Miércoles, 22 de agosto de 2007 | Hoy
DANZA › “PIES PA’ VOLAR”, POR LA COMPAÑIA NANDAYURE
A cien años del nacimiento de la artista mexicana, un elenco de jóvenes bailarines, acompañados por la experimentada Liliana Cepeda, recrea su mundo con lenguaje simbólico.
Por Carolina Prieto
¿Cómo expresar a través del movimiento el universo de una creadora cuya vida estuvo marcada por el sufrimiento físico, las limitaciones en el desplazamiento y la postración? La Compañía de Danza Nandayure, dirigida por la argentina Analía González y el chileno Andrés Cárdenas, encaró este desafío en Pies pa’ volar, que acaba de estrenarse en El Cubo Cultural tras una investigación sobre la vida y la obra de Frida Kahlo. El resultado es sorprendente: la obra mantiene absorto al espectador con un relato que evita la descripción biográfica, los lugares comunes y el pintoresquismo, y apuesta a la fuerza de la sugestión. Son ocho cuadros que se suceden con fluidez en un escenario amplio, negro y despojado. Allí, si bien parecen ciertos iconos (una piñata, las máscaras del Día de los Muertos, el peinado recogido típico de Frida) se imponen secuencias e imágenes de una gran síntesis e intensidad poética.
Desde el comienzo, la figura de la protagonista aparece representada en una mujer de notable parecido físico, la bailarina Liliana Cepeda, de 60 años. Pero no es ella sola el foco de atención: también el elenco de diez intérpretes con el que interactúa, y que por momentos se convierte en el verdadero protagonista. El despliegue recae precisamente en ese coro de bailarines que manejan una asombrosa precisión y potencia. Apenas unas sillas blancas les bastan para ejecutar una coreografía que marca el tono dominante de la pieza: movimientos envolventes, constantes y enérgicos en un plano medio y en el suelo, que transmiten pesadez y cierta dificultad para mantenerse lejos del piso, como si una fuerza los atrajera a la tierra, y como si la caída fuera un destino inevitable. La presencia de Frida se impone a partir de recursos tan sutiles como potentes. Cepeda –reconocida docente y ex bailarina solista de compañías como la de Susana Zimmermann y el Ballet Latinoamérica de Joaquín Pérez Fernández– camina con lentitud y rigidez, mueve en cambio brazos y manos con suma delicadeza, y sostiene una renguera trabajada desde el más mínimo detalle. Su labor privilegia la expresión contenida antes que el movimiento. En esos momentos, es como si dejara al elenco estallar en escenas donde la pasión, la vitalidad, la soledad y el dolor toman cuerpo.
Las voces de Lasha de Sela, Lila Downs, Bendita Prudencia y Chavela Vargas potencian el dramatismo; el vestuario (vestidos de diseño y colores netos, pantalones y camisas sin estridencias) y las luces (de a ratos bien focalizadas) acompañan en la misma dirección. Parejas unidas en figuras aéreas que se abren y se cierran; puños, torsos y espaldas que golpean con vigor el piso; cuerpos que intentan dar vida a unos vestidos rojos colgados en el fondo del escenario. Todo transmite energía, sensualidad, lucha y una vitalidad que se amplifica en un pasaje ambientado en una cantina. Las mismas sillas y unas mesas como marco: el resto lo hacen los rostros con máscaras de calaveras y, sobre todo, las piernas y los pies, bien iluminados y embalados en una serie de encuentros y desencuentros, mientras una voz canta “cuando te vaya mal, nunca derrames lágrimas”. Es el preludio de una fiesta que enlaza dolor, muerte y pasión.
Este es el cuarto espectáculo de la compañía Nandayure (después de Seda, Vientos Gitanos y Trival), surgido tras una investigación en la capital mexicana. Allí, los directores recibieron el apoyo del Museo Dolores Olmedo, que reúne las colecciones más importantes a nivel mundial de la producción de Rivera y Kahlo, y les permitió acceder a información valiosa. Mientras que en el Palacio de Bellas Artes del D.F. se celebra una megamuestra descomunal (más de 300 piezas de la pintora que desde niña enfrentó la poliomielitis, luego un accidente que le fracturó la columna, operaciones varias y hasta la amputación de un pierna), en Buenos Aires un grupo de artistas ofrece un tributo muy cuidado y de una intensidad justa, que nunca satura ni cae en golpes bajos. Los especialistas podrán encontrar en él elementos de sus cuadros e identificar ciertos personajes, pero la belleza plástica de las imágenes es tal que nadie queda fuera de estas postales de dolor, soledad y alegría. Cincuenta minutos para disfrutar (es cierto, ¡con el corazón bastante estrujado!) y un preámbulo para no perderse. En la antesala se exhiben fotografías y dibujos sobre la obra y, antes de partir, vale la pena probar alguna delicia azteca servida en las mesitas de este espacio cultural.
Pies pa’ volar, por la Compañía Nandayure. Miércoles a las 21 en El Cubo Cultural (Zelaya 3073). Entradas desde $ 15.
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