Sábado, 24 de julio de 2010 | Hoy
CULTURA › EL GRUPO DE ARTE CALLEJERO REPASA SUS TRECE AñOS A LA INTEMPERIE
Actualmente integrado por cinco mujeres, el grupo colgó en Internet el libro GAC, pensamientos, prácticas y acciones, mientras el Espacio Cultural Nuestros Hijos (la ex ESMA) exhibe en sus paredes una muestra fotográfica de sus acciones.
Grupo de Arte Callejero: suena a slogan, pero es un nombre. Podrá decirse que es seco; sin embargo, su doble función de catalogar y explicar tiene una fuerza extraordinaria. Basta con tipear las palabras en Google: las primeras páginas que aparecen remiten al colectivo que en 1997 irrumpió en el espacio público para decir cosas, abrir cabezas, acompañar causas. Claro que no es el único grupo de arte callejero que ronda por ahí, y menos engendrado en los ’90. Pero su coherencia ideológica y su marcada identidad visual justifican que el GAC se llame así, como si fuese el grupo de arte callejero por antonomasia.
Aunque todavía joven, cuando se repasa la historia del GAC se le descubre una madurez desde sus acciones –léase intervenciones, ya que evita la palabra “obra”– y experiencias que marcaron al grupo, tanto hacia adentro como hacia afuera. De todas ellas, la más emblemática es la participación en los escraches, inicialmente convocados por H.I.J.O.S., a funcionarios de la última dictadura militar. En ese caso, como en otros, la acción del GAC consistía en la subversión de un código institucionalizado. Intervenía carteles viales y les incrustaba leyendas del tipo “A 100 metros vive un represor”.
El GAC, actualmente integrado por cinco mujeres, tiene una gran historia para contar. El libro GAC, pensamientos, prácticas y acciones, publicado el año pasado, la narra de manera amena e informal (puede descargarse en grupodeartecallejero.blogspot.com). Y el Espacio Cultural Nuestros Hijos (Avenida del Libertador 8465) exhibe en sus paredes unas cuantas fotografías de acciones. Es una muestra de carácter informativo, que pinta el recorrido que comenzó por iniciativa de un grupo de estudiantes de la Escuela Pueyrredón. Con las marchas por la Ley Federal de Educación como marco, comenzaron a realizar murales todos los domingos que tenían por temática los ayunos de docentes en la Carpa Blanca.
Desde aquellos primeros pasos, hay principios que se mantienen firmes. Por ejemplo, la búsqueda: “Nuestra palabra es la comunicación. Queremos comunicar de la forma más efectiva, directa”, explica Carolina Golder. De ahí la renuncia a palabras como “obra” o “estética”. También permanece la fusión arte-política. Y en ese campo, algunos enemigos: “Los genocidas y la Iglesia”. Cuenta Golder que, con los años, el GAC ganó experiencia en la elección del método adecuado para plantear una problemática. Objetos –como los soldaditos que arrojaron desde un edificio del microcentro en diciembre de 2001–, diálogos que intervienen publicidades, performances –en 2006 aparecieron disfrazadas de vacas en la Feria del Libro– y placas son algunas de las formas que el GAC elige para comunicarse, más allá del juego con “símbolos cotidianos”. Casi siempre, con materiales muy económicos, puesto que no reciben subsidios.
Sea cual fuere el tema al que se aboque –lo último que estuvo trabajando fue el Bicentenario, con el fin de rescatar a figuras “no tan visibles” como “gauchos y piqueteros”–, el GAC genera un debate hacia adentro del arte, al exhibir las relaciones entre producciones y mercado. “Es una mierda la educación artística. O triunfás o sos profesor”, explica Golder, que es docente como tres de sus compañeras. “Cuando empezamos, veíamos un montón de problemáticas afuera. No porque fuéramos iluminadas y viéramos a todos los pobres del mundo. Era una cuestión sensible, no temática.” También, las acciones del GAC, que son más que un acompañamiento a diferentes actores, abren una reflexión en torno de la militancia. “Ninguna de nosotras venía de militancia política, de ningún tipo. Concebimos al arte como militancia. Es un concepto de los ’70, y en ese entonces era superheterogénea. Mucha gente desde la cultura crea formación social”, analiza Golder. Y nuevamente el escrache se erige como hecho paradigmático.
Golder confiesa que no puede ir a muestras: “Me pongo nerviosa y me quiero ir”. Reconoce que no puede hablar del arte que tiene lugar a puertas cerradas. Entonces, ¿cómo es que el GAC alcanzó cierta legitimidad en la institución artística, casi sin buscarla? “Una producción simbólica social y de mercado no sirve para nada”, reflexiona Golder. La del GAC será, entonces, una legitimidad distinta: una que reconoce el mérito del compromiso, la coherencia de forma y concepto, el logro de hacer que vida y arte se fundan tanto que parezcan la misma cosa.
Informe: María Daniela Yaccar.
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