Viernes, 22 de enero de 2010 | Hoy
MUSICA › RAMIRO GALLO Y SU NUEVO DISCO, AZUL CIUDAD
Fue primer violinista de El Arranque, compositor para Wynton Marsalis, solista y profesor de la Orquesta Escuela de Tango. Junto a su quinteto, Gallo sostiene una idea en la que la tradición no es algo muerto sino el arranque de lo nuevo.
Por Diego Fischerman
Para él, lo tradicional no se opone a la posibilidad de la modernidad. Ramiro Gallo, durante años el primer violinista del grupo El Arranque, compositor para Wynton Marsalis, solista y profesor de la Orquesta Escuela de Tango, propulsor y director de una orquesta típica y conductor de un quinteto notable, opina que “la tradición tiene que ver con el traspaso de ciertos saberes de una generación a la otra, y en ese sentido lo tradicional no es antiguo, ni está muerto, sino que es la fuente de lo nuevo. Es la forma en que algo llega hasta el presente para que pueda transformarse”. Y lo que dice cobra sentido en un género en que, precisamente, ese traspaso se cortó durante varias décadas. “El tango clásico aporta los modelos, los moldes, incluso para que puedan ser cambiados”, asegura. “Es necesario conocer muy bien ese legado. Porque si todo es tango, entonces ya nada lo es.”
El último CD de su quinteto, el excelente Azul ciudad (publicado por EPSA), pone en juego de manera inmejorable esa tensión. El disco, que hoy a las 21 presentarán en vivo en Café Vinilo (Gorriti 3780), plantea un homenaje a los grandes modelos de interpretación del pasado, articulado en una suite de varios movimientos. Pero el resultado nada tiene que ver con el mero ejercicio de estilo. El grupo, conformado por Gallo, Adrián Enríquez en piano, Lucía Ramírez en bandoneón, Marcos Ruffo en contrabajo y Martín Vázquez en guitarra eléctrica, logra un sonido propio que refiere tanto a la herencia del tango como a la originalidad de las composiciones, la calidad de los arreglos y la personalidad de los ejecutantes. Y uno de sus rasgos llamativos es la naturalidad con la que se integra un instrumento, en principio ajeno a la primera tradición del género: la guitarra eléctrica. Si bien Salgán la usó en su dúo con De Lío, en el Quinteto Real y en la última encarnación de su orquesta, y, desde ya, Piazzolla la incorporó definitivamente al paisaje del tango, nunca dejó de ser un poco extranjera. Es que el quinteto de Ramiro Gallo, en lugar de superponerse con el piano o de quedar como nota de color jazzístico, lleva frecuentemente la voz cantante y desarrolla un particular lirismo. “Tal vez sea porque toco la guitarra”, explica Gallo. “Conozco bien el instrumento y puedo escribir cosas que suenen naturales en la guitarra”.
El violinista, que alguna vez fue parte, en Paraná, del grupo de Carlos Aguirre, reivindica esa perspectiva según la cual la tradición no debe perderse nunca de vista y dice: “Por un lado, obviamente me interesa componer y hacer mi música. Por otro, me da pena que se pierdan ciertas cosas que, cuando las escucho, me emocionan. Que desaparezca, por ejemplo, esa manera de arrastrarse de los bandoneones en la orquesta de Gobbi. Parte de ese peligro lo subsanamos con la enseñanza. Y en ese sentido, para mí fue una gran suerte tener contacto directo con maestros como Emilio Balcarce, en la Orquesta Escuela, o con Libertella o Julián Plaza. La experiencia de tocar, por ejemplo, con Carlos Pazo, que fue bandoneonista de Gobbi, fue extraordinaria. Aunque tocáramos los mismos arreglos y las mismas notas, cuando él tocaba con nosotros el sonido de la orquesta era totalmente diferente. Y lo otro que uno hace, para evitar que esos estilos tan queridos desaparezcan, es incorporarlos al propio estilo”.
Formado entre otros con el violinista Ljerko Spiller, Gallo hace hincapié en la “necesidad de reaprender ciertos códigos”. Para él, “el tango, aunque no se baile, funciona siempre con el baile como fondo. Y es necesario que el músico tenga ese gesto incorporado. El hecho de que haya dejado de ser la música popular, que se haya dejado de bailar, tiene consecuencias”. Gallo sabe, por supuesto, que hay cada vez más gente que lo baila, pero se trata de elecciones particulares. Lo que se ha roto, en todo caso, es la naturalidad de la relación entre una comunidad de músicos y una de bailarines y, por otra parte, entre una lengua popular, de uso cotidiano, y las estilizaciones que algunos creadores podían imprimir sobre esa matriz en común. Es decir, el doble juego entre una convención y las pruebas progresivamente más osadas para estirarla sin romperla. “Aunque muchos decidan hoy hacer tango sólo por cuestiones comerciales y sin tener un verdadero conocimiento de la materia, hay también muchas orquestas formadas por gente joven que necesita expresarse con ese código”, afirma. “Los ’90 marcaron, claramente, la aparición de una generación nueva para el tango.”
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