Sábado, 18 de febrero de 2012 | Hoy
CINE › YATASTO, UNA PELICULA DIRIGIDA POR HERMES PARALLUELO
Ganador de varios premios en el último Bafici, el film del director catalán radicado en Córdoba abunda en juegos dialécticos, al tiempo que acompaña a tres chicos cartoneros en su deambular por el centro y los suburbios.
Por Ezequiel Boetti
Argentina, 2011
Dirección: Hermes Paralluelo.
Cámara y fotografía: Hermes Paralluelo y Ezequiel Salinas.
Montaje: Hermes Paralluelo y Ezequiel Salinas.
Sonido directo: Federico Disandro.
Las miradas desdeñosas suelen catalogar al cine como una criatura carente de autosuficiencia, una mera forma secundaria producto de la confluencia de otras disciplinas artísticas. El error de esa visión está en su imprecisión. El cine no es una expresión subsidiaria, sino que se asienta en el delineamiento constante de vínculos dialógicos tanto con él como con el mundo circundante. En ese sentido, Yatasto invita a imaginar un amplio abanico de interlocutores. El seguimiento de tres chicos cartoneros en el deambular por el centro y los suburbios de la capital cordobesa podría remitir al documental observacional de Raúl Perrone y a la faceta social-cultural de De Caravana, otra de las películas del llamado Nuevo Cine Cordobés, pero también al neorrealismo y su utilización de la calle como escenario. Incluso hasta la reciente e hiperoscarizable La invención de Hugo Cabret se presta a la charla. Eso sí, como contraejemplo: donde Martin Scorsese se valía del dispositivo cinematográfico para ovacionarlo de pie a través de una hagiografía, el catalán Hermes Paralluelo, radicado en la Docta desde hace seis años, lo toma para ponerlo en perspectiva, tensionarlo y cuestionarlo.
La escena inicial de Yatasto prefigura un retrato sobrio de las vidas de Bebo, Pata y Ricardo, tres púberes que comparten el tiempo libre y el trabajo de carreros, denominación cordobesa para los cartoneros porteños. Oficio que portan dentro y fuera de la película, según comentó Paralluelo en diversas entrevistas. El equilibrio tripartito se rompe cuando uno de ellos magnetiza la atención a fuerza de carisma y verborragia. Ricardo –Ricardito– mantiene impoluta su mirada aniñada aun en un contexto que, por si no fuera suficientemente poco venturoso, se complementa con un padre alcohólico. “Yo quiero ser jockey”, le dirá a su abuela mientras ésta le explica cómo dominar al purasangre encargado de traccionar el carro. Esa estilización natural, junto con el apresuramiento al contar monedas o el gesto de berrinche mientras entrecruza los brazos ante un diálogo perdido, forman un retrato fiel de sus diez años. “Jockey es una cosa y ganarse la vida en el carro es otra”, le espeta la abuela, cortándole de raíz la capacidad proyectiva al nieto.
En esa oposición entre los sueños y las posibilidades fácticas del futuro, en ese mundo “real” cascoteando al lúdico, subyace el método antitético como mecanismo narrativo adoptado por Paralluelo. Ganadora de varios premios en el último Bafici –entre ellos a la mejor película argentina de la Competencia Internacional–, Yatasto es, entonces, un film construido dialécticamente. Esto es, a través de la aprehensión de un objeto y su opuesto: infancia contra adultez, la explosión e hiperactividad física de Ricardo opuesta a la parsimonia y pausa de su hermana Damaris –casualidad o no, la ontología de ese nombre le atribuye a sus portadores prudencia y mesura como principales características–, quizás la única capaz no sólo de escucharlo y entenderlo, sino de hacerlo escuchar y entender. La luminosidad de las escenas diurnas contra los contornos corpóreos dibujados en los planos claroscuros. La última, y más importante, es la vieja disyuntiva entre ficción y documental.
Paralluelo acompaña a los chicos en su rutina diaria, mostrando sus espacios habituales durante algunos momentos de ocio y familiares con una cámara no invasiva ubicada a prudente distancia de la acción. El resultado son varios momentos de enorme belleza, como aquel diálogo entre Ricardo y su hermana en la habitación. Sin embargo, el encuadre y el sonido directo perfectos, junto con una gradación cromática acorde, ponen en tela de juicio la autenticidad de lo que se ve. ¿Hasta qué punto puede hablarse de un documental de observación y no de una ficción refugiada en un registro habitualmente ajeno y protagonizada por no-actores? La duda es aún mayor si se tiene en cuenta que el epicentro del film está en una serie de largos planos sobre el carro, filmados desde adelante y hacia el pescante, en donde se ve y se escucha a los protagonistas durante los recorridos. Paralluelo, como Perrone, pone en abismo el dispositivo cinematográfico y coloca al espectador en una encrucijada.
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