Miércoles, 24 de agosto de 2016 | Hoy
DANZA › KOKI Y PAJARíN SAAVEDRA HABLAN DE RAíZ Y FLECHAS
El título del nuevo espectáculo de los bailarines junto a la Compañía Nuevo Arte Nativo bien podría servir también para definir su carrera continua y coherente. “La danza folklórica ha sentido mucho los procesos políticos y culturales”, afirman.
Por Karina Micheletto
Raíz y flechas llamaron Koki y Pajarín Saavedra a su nuevo espectáculo junto a la Compañía Nuevo Arte Nativo. El título podría servir también para definir una carrera continua y coherente sostenida desde hace ya más de cuarenta años por estos bailarines. Que resultan ser representantes de las búsquedas más innovadoras dentro de la danza argentina, pero al mismo tiempo los más genuinos defensores de su tradición. Es curioso: de lo que más hablan continuamente estos renovadores natos es de raíz. En esta oportunidad, para presentar un recorrido coreográfico y musical que los lleva de Dino Saluzzi a Pat Metheny, de Hugo Díaz a la última ona, del canto de las ballenas en el sur argentino al sonido del bombo legüero, allá en el norte. Raíz y flechas puede verse este sábado y todos los sábados de septiembre a las 21.45 en el Centro Cultural Borges (Viamonte y San Martín).
El espectáculo tiene música grabada y también en vivo, interpretada por ellos mismos (que dejaron registrada esta otra búsqueda, la de la música, en su disco Cuando canto y bailo). “También hay música en el zapateo, en las palmas, en todas las formas de percusión”, aclaran. El suyo vendría a ser un intento por fundir las dos estéticas, sumado a ese intento eterno: el de descubrir la belleza, según declaran. “Algo que no está disociado de lo social. No contamos una historia lineal, con un argumento concreto. Pero sí marcamos un sentido y un contenido, nos paramos en un lugar, en este caso desde la música y la danza. Bailar también puede ser una toma de postura”, advierten.
Ya en su espectáculo anterior, Flechas de la tribu, habían incorporado música de Miles Davis. Ahora tomaron el trabajo del guitarrista Pat Metheny con el contrabajista Charlie Haden; el canto de las ballenas, de una grabación francesa de los años ‘50, y también los registros de Lola Kiepja: La última ona. “Nos fuimos enterando de esa parte de nosotros ni siquiera negada, sino ignorada totalmente”, dicen sobre lo que descubrieron de la cultura ona. De sus tiempos de residencia en París, desde los ‘70 y hasta el ‘91, reconocen la influencia de esa gran experiencia de aprendizaje, “de apertura de cabezas y de querer abarcarlo todo”, ese impulso por hacer pie en lo propio para ir hacia otras riquezas. “En definitiva, las ganas siguen siendo las mismas: ampliar los límites sonoros y visuales de la danza, el zapateo, la percusión, las boleadoras. Seguir ese pulso interior que nos dicta un mensaje artístico”, concluyen.
–¿Por qué siempre vuelve esa idea de raíz en sus propuestas?
Koki Saavedra: –Todo lo que hacemos tiene una raíz: está en nosotros mismos, pero también ligada a toda una historia que nos antecede. Tanto en lo familiar como en lo social. La gente es la que hace las historias, con los elementos que tiene a disposición. Nosotros no inventamos la chacarera; la bailamos. Lo que podemos pensar es cómo queremos bailarla, qué chacareras elegimos para bailar. Ahí está nuestra impronta.
–Pero es curioso que siempre hagan más referencia a la raíz que a la innovación…
Pajarín Saavedra: –Porque la raíz sigue en discusión. Si uno dice “No, venimos de Europa”, y nada más, le estamos errando a una verdad. La raíz africana está en nuestro folklore, la raíz indígena está. No querer reconocerlas es político. Tenemos influencias diversas, y por eso es tanta la riqueza de esta danza y de esta música. Pero hay que meterse adentro para poder verla. Lamentablemente, hay mucho desconocimiento.
–¿Cómo lo comprueba?
P. S.: –Hace poco escuché a un musicólogo argentino hablando de danza y me dio pena: decía que nuestro folklore es lo peorcito que tenemos en la zona, comparado con el de Brasil o Uruguay. Me dio más pena porque lo vi en el canal Encuentro, que es un gran canal. Pero en definitiva, me dio pena por él: ¡seguro que nunca bailó! (risas).
K. S.: –Esto del musicólogo yo no lo vi, pero sí creo que hay, adentro y afuera de lo que llamamos danza folklórica, muchísima ignorancia. Y entonces este hombre se puede permitir decir eso y no ver en ese pequeño hecho, cuánto de valor cultural, histórico y artístico encierra. Porque tenemos una música que se baila, que tiene un ritmo, una melodía, una poesía, una geografía determinadas, y que no siempre existió: es fruto de muchas participaciones. Hay mucho valor ahí.
–¿Creen que todo ese patrimonio de la danza hoy no es reconocido?
P. S.: –No es conocido. Se conoce a Santiago Ayala el Chúcaro y paremos de contar. Y pareciera que no existió nadie más. Es muy complicado el tema de la danza folklórica, porque enseguida nos sale, más que con otras cosas, ese lugar común: “¡esto es lo nuestro, nos pertenece, esto es la Argentina!”. Tiene como una cosa de sencillez, que la deja medio para la foto, para el acto escolar. Pero no es tan sencillo hacer los pasitos… ¡y encima después hay que tener gracia! ¡Y encima después haber hecho una profesión de esto! Lo nuestro ya fue demasiado... (risas).
–Suele decirse que el argentino es un pueblo menos dado a la danza que, por ejemplo, el brasileño. ¿Eso a qué respondería?
P. S.: –Creo que los procesos sociales en nuestro país han influido. Pereciese que no, pero para mí es sí. Y en la danza folklórica, aunque no se tenga en cuenta, ha sentido mucho los procesos políticos y culturales.
–¿Las dictaduras, por ejemplo?
P .S.: –Absolutamente. No te han prohibido bailar, pero… guarda con lo que hacés. La música sí ha sido más censurada: hasta Gardel fue censurado en la última dictadura. A Mercedes Sosa la levantaron de un teatro con público y todo. A los bailarines eso no les pasó directamente, al menos que yo sepa. No nos han llevado presos por bailar. Pero en la cabeza del bailarín ha influido la autocensura: bailo, pero guarda con lo que hago.
–Eso fue explicito con la murga, pero no se lo suele asociar la danza folklórica…
K.S.: –Es que el cuerpo, cuando se entra a mover, hagas lo que hagas, provoca cosas intensas. Es el cuerpo, es todo lo que tenés: sos vos. Es diferente para el músico, aunque el instrumento se haga uno con él. El cuerpo, al ponerse en movimiento, libera. A las ropas las liberás, enseguida te empezás a aflojar lo que tenés puesto, ¿verdad? Y eso jode.
P. S.: –Por eso nosotros bailamos por nosotros, pero también es por los otros. Porque nosotros nos exponemos, de la cabeza a los pies. No podemos hacernos los desentendidos. El hacerse cargo de lo que uno hace, en ese intento de comunicarse con el otro, esas son las flechas. A eso también hace referencia el nombre del espectáculo. Porque todos podemos bailar. Pero algunos lo hacemos profesionalmente; no significa que baile mejor que otro, significa que hice de esto un modo de vida y de expresión. Porque bailo, cuento. Y te quiero contar esto que bailo. En ese sentido, es también una responsabilidad. Y así lo tomamos: con la gran alegría de poder vivir de lo que nos apasiona, de lo que elegimos, pero también sabiendo que tenemos una responsabilidad cada vez que empezamos a bailar.
–¿Cómo se expresa esa responsabilidad?
K. S.: –Desde jóvenes, nosotros elegimos, decidimos, una estética. Y una ética. Y nos sentimos eslabones de otros anteriores y otros que están por venir. Pero esa cadena tiene una direccionalidad. No es arbitraria. Hay algo que mal se llamó el “folklore for export”, para afuera: aparentemente quería decir que era para los que no saben. Sin embargo, creo que no se puede llamar “for export” a lo que hizo Tango Argentino, aunque haya sido creado para afuera. No se puede llamar “for export” a lo que hicieron Atahualpa o Piazzolla, Mercedes Sosa incluso, y ellos fueron afuera. Nosotros también. No fuimos exiliados políticos, pero sí nos tuvimos que quedar, porque no podíamos volver ni locos.
–¿Cómo fue eso?
K. S.: –El plan A era trabajar allá, volver y seguir en viaje, pero desde aquí. Bueno, tuvimos que implementar un plan B: quedarnos allá y hacer lo que pudiéramos, porque sabíamos que acá no nos esperaba nada bueno. Por suerte, ya bastante más grandes, pudimos retomar aquel viejo plan A: instalarnos aquí y poder viajar. Ojo, no reniego de aquellos años: París estuvo hermoso. ¡París fue una fiesta! (risas).
P. S.: –Nos gusta bromear y recordar así esas épocas de tanto aprendizaje. Pero si hablamos en serio, no podemos hablar de fiesta en aquellos años. Los aprovechamos también para denunciar las dictaduras que vivíamos en Latinoamérica. Participando y creado cosas.
K. S.: –En el año ‘76, cuando aparecieron los locos y locas de Plaza de Mayo, nosotros teníamos un cuadro que se llamó así: “Los locos y locas”. Era la primera parte de un espectáculo. En el ‘73, cuando se dio el golpe en Chile, ya estábamos en Francia. Y estaban Mercedes Sosa, Quilapayún, Inti Illimani, causalmente se dio todo eso. Yo tenía 20 años. Recuerdo lo que fue La Mutualité, un festival que se hizo para Chile. Entraban 4000 personas, pero afuera había más. Los franceses fueron muy solidarios. Lamentablemente, ahora ha cambiado.
–Hablaban de las Madres de Plaza de Mayo, de lo que se puede decir con la danza, de lo que significa exponerse, poner el cuerpo. ¿Cómo lo relacionan?
K. S.: –Lo de Hebe es poner, literalmente, el cuerpo. Lo fue entonces, en esos años que nosotros vivimos desde otro país; lo es también ahora. Y cuando el cuerpo se planta, es muy fuerte, muy poderoso. Porque hay un convencimiento, un plantarse, un dejar testimonio. Hay algo que se desató y que no tiene límites. Y si está aunado con el convencimiento de la cabeza y de corazón, es muchísimo mayor. El caso de Hebe es emblemático: siempre puso el cuerpo, la cabeza y el corazón.
K. S.: –Fue muy fuerte lo de Hebe. Lo de ella y lo de todos los que reaccionaron inmediatamente cuando le soltaron la orden de captura. Y otra vez: ¿qué fueron lo que hicieron al correr a acompañarla, casi inmediatamente, sin dudar un momento? A poner el cuerpo. El cuerpo es un arma muy poderosa. Con el cuerpo se pueden hacer y se pueden decir muchas cosas. Lo sabemos nosotros, los bailarines, los que trabajamos con el cuerpo. Intentamos mostrarlo cada vez que nos subimos a un escenario. Lo demuestran, también, situaciones como ésta.
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