Martes, 30 de enero de 2007 | Hoy
DANZA › FESTIVAL DE SAN MARTIN DE LOS ANDES
En la muestra neuquina, que termina mañana, se destacaron Medea, en una versión libre, y El lobo, de Pablo Rotemberg.
Por Cecilia Hopkins
Desde San Martin de los Andes
En su octava edición, el Festival Estival de San Martín de los Andes –hasta el momento un emprendimiento independiente a cargo del grupo Humo Negro– se estrena como evento cogestionado entre el Instituto Nacional del Teatro, la Municipalidad local y la Secretaría de Estado de Cultura de Neuquén. Aunque los fondos comprometidos por la gobernación de Jorge Sobisch no estarán disponibles para el grupo organizador sino hasta marzo, motivo por el cual la programación sufrió ciertos cambios, quedando sólo un espectáculo extranjero en exhibición, Celeste Flora, por la compañía gaditana Albanta, dirigida por José Bable Neira. Fuera de ese inconveniente, el festival –que comenzó el 25 y se extiende hasta mañana–- ofrece diariamente un ciclo de videodanza al aire libre a cargo de Silvina Szperling, talleres de danza y acrobacia aérea y un espectáculo por noche. En los próximos días se espera la participación del grupo neuquino Atacados... por el Arte, con La niña invisible, y el cierre, a cargo de la compañía de Buenos Aires Du-ggan Danza, que realizará un trabajo concebido para ser visto en un escenario natural de la zona, un bosque de robles situado a 5 kilómetros del pueblo, frente al lago Lácar. Durante las primeras jornadas se destacó la participación del grupo Punto “O” Teatro, con una versión libre de Medea, tragedia de Eurípides, y El lobo, unipersonal a cargo del bailarín Pablo Rotemberg. De formación ecléctica, Rotemberg destiló un sentido de la escena también ecléctico. Guionista de cine y concertista de piano, pasó por los estudios de Ricardo Bartis, Raquel Sokolowicz y Luis Baldasarre, bailó en obras de Margarita Bali, Gerardo Litvak y Valeria Kovadloff. Pero con éste, su primer unipersonal, en cartel el año pasado en el Camarín de las Musas, próximo a reestrenarse en la misma sala, Rotemberg dio a conocer a pleno su personal estilo, una rara combinación de intensidad expresiva, ironía visual y música interpretada en vivo por sí mismo. El intérprete y director sale de los límites de la danza contemporánea: “Hay ‘alguien’ que dictamina cómo hay que bailar y en teatro parece que, si bien también hay modas, hay mayores permisos y uno puede hacer lo que le sale”, afirma en una entrevista con Página/12. Como a otros bailarines, tampoco le agrada demasiado el término danza-teatro, pero en definitiva es el más certero para definir a éste, su primer solo: “Creo que me jugó a favor ese grado de ingenuidad que todos tienen cuando arman algo propio por primera vez”, afirma, consciente de que en El lobo se dio el gusto de integrar todas sus habilidades interpretativas, sin reserva alguna.
En la obra, un hombre encerrado en su baño, en el espacio que le dejan el inodoro, el bidet y el lavatorio, despliega una actividad riesgosa, inquietante, de poética inutilidad, también ligada a un piano vertical del que arranca desesperadas melodías. Tal vez para llorar un amor perdido o para celebrar una metamorfosis en la bestia carnicera que lo habita. “Busqué que exista un contraste entre lo grosero y lo elevado, pero sin ninguna solemnidad, porque eso me da pánico”, detalla el intérprete.
Dirigida por Gustavo Guirado, la Medea que presentó el grupo rosarino Punto “O” Teatro es de una fuerza concentrada, demoledora. Aunque dé comienzo con un despreocupado juego infantil a cargo de las niñas Lucila Díaz y Laura Diez, no tarda en instalarse en escena un clima de tenebrosa densidad. La obra desarrolla en singular versión –una vez leídas las Medea de Corneille, Anohuil, Heiner Müller, entre muchas otras–, la historia de la temperamental esposa –interpretada por Vilma Echeverría– que asesina a su hija, tras ser abandonada por el marido. La puesta propone un marco doméstico extrañante, dominado por una vieja heladera, sostén de potentes imágenes que traducen el desasosiego y la violencia que experimentan los protagonistas. “Uno genera lenguaje artístico cuando no puede nombrar algo, en este caso, los deseos y las pulsiones que son comunes a todos los seres humanos, que los griegos supieron percibir tan bien. El de Medea es un acto extremo relacionado con el amor, porque la idea de venganza no es suficiente para nombrarlo”, afirma el director en conversación con este diario. Guirado recurrió a actores que supieran trabajar desde sí mismos más que componer un personaje desde la representación de un rol. “Es imposible no ser contemporáneo así uno haga un clásico –opina el director–. Por eso, la historia que hemos vivido o la que hemos recibido de nuestros padres siempre aparece en nuestro imaginario.” Guirado lo dice porque imaginó desde el inicio de esta puesta que Creonte, poderoso representante de las leyes civiles, y el aguerrido Jasón, esposo de Medea (ambos interpretados por Ricardo Arias), representan por una parte el poder absoluto y, por la otra, “al que fue de izquierda y que, abandonando toda posición revolucionaria se vuelve lenguaraz del menemismo”.
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