recuerdo que atraviesa la obra de punta a punta. Si bien Manso relaciona esta pieza con ciertos aspectos de la realidad, la actriz considera que el teatro no consiguió todavía un registro tan claro del fenómeno social desatado desde 2002 como sí lo encuentra en la poesía. Ese es el tema de la otra puesta en escena de la que está participando junto a Ingrid Pelicori. Ahora somos todos negros es un espectáculo de poesía basado en textos de Diana Bellesi, Susana Villalba, Paula Jiménez, Andi Nachon y Claudia Masin, que se presenta en el Centro Cultural de la Cooperación. La selección fue realizada por las mismas actrices, en tanto que la dirección quedó a cargo de la coreógrafa Roxana Grinstein, “porque la abstracción de la poesía nos pareció que se relaciona con el lenguaje de la danza”. Según puntualiza la actriz, el título del espectáculo “hace referencia a la idea de que los argentinos somos latinoamericanos aunque hasta el momento no queríamos verlo, porque tenemos la misma miseria, los mismos problemas con el alcohol, la salud y la droga que el resto del continente”.
–¿Por qué cree que sus últimos personajes, tanto en teatro como en televisión, ya no son solamente trágicos?
–Será porque con los años, con el hábito de observar las cosas de la vida, uno se da cuenta de que todo el tiempo lo trágico y lo cómico se van alternado. O van juntos, como en el grotesco. Pero cada personaje me ayudó a crecer y a comprender. La primera lectura de la obra es muy importante. Y ser coherente con esa impresión interna que provoca el personaje escrito, también. Después aparecen otras cosas.
–¿Recién entonces se encarna a un personaje?
–Se habla de encarnar a un personaje cuando éste funciona aun a pesar de uno mismo. Y esto es verdad, no es una manera de decir. Se apodera de uno, tiene su dinámica propia que es diferente a otros. Virginia es una madre y me ha tocado hacer a tantas, que a veces me da miedo porque pienso que me voy a repetir... pero por suerte hay una gran variedad de madres y ésta no se parece a ninguna otra. Pero ahora no se usa tanto eso de encarnar a un personaje: se busca expresar al mínimo, que las palabras no pasen por el cuerpo, hablar bajo... es una moda. A mí me parece que el público espera lo otro en el teatro, ver a un actor libre, que no especula sino que fluye encarnando al personaje en un acto de libertad. Es como ver a un bailarín y bailar con él. La gente no olvida los personajes que fui haciendo a lo largo del tiempo y eso es muy gratificante, porque si impacta es porque refleja algo profundo.
–¿Cómo es Virginia?
–Nunca para de hablar, es una neurótica aguda, tiene el inconsciente al descubierto. Fue doble de riesgo y tiene una relación muy simbiótica con la hija, porque ambas creen que lo que le pasa a la otra, en realidad, le pasó a ella. Todos los personajes de la obra son muy beckettianos en un punto, porque tienen rutinas que deben cumplir para sentirse vivos. Y entre ellos hay una lógica que no es la cotidiana.
–¿Por qué cree que los nuevos textos teatrales ya no presentan con claridad el devenir de una historia?
–Estas historias poco claras reflejan una realidad, porque el autor está atravesado por su época. En la obra hay una locura que atraviesa a todos los personajes y a mí me parece que eso mismo nos pasa como país. Pero también ocurre lo mismo en el mundo. Hace tiempo que se ha perdido el pensamiento y la acción lógica. La desestructuración del pensamiento lógico se refleja en esta obra porque cada uno tiene una versión diferente de lo que pasó. Son personajes patéticos. Hay una gran desconexión entre ellos y ninguno tiene un proyecto abarcador. Y sin embargo, el humor forma parte de la obra. El mundo de los extras y los dobles es muy particular, no aparecen ni en los créditos de una película, se exponen a grandes peligros....
–¿No hay en la profesión de esos personajes una intención metafórica?
–Sí, totalmente. En nuestro país hemos vivido muchísimas situaciones de riesgo. El miedo también atraviesa la obra y nosotros también estamos, a partir del 2001, amenazados por la marginación social. Todos sabemos que hay un gran porcentaje de gente que está afuera del sistema y también sabemos que en cualquier momento nosotros mismos podemos pasar a formar parte de esa cifra. Estos personajes son muy marginales en todo sentido, en su forma de pensar, en su situación social. En mucho me recuerdan a Esperando a Godot.
–¿Hoy qué puesta haría de Esperando...? ¿Sería muy diferente de la que estrenó en 1996? ¿Se le ocurrió alguna vez pensar en volver a dirigir esa pieza?
–Sí, siempre lo pienso... los personajes serían mucho más marginales, como los cartoneros, que siempre están esperando. Y más latinoamericana, con música de cumbia y con la alegría, la tristeza y el dolor de los más olvidados. Fue releer esa obra en el ’92 y saber que quería hacerla. Todavía pienso que es el autor en el que me veo más reflejada. El ritual del teatro –ese rito de presencia entre actores y público– cumple una función social. Cuando en 1980 Alcón hizo Hamlet en el San Martín y decía “Hay algo podrido en Dinamarca”, todos sabíamos qué nos estaba diciendo, porque la complicidad con el público se da por las circunstancias que se comparten. Como directora me parece fundamental reflejar mi angustia sobre el momento que se vive. No es que lo busco a propósito, sino que es una forma de entender el teatro.
–¿Cuál es su visión del rol del director?
–La obra es un elemento más: es literatura teatral que, en sí misma, ya cumplió su misión, porque cualquiera puede tomar la obra y leerla. En cambio, el teatro vivo es el aquí y el ahora, es un trabajo grupal. El teatro vivo está atravesado por los actores, la escenografía, el vestuario, la música. Y también por la circunstancia que se está viviendo. El director aúna todos los sueños que la obra desencadena en sí misma y le da una orientación final. Tiene la misión de contener a los actores porque son los que ponen el cuerpo para captar aquello que está en las palabras transmutándolo en un hecho vivo. Pasa el tiempo y a mí todavía me parece muy extraño lo que pasa en la actuación. Cada vez me maravilla más lo que las palabras activan en uno. El director observa los ensayos y va terminando de comprender qué es la obra a través del trabajo de los actores.