Lunes, 3 de agosto de 2015 | Hoy
CULTURA › CULTURA DANI EL ROJO, DE LADRóN A ESCRITOR DE POLICIALES NEGROS
Fue adicto a las drogas y estuvo preso durante catorce años por robar bancos. Desde que salió de la cárcel escribió seis novelas y trabajó en dos películas. “No me arrepiento de lo que hice”, dice este hombre de 52 años que hoy se presenta en el festival BAN!
Por Silvina Friera
El gran golpe es vivir para contarla. De ladrón de bancos de buenos modales a escritor de novelas negras, Dani el Rojo, más conocido en Barcelona como El Millonario, ha recorrido un largo camino, con el fantasma de la muerte mordiéndole los talones. De consumir unos 20 a 25 gramos de cocaína diarios –buscando la sobredosis– y 8 gramos de caballo (heroína) en los años ’80, narcóticos que intentaban mitigar el dolor y evadir las miserias del presente, en la cárcel, donde estuvo casi toda la década de los ’90, logró desintoxicarse. Antes de convertirse en escritor de policiales, trabajó “cuidando” a músicos y a jugadores de fútbol como Enrique Bunbury, Andrés Calamaro, Rosario Flores, Lionel Messi y Andrés Iniesta. A cuatro manos escribió una saga de libros autobiográficos, junto con el guionista y escritor Lluc Oliveras: Confesiones de un gánster de Barcelona, El gran golpe del gánster de Barcelona y Mi vida en juego. Y ya tiene tres novelas negras protagonizadas por un ladrón de bancos que tiene un metro noventa, la misma altura que Rojo: La venganza de Tiburón, El secuestro de la virgen negra, Gran golpe a la pequeña Andorra. Daniel Rojo se presenta hoy en Buenos Aires Negra, BAN!, festival “donde el crimen real se mezcla con el crimen de ficción” (ver agenda).
“Yo creo que empecé a robar antes de tener la noción del verbo robar, a los 6 o 7 años. Mis padres me daban 5 pesetas para comprar un Rotring y yo iba a la papelería y lo robaba. La tensión estaba en que no me pillaran, me llevaba el hurto al bolsillo y me quedaba con el dinero”, recuerda Rojo en la entrevista con Página/12. “Cuando tengo 14 años, muere Franco; y hay una apertura de fronteras en todos los sentidos: literarias, culturales, musicales. Murió Franco y empezaron a llegar a España los libros de William Burroughs, influencias americanas, anglosajonas; todos los grupos musicales y solistas que eran mis ídolos, David Bowie, Lou Reed, Patti Smith y podría seguir, todos cantaban sobre la heroína. La percepción que tenía a los 15 años de la heroína era positiva y me enganché. Probé la heroína, me gustó, probé la cocaína, me gustó. A los 16 años ya tenía tal enganche que me hago un banco. Cuando hago mi primer banco, la adrenalina de prepararlo, de entrar y que te lleves dos millones... ¡hostia esto es lo mío! En un minuto y medio tienes dos millones de pesetas que no son pa’ guardar, que son pa’ gastar, pa’ disfrutar. Eso engancha. Me hice profesional de los atracos a bancos porque era mi trabajo, claro que socialmente no estaba bien visto”.
–-¿Cómo fue el primer robo a un banco?
–Fue casi de casualidad, a los 16 años, llevaría casi seis meses atracando farmacias, estancos, cualquier cosa que tuviera una caja registradora. Tenía un grupo de amigos algo mayor que yo y Ataúlfo estaba atracando bancos con dos más; tres chavales con un conductor y conmigo éramos el grupo perfecto. Y con ellos estuve dos años atracando bancos.
–A los 17 años robó solo, ¿no?
–Sí, el que hice solo también fue de casualidad. Había empezado a trabajar de seguridad en una discoteca y me dan un “santo”, cuando te pasan un dato para robar. El que te da el “santo” se lleva un 10 por ciento, si de verdad es lo que él ha dicho. Y la verdad es que me da un “santo” muy bueno. Lo preparamos, pero el día que lo voy a hacer el cabrón de mi amigo se queda dormido. Entonces no había teléfonos móviles, estamos hablando del ’78. Yo tenía 17 años y necesitaba un coche. Me encuentro con el portero de la discoteca que se iba a ir y le digo: “Oye, ven, ¿te atreves a hacer un atraco”. “¿Contigo?” “Pues sí.” Y se vino conmigo. Teníamos todo controlado: las once personas que iban entrar y por dónde entraban, y no estoy haciendo apología de la delincuencia, sino que estoy explicando unos hechos. Estaba planificado que cuando entrara la mujer de la limpieza a las 6.30, entraríamos nosotros con ella. Y recibiríamos a los demás empleados, luego cogeríamos la llave, abriríamos la caja y nos llevaríamos el dinero. Como llegué tarde, me di cuenta de que estaba por entrar por la parte de atrás el último empleado; eran casi las siete de la mañana. Así que entré con él y el que había venido en el coche se quedó afuera. Cuando salí con todo el dinero, el chaval no quería cobrar nada porque no había hecho nada. Y como había 11.800.000 mil pesetas, le di 1.800.000 mil pesetas.
–¿Es cierto que era un ladrón “amable” y de buenos modales, que ese era su estilo?
–Sí. Desde un principio pensé que se ganaba más siendo amable. “Todo el mundo al suelo...” ¿Eso qué mierda es? Eso pasa en las películas. Yo decía: “Todo el mundo quieto: si nadie se mueve, no pasa nada”. Qué mejor que tener al público de tu parte, si todo es psicología. Yo no quería hacer daño, no era mi estilo. Yo no soy ningún santo, pero la violencia la he ejercido contra violentos. Es otra moral, ahí no hay policías ni civiles; somos delincuentes y punto. Tú me vienes hacer daño y yo te hago daño, podía morir yo o podías morir tú. Mi conciencia la tengo muy limpia.
–“El que roba a un ladrón tiene cien años de perdón”, ¿se podría aplicar en su caso?
–Claro. No me arrepiento de haber atracado bancos por la actitud que han tenido los bancos en los últimos años. Hoy está peor visto un presidente de banco que un atracador de banco. Un presidente de banco es un hijo de puta de la madre que te parió. Un atracador de banco puede ser un buen tío. Yo veía dinero y yo quería dinero. Yo quería ser rico y ahí estaba el dinero. Pero en los ’80 estaba mal visto ser atracador. No todos los atracadores eran como yo, que veníamos de una clase media. Había atracadores de clases bajas y si hay menos educación, hay menos cultura. Y si no hay cultura, hay más violencia. Había algunos atracadores que disparaban y que herían a los guardias de seguridad... No digo que eran psicópatas, pero ellos creían que había que robar con el miedo y el pánico. Cualquiera me dirá: “¡Debías haber trabajado, cabrón!”. Pues trabajando no te haces millonario. Y yo quería ser millonario. Mirándolo fríamente, yo no hacía daño físico a nadie. El propio banco estaba asegurado, así que le estaba robando a las aseguradoras, que son más hijas de putas aún. Si hubiera tenido algún problema, si hubiera tenido que secuestrar a alguien, vete a saber si estaría arrepentido o dolido. Pero no estoy arrepentido.
–¿Qué pasó cuando su familia se enteró de que robaba bancos?
–Pa’ mi padre era una deshonra. A mí no me enseñaron a ser ladrón. Todo lo contrario, mis padres venían de la posguerra y ellos lo que no tuvieron fue educación ni comida, que es lo que me dieron a mí. Yo no puedo echarles la culpa porque ellos no sabían de psicología infantil. No es que no supieran, no existía. Yo no puedo decir que fui atracador por mis padres. Mis padres hicieron todo lo que pudieron. Yo he cumplido las condenas, pero quienes han sufrido la condena fueron ellos. Mi padre nunca me visitó en la cárcel en los catorce años que estuve preso. Para él era una deshonra ir ahí. Luego con el tiempo ha cambiado –igual que yo he cambiado–, él ha abierto los ojos y ha visto que los malos no éramos tan malos ni los buenos tan buenos. Ahora tengo a mis padres viviendo conmigo en un pueblecito, les he dado nietos. Llevo veinte años fuera de la cárcel, les he demostrado de sobra que todo lo que han sufrido no se los voy a poder quitar, pero ahora les estoy dando una vejez tranquila.
Hasta el encargado del bar está acodado en la barra, escuchando las aventuras y desventuras del ex atracador de bancos. “Mi madre es muy lista. Y con doce años, me dijo: ‘Dani, si sigues así, irás a parar a la Modelo’ (la cárcel de Barcelona). A los 15 años, cuando ya estaba atracando, me cogió un día y me dijo: ‘A tu padre le engañas, a tu hermano le engañas. No me importa, a mí no me engañas: quiero saber lo que haces’. Le fui pintando las cosas lo más bonitas posible”, cuenta Rojo. Un día cuando la madre de Dani fue a limpiar la habitación de su hijo encontró una caja de caudales de cuando su hijo robó los 10 millones, la pistola y las chutas (jeringas). Cuando Rojo llegó a su casa y entró en su habitación, encima de la cama estaba la caja abierta con el dinero afuera, la pistola y las chutas. El atracador enfiló para la cocina.
–¿Eso que tienes ahí es tuyo? –preguntó la madre.
–Sí... He robado un banco.
–Yo creía que esto pasaba en las películas.
–No, mamá: tu hijo es toxicómano y atraca bancos.
Rojo –que nació el 2 de diciembre de 1962 en Barcelona– fue por primera vez preso a los 19 años. Estuvo tres años en la cárcel, del ’81 al ’83. Cuando salió, siguió robando bancos y volvió a estar preso del ’85 al ’88. En el ’89 salió en libertad, pero con la sentencia de una muerte anunciada como consecuencia del sida. “Si me queda un año, pues vamos a reventarlo todo, me dije. Y ahí empecé a atracar yo solo –repasa el escritor–. La policía me puso el mote de El Millonario porque estaba haciendo dos o tres atracos a la semana y el más pequeño creo que fue de 12 millones de pesetas. Cuando me cogieron en el ’91, fue por 57 atracos que eran los que me podían imputar porque tenía bastante más”.
–¿Todo el dinero que robó se lo gastó?
–Sí, me lo fundí todo. Piensa que el dinero rápido es como el café de máquina: entra muy rápido, pero se va todavía más rápido. Te cuesta poco ganarlo. Y, además, no pensaba vivir hasta los 52 años. Si hubiera sabido que iba a tener dos niños, algo hubiera ahorrado (risas). Cada vez que pienso que tienen que ir a la universidad dentro de diez años, flipo. Mi pensamiento es que yo iba a dejar un cadáver joven, no bonito porque no soy guapo. Yo me metía mucha droga cada día, yo quería morirme cada día. La cocaína no da ningún placer, la heroína sí, te pone a gusto. Yo me metía 20 gramos de cocaína al día, eso era buscar la sobredosis. Ahora lo hablo así, con desgana, en aquel momento me encantaba. Sólo hay una explicación: cada día quería morir, así de sencillo, estaba tan asqueado de esa vida que no me importaba morir. Ahora lo sé, en aquel momento me creía el mejor del mundo. Si no me hubieran cogido en el ’91, ahora no estaría vivo.
Casi toda la década del ’90 estuvo preso hasta que salió en 2000. En esos años, murió su hermano mayor, una muerte que literalmente lo destrozó. Conoció a una chica, se casó con ella y tuvo a sus hijos, dos mellizos que ahora tienen seis años. “Tengo un pasado interesante, después de la salida de la cárcel, no todo el mundo ha hecho lo que yo he hecho en veinte años: llevo seis novelas, una obra de teatro, un monólogo en televisión, dos películas filmadas, Anacleto: agente secreto, que se estrenará en España el 4 de septiembre; y Secuestro, un thriller muy negro”, enumera el escritor.
–¿Qué papel interpreta en Anacleto?
–Hago de malo. Anacleto era como el James Bond español, iba con un esmoquin negro, siempre el pitillo en la boca y tenía obsesión con los tiburones. Esta película es una adaptación del cómic, pero como si hubiera crecido. Han pasado treinta años y Anacleto se ha hecho mayor y por eso es Imanol Arias con el pelo blanco. Incluso los malos de hace treinta años hemos envejecido. No me gusta hacer de malo, pero me gusta que me llamen en las películas porque eso para mí es como cuando empecé a trabajar con los artistas. A mí trabajar con Loquillo me hizo ilusión, pero era mi amigo, era lógico que me diera trabajo. A mí me hizo mucha ilusión que me contrataran Bunbury o Calamaro, gente de primer nivel.
–¿Cómo se hizo escritor?
–Tuve que trabajar mucho con Lluc Oliveras en las tres primeras novelas. Escribo a mano. Escribir para mí es fácil por las vivencias que he tenido. Yo escribo de lo que sé, vale. No me documento, yo sólo tengo que recordar. Aparte de recordar, he aprendido de grandes maestros como Juan Madrid y Ernesto Mallo, de leer sus novelas. El protagonista de la novela negra es un policía, un detective o un periodista de judiciales. Planeta me llamó para decirme que quería una novela negra protagonizada por un delincuente. Y la idea me gustó. Hacer una novela es primero crear un personaje. Y le doy muchos datos a ese personaje. Hugo es de un metro noventa porque quiero que la gente piense que soy yo. En las tres novelas de Hugo –La venganza de Tiburón, El secuestro de la virgen negra, Gran golpe a la pequeña Andorra, escritas junto con Yolanda Foix– siempre pongo basadas “casi en hechos reales”. Yolanda es la que me pasa en limpio lo que escribo a mano. Ella no es mi negra, ella a veces me ayuda. Pasa sesenta páginas y me da cien páginas, le pone cosas, inventa personajes que no sé quiénes son, pero que luego los utilizo.
–¿Cómo se definiría ahora? ¿Se siente un escritor?
–Sí, soy un escritor espontáneo que está aprendiendo a escribir. Espero que escribir me dé dinero también porque tengo dos niños y hay que darles de comer. Para mí escribir es como leer porque como escribo a mano, todo lo que escribo cuando lo doy me lo traen y lo vuelvo a leer. Entonces aunque no esté leyendo novelas de alguien, estoy leyendo las mías. Escribir me da la estabilidad de saber dónde estoy situado. Yo no quiero ganar un premio Cervantes, un Planeta a lo mejor sí (risas). Ni voy de filólogo ni de escritor clasista de estos que buscan las palabras para que tengas que ir al diccionario. ¡Joder, no quiero ser así!
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