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Viernes, 22 de enero de 2010

CULTURA › OTRA NOCHE INOLVIDABLE DEL ESPAÑOL EN LA BOMBONERA DE BUENOS AIRES

Fiesta para Sabina y 40 mil almas

La inmediata complicidad que el cantante establece con su público ya es algo tan garantizado como el clima festivo que se desata en cada visita. La excusa era Vinagre y rosas, su nuevo disco, pero en rigor todo fue una celebración de su historia.

 Por Karina Micheletto

“¿Vosotros me firmaríais si mañana junto avales para pedir la nacionalidad argentina de una puta vez?” La pregunta, disparada en medio de la euforia colectiva, festiva y contagiosa de una cancha de Boca repleta, puede resaltar con su carga de demagogia ante posibles oídos agnósticos en medio de la liturgia cancionera. Es, sin embargo, una forma posible de describir la relación intensa y duradera que Joaquín Sabina ha sabido construir con el público local. Y el grito que la multitud le devuelve (“¡Sabina es argentino!”) tiene también su cuota de justicia. Algo de esta feliz adopción explica la fiesta que se vivió el miércoles pasado, ante unos 40.000 fanáticos –cómplices, amigos, prefiere calificarlos él–, dispuestos a corear, saltar, bailar y agradecer cada uno de los temas ofrecidos por Joaquín Sabina.

Difícil explicar, si no, la forma en que el estadio estalló con el tema que eligió Sabina para abrir el concierto, “Tiramisú de limón”, que es el corte de difusión de su nuevo disco, Vinagre y rosas, editado sólo un par de meses atrás. La canción, quedó claro, ya es de todos, ya fue, también, adoptada. No fue la presentación del disco nuevo, sin embargo, el eje del concierto. Fueron los clásicos indelebles del cantautor del Ubeda los que, como siempre, sostuvieron la fiesta, que se extendió con los bises durante dos horas y media.

Así, el público volvió a compartir en el contexto de un estadio –Sabina anunció que ésta sería su última gira de grandes escenarios, aunque luego aclaró que nunca se sabe– temas como “Peor para el sol”, “Medias negras”, “Por el boulevard de los sueños rotos”, “Calle melancolía”, “19 días y 500 noches”, “Noches de bodas”, “Contigo” o “Dieguitos y Mafaldas” (cantado cuando todavía Sabina se podía ufanar del 1 a 1 que en ese momento ostentaba el “Boquita de sus amores” en Mar del Plata). Hubo también espacio para el lucimiento personal de cada uno de los miembros de la banda, comandada por los históricos Pancho Varona y Antonio García de Diego. El guitarrista Jaime Asúa mostró su versión de “Llueve sobre mojado”, García de Diego hizo lo propio con “Amor se llama el juego”, también tuvo su momento Marita Barros, la corista que reemplaza a Olga Román (“aquí donde la ven, tan sueltecita de cuerpo, es la primera vez que pisa América”, arengó Sabina).

La generosidad del español siguió con el grupo de rock madrileño Pereza (“Rubén” y “Leiva”), que actuaron como teloneros (con Pancho Varona compartieron versiones de “19 días y 500 noches” y “El caso de la rubia platino”) y subieron con Sabina para hacer “Embustera”, del nuevo disco, y una agitada versión de “Princesa”. Y el anunciado tributo a Sandro, Mercedes Sosa, y a los amigos fallecidos Roberto Fontanarrosa, Jorge Guinzburg y Adolfo Castelo sólo tomó la forma de un verso de Sabina, antes de dedicarles “Con la frente marchita”, el primero de sus temas coreados como himnos en la Argentina.

El escenario mostraba un ambiente de esos que le gusta montar a Sabina en sus canciones y en sus shows, con la gigantografía de una gran ciudad, entre portuaria y prostibular, como fondo. Una bandera bucanera se izó para acompañar a “La del pirata cojo” en los adrenalínicos bises, un farol se iluminó para la representación de la prostituta en “Una canción para la Magdalena”. Antes de esta canción, Sabina hizo pasar al escenario –casi contra su voluntad– al autor de la música, Pablo Milanés, con quien se encontró casualmente en Buenos Aires. “Yo no sabía que estaba aquí, pero ahora quiero que venga uno de mis más grandes maestros para que ustedes le brinden un aplauso”, pidió el anfitrión.

Fuera de los cuatro temas del nuevo disco incluidos, el repertorio fue similar al de los últimos conciertos multitudinarios de Sabina en la Argentina. La inmediata complicidad que estableció con su público y la fiesta que desató, también. En esta nueva etapa Sabina dice que ahora ya no sale a incendiar ciudades, que ha descubierto los días además de las noches, y que esta nueva “felicidad doméstica” no le sirve para escribir canciones. Por eso para este disco le propuso ir a escribir canciones a su amigo Benjamín Prado, recién abandonado por su mujer, aprovechando esa gran fuente de inspiración que es el desamor. Así surgió el reciente Vinagre y rosas, escrito a cuatro manos.

Como Charly García, Sabina tuvo su descenso a los infiernos, su necesaria renuncia a vicios varios, su muerte y resurrección, su retiro y su retorno a la canción. Pero su viaje no encierra moralejas del redimido: en esta nueva vida, dice, se aburre bastante. Y en sus canciones sigue cantando el Sabina de las quinientas noches y las miles de putas, el de los bares eternos y los amores de un día, el que será por siempre el que encante a los argentinos. A diferencia de lo que sostienen las canciones que 40.000 personas corearon en Boca, a este amor no lo matan la rutina ni el paso del tiempo.

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Sabina recorrió las canciones que todos querían escuchar y tuvo a Pablo Milanés como invitado sorpresa.
Imagen: Gonzalo Martinez
 
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