Quienes tuvieron ese disco, en el que Manuel Rego tocaba una selección de las Romanzas sin palabras, de Feliz Mendelssohn, nunca dudaron de que se trataba de una de las mejores versiones posibles. Un sonido denso, en el que no faltaba, sin embargo, sutileza, un fraseo exacto y una idea del respeto por la obra que jamás excluía la personalidad del intérprete eran algunas de las características de esa grabación histórica. Rego, empecinadamente, decidió darle la espalda al “gran mercado” y permanecer en la ciudad donde había nacido, Mar del Plata. Allí vivió siempre, allí fundó un notable quinteto y allí murió. Fue uno de los grandes pianistas argentinos de las últimos décadas. Sus canciones, en todo caso, nunca necesitaron palabras y las palabras son hoy, también, innecesarias. Queda, en cambio, la música y, afortunadamente, varios de sus discos editados por el sello Cosentino.