Martes, 30 de enero de 2007 | Hoy
PLASTICA › ANTOLOGICA DE GORRIARENA EN VILLA VICTORIA, MAR DEL PLATA
Una muestra doblemente impactante del pintor, muerto hace pocos días, se exhibe hasta fin de febrero en Mar del Plata, en la que fuera la casona de Victoria Ocampo.
Por FABIAN LEBENGLIK
Desde Mar del Plata
El impacto es doble: primero porque la muestra se inauguró pocos días antes de la lamentable muerte del pintor. Esta impresión tiñe toda la exposición de una especial melancolía, porque no es posible ni deseable sustraerse de la tristeza. Es decir: Gorriarena estaba haciendo una muestra cuando murió, hace dos semanas. Surge una constatación: su pintura continúa viva precisamente en el contexto de una exposición antológica, lo que supone una mirada retrospectiva. Sólo por esta situación tan especial, la exposición se vuelve mucho más significativa. De algún modo, también hay que pensar que el artista murió en su ley, en pleno ejercicio de su pasión de pintor. La mirada retrospectiva supone también un balance provisorio (por inmediato), porque ahora se trata de un cuerpo de obra, por fuerza, concluido. Pero, por otra parte, mientras se recorre esta muestra se hace difícil aceptar esa muerte porque la pintura que tenemos ante los ojos es tan corpórea, tan apasionada desde su misma materialidad, tan vital y potente, que convoca siempre al cuerpo: la figura humana es el centro de su obra y Gorriarena le ponía notoriamente el cuerpo a la pintura.
El segundo impacto de la exposición se produce por la cantidad de obra aquí reunida: treinta y cinco telas de tamaños medianos y grandes, que ocupan la totalidad del espacio destinado para exhibiciones de la extraordinaria y muy apacible Villa Victoria, el Centro Cultural que funciona en la que fuera la casona marplatense de Victoria Ocampo. Y si bien el espacio de exhibición nunca es neutral, aquí lo es menos que nunca: la casa de madera –bastante deteriorada–, de dos plantas, y sus espléndidos jardines resultan un contexto idílico que por momentos dialoga y por momentos discute con las pinturas que están allí colgadas. La casa y las pinturas tienen algo sustancial que decirse mutuamente y cargan con sus historias, ricas y largas, en un país de historia trágica. El diálogo entre obra y contexto se produce con una serie de obras en las que Gorriarena evoca –con mirada aguda y siempre irónica– los espacios aristocráticos, y a sus propietarios.
También hay un conjunto de telas en las que el paisaje se vuelve protagonista: allí hay una continuidad armónica entre la casa, los jardines y los cuadros. El chisporroteo entre obra y entorno se produce cuando sube la temperatura del color –en contraposición con la voluntad sedante y el carácter apacible que Victoria Ocampo pensó para su casa–, cuando la paleta se tensa y se exhiben los fuertes contrastes de colores, no aptos para timoratos. Esas combinaciones riesgosas (y el “riesgo” aquí es una palabra clave de la ideología estética de Gorriarena, que siempre trató de inculcarles a sus alumnos y discípulos, hablándoles sobre lo importante que es arriesgarse, en la vida y en la obra), junto con los empastes de pintura que se perciben de inmediato, sumados a cuestiones de contenido –como su mirada social, su furibundo antiimperialismo y su apoyo al peronismo (profusamente tematizado en su pintura)–, todo esto junto genera chispas dentro de la casa de madera de Victoria.
La antología abarca los últimos veinte años de producción del artista, cuando ya está pictóricamente instalado –con matices, con variaciones– en un cruce particular entre figuración y abstracción que son componentes interdependientes de un estilo reconocible. A la especial vibración de su pintura se agrega una característica ondulación de las formas, campos de color delimitados pero a la vez deformantes, que recomponen figuras donde se juega –según los sectores de la tela que se mire– esa extraña geografía pictórica que en cada centímetro resuelve la aparente contradicción entre la figura y su disolución, entre el campo de color y la configuración de un motivo visual reconocible.
En esta antología se pueden ver varios de los caminos del artista: lo primero es su fuerte impronta de pintor, su gesto potente, la aplicación de la materia, el trabajo sensual sobre el color y la forma; la materialidad y el cuerpo de su obra (aquello que hace pensar que Gorriarena sigue vivo, mientras se lo escucha desde un video que se proyecta en la segunda planta). Como decía el pintor en 1989: “Trabajo a favor de los materiales. Así como los renacentistas renunciaron al temple, la mayoría de mi generación abandonó el óleo por el acrílico. Algunos historiadores distraídos dicen que con Goya comienza la decadencia del oficio, sin percatarse de que el óleo sufre de Victorianismo, es pintura muy bella y muy frágil. Con Goya lo que comienza es la ‘agresión’ a un medio que ya no sirve más para las urgencias de la época”.
Lo segundo que puede verse en la muestra en relación con las constantes de su producción es su preocupación por lo social y lo político, la forma de plantarse contra el poder omnímodo, contra los símbolos, gestos, construcciones y especialmente personajes que representan ese poder.
“La tarea de un pintor –escribía el artista– en la actualidad se hace muy compleja, porque la gran información existente sobre lo que se ha hecho o se hace abarrota todo: desde las opiniones hasta las ideas y las percepciones. Creo que la realidad siempre arroja sobre la palestra una serie de elementos constituidos por ella misma, imponiendo exigencias. Es decir, la realidad no se deja poseer por cualquier persona; establece claves para que se la posea o se la viole. Y ocurre que nosotros los artistas vivimos atrapados en esa compleja red, que en la mayoría de los casos nos niega el acceso a esa realidad. Mi intento es, precisamente, descubrir algunas claves que esa realidad cambiante arroja, tratando de despojarme de esa información que en verdad no me sirve.”
Y también, como otro elemento muy reconocible en su obra, está presente toda una secuencia sobre la intimidad, la vida cotidiana, el paso del tiempo, las actitudes del día a día (donde también se critica la impostura), la ternura, cierta apacible quietud que se registra en sus últimos cuadros, pintados a lo largo de 2006, como En algún lugar siempre amanece, Madre e hijo, Blancos o Cristal.
La presente y doblemente impactante exposición de Gorriarena recorre, partiendo de la materialidad misma de la pintura, el color y la forma, un arco tamático que abarca desde la intimidad hasta política, desde lo individual a lo social, en el intento de darnos algunas claves de toda esa compleja realidad que el artista supo ver, interpretar y pintar como pocos. (Muestra antológica de Carlos Gorriarena, Villa Victoria, Matheu 1851, Mar del Plata, hasta el 27 de febrero.)
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