Nuevamente febrero nos alegra, cuando los banderines de colores colgados de vereda a vereda, en lugares precisos de la ciudad, anuncian que comienza el Carnaval. El Carnaval ha logrado arraigarse en la ciudad de Buenos Aires: el realizarse año a año, posibilita a los y las integrantes de las murgas, y a los y las organizadores de corsos, aprender el “oficio”. Lo he visto en estas noches porteñas: las agrupaciones han mejorado notablemente sus presentaciones, también su organización. En cuanto a los corsos, hemos actuado en auténticas fiestas de vecinos, que llegan con sus hijos pequeños disfrazados, ocupan la calle, juegan con nieve y esperan expectantes a la murga de su gusto, mientras observan con atención lo que presenta quien está actuando. Hay corsos multitudinarios, otros más pequeños. Los grandes corsos a los que hemos asistido adquirieron con la experiencia una muy buena organización, imprescindible para el feliz desarrollo de la fiesta. Para mejorar: en varios corsos, el sonido y la iluminación.

Si bien las agrupaciones son el género principal e identitario, creo que también sería enriquecedor programar en los corsos a artistas de otros géneros, y también un momento para el baile del público. El sumar a la fiesta al menos uno por noche daría mayor lucimiento a las propias agrupaciones y a la fiesta en general. Como los corsos están en todos los barrios, ¿por qué no aprovecharlos para acercar a los vecinos artistas (locales u otros) que quizá de otra manera no tienen oportunidad de disfrutar?

El Carnaval porteño se está afianzando. Si bien no es una fiesta querida por los mandatarios más altos del Gobierno de la Ciudad, supo cobijarse en la Comisión de Carnaval, y los artistas han sabido defenderlo y hacerlo crecer. Celebramos la recuperación del feriado y estamos seguros de que, como los recuerdos son imborrables, las nuevas generaciones que hoy lo festejan en las calles continuarán su desarrollo. Y encontrarán nuevas maneras, propias, de manifestarse.

* Murguera. Integrante de La Carnavalera.