Viernes, 22 de enero de 2010 | Hoy
MUSICA › LA BANDA HEAVY HIZO TEMBLAR A UN MONUMENTAL REPLETO
Ante 60 mil personas, el cuarteto puso en River todo lo que se esperaba de ellos: sin grandes magnificencias visuales, con el impacto bestial de una banda experimentada, la multitud deliró.
Quince minutos después de las 21 horas de un día que para 60 mil fans (más todos los que asegurarán haber estado allí) será inolvidable, el cemento de River tembló. Ya había pasado la potente cruza entre D’Mente y León Gieco para la apertura de la noche; ya habían sonado los acordes introductorios de “The ecstasy of gold” cuando una tormenta sonora se desató sobre el escenario para dar cuenta de la única verdad: Metallica había llegado a Buenos Aires para arrasar con lo que se le pusiera delante. La canción elegida, “Creeping death” (de Ride the lightning, disco con estatura de clásico editado en 1984) era el estandarte ideal para expresar una emoción unánime. Porque había miles de metaleros sobre el césped, en la tribuna y en las plateas de un Monumental repleto como en toda noche histórica, pero parecían moverse en un solo bloque, llevado y traído por la inercia brutal del thrash.
El World Magnetic Tour está saldando cuentas pendientes con América latina. Esta noche en River y el domingo en el estadio Orfeo de Córdoba terminará de cerrar las heridas que abrió hace casi siete años, cuando suspendió su segunda visita al país aduciendo “agotamiento”. Mucho se habló a partir de entonces: el episodio Napster (en 2000 la banda demandó por 10 millones de dólares al sitio que habilitaba el intercambio de archivos musicales, por “violación de los derechos de autor y crimen organizado”) no ayudó a subir las acciones de la banda entre el pueblo metalero, pero anoche quedó en claro que el “vivo” de Metallica alcanza para borrar –o al menos dejar en suspenso– todos los “deslices” achacables a su condición de megalómanos superstars.
Aquellos que paladearon el DVD Orgullo, pasión y gloria quizá esperaban el permanente despliegue de efectos especiales que allí se retrata, e incluso hubo quien fantaseó con encontrarse el escenario en el centro del campo. Pero para sus citas argentinas Metallica eligió en todo caso la magnificencia de un sonido avasallador, suficiente para contagiar a la masa y ponerla al rojo vivo: el mejor ejemplo inicial fue esa imponente postal de miles y miles de puños alzados al grito de “Die! Die! Die!” en el tema de apertura. “¿Están listos?”, arengó James Hetfield, multiplicado por cuatro pantallas. El rugido resultante dejó bien claro que el pueblo metalero –que ya hacía cola en las cercanías de River bien temprano en la mañana– estaba más que preparado para el rito, deseoso del choque de energías.
Acaso haya que admitir que Metallica ha montado, en los últimos años, la más demoledora puesta teatral de su propia leyenda. Con encomiable profesionalismo –más la exhibición de evidentes dotes actorales–, Hetfield, Lars Ulrich y Kirk Hammett (Robert Trujillo, más allá de ser un animal tocando el bajo, no entra en este análisis por no haberse integrado al grupo en la era mainstream) recuperan sobre el escenario la furia que había sido aplacada, naturalmente, por el éxito y el dinero tras las ventas multiplatino del disco negro. Hetfield cantando como un poseído, instrumentaciones larguísimas –como suites infernales–, complejos cambios de ritmo, el machaque más podrido que haya salido jamás de una guitarra, el doble bombo de Ulrich atronando, iban llevando la noche a un crescendo difícil de describir. “Sad but true”, “Master of puppets”, “Whiplash”, alternaban con un puñado de “paliativos”, como “Fade to black” y “Nothing else matters”, que servían como pasajera tregua (tregua en la que se derribó cualquier prejuicio, al ver que también el público heavy hace uso de los celulares en los shows) y a la vez preparaban el camino para nuevos embates, para erupciones como la de “One”, donde la parafernalia visual sí se hizo presente para completar un efecto demoledor.
La gente quería más, la gente iba a tener más. “Enter sandman”, apertura de su disco más vendedor, cerró el cuerpo principal del show con el decibelímetro al taco. Y si la banda había elegido abrir con un clásico, el epílogo no podía ser menos: “Seek and destroy”, inoxidable himno de Kill’em all, que terminó con Hetfield cantando desde el foso, mezclado con la gente, vino a poner el moño de una noche acorde con la leyenda de una de las bandas más salvajes del género. Eléctrica, pesada, contundente. Metallica.
Informe: Fernando D’Addario.
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