Viernes, 22 de enero de 2010 | Hoy
MUSICA › EL FESTIVAL DE COSQUIN LARGO CON UN HOMENAJE DE ALTISIMA EMOCION
El recuento formal dirá que en la noche debut todo terminó con la fiesta de Soledad y Los Tekis, pero el arranque del clásico encuentro folklórico estuvo signado por esas canciones que le dieron cuerpo a un sentido tributo a la Negra.
Por Cristian Vitale
Desde Cosquín
Cosquín hora cero, 2010. La Avenida San Martín, a las 22 clavadas, resulta intransitable: brota gente de todas partes. En vista aérea, parece un hormigueo incesante. Tal vez sea efecto de cierta bonanza económica que provocó, al menos para sectores de la clase media, un boom en las principales plazas turísticas del país. Tal vez, y con más rigor de verdad aún, que nadie de los que están aquí –de todas partes– quiera perderse los 50 años del festival de festivales. Recuerdos, emociones cruzadas y un fin para contar al regreso: “Yo estuve ahí”. A la hora anunciada para el comienzo de la 50ª edición, las famosas esquinas abiertas de la Plaza Próspero Molina están atiborradas. Hay personas del lado de afuera, en los balcones del edificio que mira al escenario en diagonal –uno de los pocos en alto del pueblo– y hasta debajo de la campana de la iglesia. A las diez, entonces, y con cierto apremio de ansiedad, la primera luna enciende su destello: misa y danzas de rigor, bendición del cura, un poema a Cosquín, documental con la historia resumida del festival, banderitas argentinas, folletos para no manejar alcoholizado, papel picado, himno cantado por Baglietto con dos nenas de poncho marrón y trenzas, el Aquí Cosquín esta vez en la boca de Jairo, y una andanada de fuegos artificiales que detonan de colores y rebotan en las sierras de atrás. Una fiesta, una asamblea musical del pueblo argentino, se le escucha decir al conductor, en medio del estruendo.
Y la calma después. Porque si hay algo que se destaca en la fecha inaugural –más allá de las festivaleras presencias de Soledad y Los Tekis– es el homenaje que la comisión ideó para recordar a Mercedes Sosa. La adorada Mercedes, que se fue recién. Jairo, Teresa Parodi, Víctor Heredia, Peteco Carabajal y León Gieco ganan el centro del Atahualpa Yupanqui, se sientan en línea y, ante el silencio casi solemne de una plaza repleta, bajan a tierra con la fuerza de un rayo la impronta de esa voz. La Parodi parodia la universal “Gracias a la vida”, se le pliega Jairo y, como un juego de naipes en voz, cada quien va barajando el corazón. Heredia es el tercero en entrar. Le sigue Gieco, con sus lentes negros y la mano derecha firme sobre la rodilla, y Peteco se carga la última estrofa. La versión es íntima, con una percusión austera, y el retrato de la Negra yace vívido, sonriente, en la pantalla de atrás. Y al final, el aplauso. El aplauso fuerte y cerrado para los “elegidos”, cinco amigos de Mercedes –más tarde Heredia dirá que muchos otros músicos tenían el derecho de estar allí– que le dan pie al devenir. Lo legitima.
“Negrita, aquí está tu gente, la que amaste, la que te amó. Aquí están tus amigos, te extrañamos”, dice el creador de Taki Ongoy en el único momento hablado. Lo demás es música. Esa bellísima “Zamba para no morir”, que habla por sí (“Volveré repartida en el aire a cantar, siempre”) y una selección de temas que cada quien ofrenda a su musa como tributo: “Ojos de cielo” y “Razón de vivir”, de Heredia; la enternecedora “Como pájaros en el aire”, de Peteco, que pinta el momento, porque lo cotidiano se vuelve mágico; “Yo tengo tantos hermanos”, de Atahualpa Yupanqui, por Parodi, y la irrupción de Luiz Carlos Borges, el Tarragó Ros brasileño, que acompaña –junto al grupo que secundó a Mercedes en sus últimos años–, la parte final del set. Bellísima y conmovedora versión de “Antiguo dueño de las flechas” por Jairo. La infaltable “Sólo le pido a Dios”, recreada, reformada, de la misma manera en que Gieco la tocaba con la Negra, y un final aunando esas cinco voces en una. Emotivo. Enormemente emotivo por evocación, repertorio y nombres. Por momento y contexto aunque, para una lectura más fina, se notó en ciertos cruces la falta de ensayo –los músicos, en conferencia de prensa, atribuyeron la dificultad a la falta de tiempo– y algunos errores técnicos que impidieron que la voz de la Negra se colara, póstuma y clara, entre la de ellos como estaba previsto. Y se notó.
Todo lo que vino después fue más del cuerpo que del alma. Los Huayra –revelación del Cosquín anterior– jugando a ser Silvio Rodríguez y Serrat; Soledad, con sus repetidas pero eficientes –en términos masivos– fórmulas del folklore pensado como entretenimiento; y los coloridos Tekis, que cerraron la jornada bien tarde, cerca de las cinco de la mañana, cuando el fresco de la primera alborada empujaba a las gentes hacia sus guaridas. Pensando, algunos, en la fecha que ayer retroalimentaba la impronta del festival con un perfil más brilloso y jugado (Paola Bernal, Jorge Fandermole, Inti Illimani, Arbolito, Minino Garay, Pablo Milanés más el mismo Heredia) y otros en la de hoy que, en claro contraste con el brillo de una estética, tiene a Jorge Rojas, Luis Landriscina y los Manseros Santiagueños colgados del cartel. Cosquín y sus contrastes. Cosquín para todos los gustos. Cosquín, donde todo pasa y está bien porque, al cabo, son vacaciones.
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