Martes, 30 de enero de 2007 | Hoy
MUSICA › BALANCE DE LA 47ª EDICION DEL FESTIVAL DE COSQUIN
De Juan Falú a Soledad, desde gauchos tradicionalistas hasta pibes que parecían sacados de un recital de rock, todos convivieron en Cosquín, el epicentro de una extraña mística musical. Aquí, un recorrido por lo mejor y lo peor del festival.
Por Karina Micheletto
Desde Cosquín
¿Gauchos de bombachas batarazas almidonadas que zapatean como si se acabara el mundo o chicos que podrían estar en un recital de rock saltando el estribillo de su zamba preferida? ¿Sentenciosos profetas de la argentinidad, o León Gieco con sus Bandidos rurales? Cosquín es todo eso, a veces con mezclas de lo más extrañas conviviendo sanamente y en familia. Miles de personas llegan hasta este pueblo del Valle de Punilla buscando vivir su festival, y es probable que cada una de ellas se lleve en el recuerdo un Cosquín diferente. Lo que se vive en las calles, peñas y balnearios, donde suenan chacareras noche y día, es una fiesta que excede a lo que pueda verse por la tele en la plaza oficial. Y por ese escenario bendecido con el nombre de Atahualpa Yupanqui, y por todas las grandes figuras del folklore que lo pisaron, transcurrieron momentos únicos y otros para el olvido.
Entre los que quedarán en el recuerdo, estuvo el gran cierre con Mercedes Sosa, León Gieco y Víctor Heredia, el domingo pasado, que por unas horas transformó Cosquín en un festival diferente. La última noche trajo otro gran momento: el contundente homenaje a Yupanqui que propusieron Jairo, Juan Falú y el bailarín Juan Saavedra. Las dos postales más brillantes del festival llegaron juntas, en la misma noche y en una plaza totalmente llena (ver nota aparte).
Entre otras cosas, la plaza oficial mostró un reacomodamiento en el circuito de estrellas taquilleras del folklore: el viernes pasado, Los Nocheros, hasta hace poco el grupo más convocante del género, llenó la plaza apenas en un 70 por ciento, frente al frío de la temperatura y de los ánimos en general. Quien sigue siendo el cantor nacional y popular del momento es el Chaqueño Palavecino, imbatible e incansable, con sus tres horas de show, hasta las cinco de la mañana. Y Jorge Rojas, el Nochero escindido, parece consolidarse como la nueva figura del folklore romántico. Tanto, que en la última noche se anunció oficialmente desde el escenario que el 19 de enero del año que viene será el encargado de inaugurar el festival.
Este año, el Premio Consagración se lo llevó Leandro Lovato, un violinista y cantante rosarino que propone un repertorio santiagueño. Lo suyo viene más bien por el lado aeróbico, no sólo porque saltó y corrió de punta a punta del escenario durante toda su presentación, sino porque se preocupó por mostrar cuántas notas juntas puede meter en poco tiempo. El Premio Revelación fue para el grupo vocal riojano Agua Blanca. Este año se entregó otro premio, el Camín de Oro, un reconocimiento a la trayectoria otorgado a León Gieco. Hubo más premios, los espontáneos, en forma de silencios, aplausos respetuosos y pedidos de bises, este año por suerte más respetados. Estos son, a grandes rasgos, los aciertos y desaciertos de la 47 edición del Festival de Cosquín.
Lo mejor:
- Argentina quiere cantar, el espectáculo que volvió a reunir a Mercedes Sosa, León Gieco y Víctor Heredia. Un cierre de lujo para el festival.
- El homenaje a Yupanqui que volvieron a mostrar Jairo, Juan Falú y Juan Saavedra. Jairo cantando a capella y sin micrófono la zamba “La pobrecita” logró el silencio asombrado de once mil personas que colmaban la plaza. Antes, Juan Falú había sorprendido con su presentación solista y la forma en que se ganó el silencio de la plaza, otro gran momento del festival.
- Otros artistas que llegaron para jerarquizar la plaza: Peteco Carabajal, Raly Barrionuevo y el Dúo Coplanacu, el Dúo Salteño, Jorge Fandermole, Los Carabajal, Mariana Carrizo, entre muchos otros.
- El homenaje a Ariel Ramírez que significó el espectáculo Mujeres Argentinas, a cargo de Lito Vitale y su Quinteto, Patricia Sosa, Sandra Mihanovich. Juntos mostraron que la mejor manera de homenajear a un autor es reinterpretar la potencia de su obra.
- El buen nivel de las delegaciones provinciales, que años anteriores resultaban meros rejuntes armados por las respectivas secretarías de Cultura, y esta vez mostraron en su mayoría producción y ensayo.
- Los espectáculos integrales propuestos dentro de la programación, que reunieron expresiones de cada región de forma novedosa: Quebradeños, con Tomás Lipán, Fortunato Ramos y las Hermanas Cari; Entre cuecas y tonadas, con Jorge Viñas y Pocho Sosa, entre otros.
- Algo de lo nuevo del folklore en el escenario mayor: Tonolec, que sumó al coro toba Chelaalapí con sonidos electrónicos, Paola Bernal, que mostró la nueva cara de los aires serranos junto a un DJ.
- Las peñas, este año en mayor cantidad y con gran afluencia de público. Las más destacadas fueron la del Dúo Coplanacu, La Fisura Contracultural, la de Los Carabajal y La Chayera. Sobraron opciones.
Lo peor:
- Los arranques poéticos de los locutores, en medio de la dura tarea de improvisar para alargar o cubrir baches.
- El Festival Nacional de la Canción, promovido por Sadaic y el Festival de Cosquín. Todas las noches distintos intérpretes subieron a defender un tema inédito que se supone es lo mejorcito entre lo que hay en la música popular argentina. El nivel de lo propuesto fue bastante flojo. Ganó “Qué bien le ha ido”, de Rodolfo Giménez, defendido por Argentino Luna.
- El homenaje a Yupanqui que trajo el Ministerio de Educación de la Nación. Más cerca del bronce que de la profunda belleza de Atahualpa.
- La falta de tino de los programadores, que hicieron que una propuesta como la de Luna Monti y Juan Quintero, que invita a la escucha atenta, sonara justo antes de Jorge Rojas, sobre las dos de la mañana.
- Que recomendaciones directas de ministros y gobernadores, además de las movidas comerciales de productores y discográficas, sigan definiendo parte de la programación.
- El sábado pasado, con la poco atractiva programación de la plaza, la gran cantidad de gente que llegó a Cosquín eligió disfrutar de la variada oferta de las peñas desde temprano, tanto que muchas debieron suspender en un momento la entrada por falta de capacidad. Resultado: el locro, plato imprescindible del festival, sobre todo en noches frías como aquélla, se agotó enseguida en todas las peñas.
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